Presentación

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domingo, 29 de noviembre de 2015

Movimientos subterráneos



Deseo contarles algo que observé. Mi intención, como siempre, es la misma; quizás en esta ocasión sea ligeramente distinta. Estaba en el metro, leyendo muy tranquilamente, cuando una pareja (un hombre y una mujer) capturó mi atención, pues él le decía a ella: “¡Ándale! ¡Vamos a tomar! ¿A poco no tomas?”, mientras hablaba la tomó con su mano derecha fuertemente del brazo, atrayéndola hacia sí. Como a ustedes, a mí también me intrigó ese gesto e inmediatamente le di significado: él la quería tomar. ¿Cómo llegué a esa conclusión? (¿ustedes no pensaron lo mismo?) Sencillamente porque él quería tenerla cerca de sí de una manera más que estrecha; además, otro detalle de la escena, el joven acarició con fruición y rápidamente el brazo de la muchacha. Pero todavía la escena se iba formando, hizo algo más el inquieto chavo: después de soltarle el brazo a la señorita, se relamió los labios y se mordió el labio inferior sin dejar de mirar el rostro de ella, como si anticipadamente se estuviera saboreando los futuros frutos del alcohol. 

Quizá se hayan preguntado cuál fue la respuesta de la dama. Ésta sólo se limitó a decir: “no sé”, alargando cada palabra con un tono ambiguo pero claro, queriendo decir todo y queriéndolo ocultar, y bajando un poco la cabeza, mirando con fuerza, casi a modo de reto, los expectantes ojos de su acompañante; mientras hacía lo anterior, contoneaba su cuerpo en el poco espacio que los asientos públicos permiten. La seducción palpitaba, recorría la sangre de los jóvenes: ella se resistía, pero incitaba al otro a vencerla; parecía medir el interés de su acompañante, llevarlo a cierto límite para comprobar algo. Aunque él tampoco parecía dispuesto a insistir tanto, hacerlo delataría inexperiencia; tenía que ser muy astuto con cada palabra que empleara, con cada gesto, como un zorro rodeando a su presa; si se precipitaba se le podría escapar el bocado. 

Ya no supe cómo terminó el asunto, pues los jóvenes descendieron del vagón con una notable energía. Seguía cavilando. Me sonrojé. Mi maraña de pensamientos me condujo a concluir que una escena así era de lo más cotidiana, con menos o más detalles en otras parejas, pero al fin y al cabo una situación humana. Pero quizá mi interpretación era exagerada, no hubiera sido la primera vez; los asuntos humanos son escurridizos y a veces parecen inasibles. Tal vez tan sólo tenía tentación de probar una indiscreta teoría. Bajé mi mirada y observé mi libro: El yo y el ello de Sigmund Freud. 

Fulladosa

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