Y el burro por delante
Dicho popular
El día
de ayer (interesante eso del “día de ayer”, pues si ustedes lo leen tres días después
de que se dé la publicación de esto seguirá siendo el día de ayer, es
alucinante pensar que con las letras se captura, por así decirlo, el hecho, ya
no se mueve, se quedará siempre igual, que podemos hacer con ello lo que queramos;
siendo así me parece que las letras —que se escriben— son lo único que quedan
para la eternidad, no se las lleva el viento.
Pero sigamos con lo que venimos
aquí, ser serios. Estaba el día de ayer, iba de camino para la parada de las combis
(que no son como las películas del primer mundo, en donde nos retratan el
orden y la perfección. Las de nosotros son lo contrario, hay suciedad, desorden
y algunos tipos que no son tan virtuoso —o quizá sí, por eso la mayoría lo
busca, equivocados nosotros—, que parece que en cualquier momento practicaran sus
tácticas de asalto, pues hay que mejorar, ¿o no? Pero que les cuento, todos
estamos acostumbrados a verlo y vivirlo).
Entonces se escuchó un grito que
decía mi nombre.
Con: — ¡Sinclairoso! Otra vez
haciendo lo que quieres, acaso no has escuchado todo lo que te dicen, siempre
tan necio, aprende. Si nos estás contando algo para que metes lo que piensas,
ve al grano. Ya madura.
Sinclairoso: —O es que quizá el
relato es también lo que pienso, ¿no has pensado en eso?
Con: — No lo había pensado, pero si así
fuera, que idiota eres. Nos dices que todos ya sabemos lo que antes
describiste, entonces para que lo describes. Ves, si eres idiota, por eso nadie
te toma enserio, no tomas enserio los consejos de todos, en el mundo real no
puedes hacer eso, ¡ay, Sinclairoso me desesperas! Recuerdan los buenos consejos
que te dan, no siempre estarán.
Ya cansado de escucharlo, preferí concederle
la razón.
Sinclairoso: — Esta bien, trataré de
ya no hacerlo— respondí.
El día de ayer iba de camino de
camino a la parada de las combis, acompañado por un amigo de la universidad, charlábamos
sobre lo que sé nos ocurriera, queríamos matar el tiempo, sí masacrarla se pudiera,
lo haríamos. Durante la charla, mi compañero menciono algo que se me hizo muy
interesante. — La mayoría de las veces me cuesta leer lo que he escrito con
anterioridad— dijo. Esa pequeña premisa que él soltó, me puso a reflexionar,
acaparo mi atención, mande a pasear todo. Durante todo el recorrido pensé en lo
dijo, entre más tiempo pasaba está idea dentro de mi mente más inquietudes
sufría, aun cuando mis ojos rogaban que los cerrará. Entonces surge la pregunta
obligada, ¿por qué te interesa tanto? La respuesta es que no hay una sola respuesta, ahí en mi mente se encuentran varias, que será las que explicaré.
Creo por lo que me resulta tan
curioso lo que dijo, es porque me sucede a mí muy a menudo. Ya es parte del
modo en que escribo, el sentirme incomodo, pues siempre que lo hago, me resulta
tortuoso el regresar a revisar lo que escribí, y no se diga ya con trabajos
pasados.Y ya en este mismo momento me es fatigante detenerme a leer lo que ya
redacte. Quizá suceda lo que sucede —y luego te preguntas por qué te dicen lo
que te dicen— porque me avergüenza el modo en que escribo, ya que no es el modo
en que deseo escribir, quisiera poder plasmar de mejor manera lo que vivo o
pienso, entonces el darme cuenta me acongoja. O es qué será que hay algo que
veo cuando me leo, algo que no puedo ver más que en esa forma. Pero qué podría
ser esto, me pregunto, y es que llega algo, y sí es mi alma lo que llega, es mi alma lo
que veo cuando me leo. Podría ser que sea así, ya que he llegado a escuchar “que
el hablar es una operación que surge del alma”, el hablar también se da en
la escritura, pues nos cuenta algo, o hasta más. Así que ella tiene algo que me angustia, será que no quiero una vivencia tan directa conmigo, que prefiero ignorar, que estoy
mejor así. Sin embargo cuando hablo no sucede lo mismo, cuando cuento algo con
sonidos no me angustio, la respuesta que doy a eso, es que el hablar es tan momentáneo
y fugaz que no nos detenemos, que no se captura, porque está en medio del hecho,
lo que vocifero se lo lleva el viento.
Que sujeto aquel que soltó tan chismosa
premisa, no es culpa de él (es un buenazo). Es culpa de mi conciencia, tan
bruta siempre, maldita sea. Al pensar esto, otra vez llega el mismo ruido de
antes.
Con: —
¡Oye, qué rayos te sucede! Qué culpa tengo yo en tus problemas mentales. Ya me
canse de ti—igual yo— le conteste.
Con: —
Y eso qué, yo lo hago por tu bien, quiero que seas alguien exitoso, reconocido,
acaso no ves que eso es lo que desean todos, su esfuerzo es para eso, para que
los notemos y los noten.
Sinclairoso:
— ¿Y la verdad? — pregunte con angustia
Con: —
¡Que verdad ni que nada! Todos buscan el éxito, eso es ser virtuoso, tienes que
aprender más Sinclairosito, no puedes seguir siendo incrédulo, si escucharás lo
que te dicen, ya estarías más cerca de la preciada virtud, que no es otra cosa
que hacerte ver, o dime, ves a alguien que la busque y no quiere que vean que
ha llegado a ella, o hasta mejor, sabemos que son virtuosos cuando todos lo
dicen, pues cuantas veces no pasa que alguien que vivía en el anonimato, que
apenas y su mamá lo reconocía, llega por voz de todos a ser lo mejor, sólo
porque hizo algo que agrado a un conjunto. Debes aprender.
Y es que llegue a la respuesta que
más acertada me pareció, no me leo porque no quiero estarme encontrando con
alguien que me esté regañando cada vez que falle. Pues claro, siempre está ella
para decirme lo mal que lo he hecho, no deja que me sienta feliz, o alegre,
para no meterme en problemas. Así que no es que mi alma me incomode o que sea
un idiota — o quizá sí, pero qué más da, ya está quien me lo recuerde—es mi
conciencia, o no se habían dado cuenta de que era ella, sí es la voz de todos,
y si no me creen, verifíquenlo con la experiencia.
Hasta
la otra, si no pasa antes que mate a mi conciencia, y creo que ya saben que
sucede si llego a cometer semejante acto.
“La conciencia es la presencia de Dios en el hombre.” Víctor Hugo.
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