Hace
algunos días prometí a una persona muy especial hablar de este tema, la
experiencia de remitir los pensamientos a la existencia de una sola persona.
Tal vez parezca que estas líneas describen a un obsesionado u obstinado, sin
embargo, al hablar de este tipo de experiencia, la intención es dar cuenta de
que no se trata de un trastorno o que se padece de algún mal, sino que se trata
de una fuerza que se apodera de la voluntad. Esta nueva fuerza que despierta y
que no se sabe con certeza de qué se trata, primeramente causa inseguridad,
extrañeza, miedo y en algunos casos, enojo por no saber cómo reaccionar ante
ello. Múltiples interrogantes se abren acompañadas de una gigantesca sombra de
miedo. ¿A que se le teme? Me parece que en este sentido, todo cambio, causa
cierto temor, pues el perder el control de nuestros pensamientos es uno de los
tormentos más aterradores.
Pareciera
que controlamos lo que pensamos, pero ¿qué sucede cuando se está pensando en el
argumento de algún texto que se lee y éste se ve interrumpido por el recuerdo
de alguien? Este alguien es capaz de conquistar y de deshabilitar y, su
existencia comienza a coronarse ante la nuestra. El recordar a ese alguien
produce una sonrisa, una lágrima o el enojo porque su recuerdo es el causante
de distraer y perder el control de los pensamientos. Pero este descontrol cada
vez es más frecuente y ello conduce a un terreno de arenas movedizas, donde la
incertidumbre es lo único que se tiene.
La
situación se complica al estar frente a la presencia de ese alguien. Hay un
signo que se manifiesta y da cuenta de que se ha perdido el control total, ya
no sólo de los pensamientos sino de las propias funciones del cuerpo, éste es
el rubor que tiñe el rostro. El corazón comienza a palpitar aceleradamente, un
temblor inexplicable se siente en cada extremidad y todo el entorno se
desvanece centrando la mirada en los ojos de esa persona. No se escucha ni se
ve a nadie más, sólo ese alguien. Pareciera que el mundo se reduce a su
existencia. Y esta fuerza despierta al miedo.
Miedo de haber perdido el
control, de que el mundo es ahora su presencia, ya sea mediante su recuerdo o
físicamente. Miedo de que esta situación incomode a ese alguien y, por ello se
aleje. Miedo de ser incapaz de controlar esta fuerza. Habrá quien nombre esto
como “dependencia”, pero el nombrarlo una o de otra manera, no cambiará lo que
se padece, ni mucho menos aclarará el escenario. La sombra que ahora persigue
los pensamientos es su recuerdo. Recuerdo que alegra y entristece, que ilumina y
oscurece mis días, pero pese a lo sucedido, agradezco que reine su recuerdo en
mis pensamientos. Espero haber cumplido con la promesa, amiga mía, y a pesar
que ese alguien no leerá estas líneas, recordarlo ha dibujado una sonrisa en mi
rostro.
Pensé que era una continuación de "Desarmando al enamorado"
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