Presentación

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jueves, 26 de noviembre de 2015

Sobre la moral y otras vanidades



Sientes la sensación pegajosa y fría del metal en tu mano. Todos esos cuerpos amalgamados en un mismo lugar, esos olores desagradables, la incomodidad de saber que están tan cerca de tu cuerpo, el hecho de que esté en juego tu pudor. ¡Qué asco!, piensas.  Al fin, éste es el lugar. Sientes el aire fresco golpear de lleno tu nariz. Caminas.

Caminas a una velocidad que advierte "¡muevanse, llevo prisa!" Te sientes diferente por intentar ir a un ritmo diferente, todos caminan a la misma velocidad. Sientes los hombros de la gente chocar contra ti, nadie se disculpa. No les miras la cara, dudas mucho que alguien te mire el rostro a ti, sigues caminando.

Al final del pasillo hay una mujer, está sentada en el suelo, su aspecto en general representa la miseria. En su regazo hay un niño de dos años de edad, aproximadamente, el niño parece dormir. Disminuyes la velocidad de tu marcha, la gente comienza a chocar contigo, te maldicen a regañadientes, no te interesa, nunca te ha interesado. Miras a aquel niño aparentemente dormido, no puedes evitar pensar en la nota que leíste un día anterior. La nota rezaba algo sobre personas que rentan a huérfanos para infundir más lastima y conseguir más monedas; la nota también decía que a aquellos niños los sedaban para que aparentaran estar siempre dormidos, como consecuencia estos niños morían a temprana edad. Cuando leíste la nota no pudiste evitar sentir que se te erizaba toda la piel. A eso hemos llegado, pensaste, a lucrar con los propios hombres. Sentiste asco.

Ahora, está a un par de metros esa mujer con ese niño que yace inmóvil. Ella estira su mano y pide un poco de caridad transformada en moneda. Si no hubieras leído esa nota le darías la manzana que tienes en la mochila. Pero, ¿por qué damos limosna?, ¿a quien queremos ayudar? Tal vez a esa persona, tal vez a nosotros mismos, sintiendo que hacemos algo bueno, sintiéndonos mejores personas, meramente vanidad. ¿De qué se trata todo esto?

Te detienes frente a la mujer, ella te mira con ojos de cachorro asustado, estira su mano insistente. Tú, te pones en cuclillas para poder mirarla a los ojos y sale de tu boca fluido, sin pensarlo: ¿por qué duerme? (refiriéndote al niño). Sus ojos de cachorro asustado se transforman en los de un perro rabioso, te grita alguna maldición, te incorporas abrumado, apenas puedes creer lo que hiciste. ¡Pobre mujer! La gente que pasa te mira de repente sorprendida, algunos con ojos acusadores, otra mujer pasa y le da unas monedas a la mendiga con el niño en el regazo, la mendiga en agradecimiento le da una bendición, la otra mujer sigue caminando y sonríe satisfecha, te mira triunfadora. 

Miras a esa mujer sentada en el asqueroso pasillo, lleva la miseria incrustada en los ojos, ¿esa miseria se puede fingir?, ¿acaso ese vacío en los ojos puede ser un ornamento estimulante de compasión? Te alejas despacio y turbado, miras a la gente pasar, ya nadie te mira, se han vuelto a colocar sus mascaras de apatía. Le dedicas una ultima mirada a aquella mujer y reanudas tu marcha. Deseas tanto que aquella mujer no sea una mendiga con su hijo dormido en su regazo, pidiendo limosna, lo deseas tanto. No vuelves a mirar hacia atrás. 

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