Presentación

Presentación

lunes, 30 de noviembre de 2015

Alegría por la verdad

Alegría por la verdad
La fe tiene poco lugar en los debates ideológicos, más allá de la fría cortesía de los que la consideran como simple modo de vida. Es así porque la fe no es ideología. Sin embargo, huir de aceptar a la fe como ideología no es suficiente si se piensa que la fe nos permite cobijarnos de dar razón. Huir de la ideología a la fe como sospecha de lo invisible es idolatría, pues sin dar razones de la fe ella se convierte en diálogo silencioso con el Dios personal. Así la fe se expresa bien en lo que Nietzsche decía del cristianismo: platonismo moralizador, doctrina de la idea tranquilizante ante la zozobra, con el riesgo latente de degenerar en la esclavitud del último hombre.
Todo radica en la manera en que nos aventuremos a indagar el misterio del Dios hecho carne. La encarnación no perdona los pecados de los elegidos por predestinación, sino los pecados del hombre. El conocimiento, en la fe cristiana, debe estar inclinado a entender el misterio de la Trinidad, pero en él es complicado penetrar en tanto no nos conozcamos a nosotros mismos, como hechos a imagen del Creador. Según Orígenes, para poner una gran ejemplo, dicho conocimiento sólo se completa mediante la investigación de nuestras culpas y fallas éticas, de nuestros buenos o malos sentimientos y acciones; al mismo tiempo, la pregunta debe investigar la naturaleza del alma como sustancia, preguntándose sobre su eternidad, su perfección y su relación natural con el cuerpo a que le da vida. La pregunta por la inmortalidad o mortalidad del alma como distintivo de lo humano es un modo de indagar en la creación que nos pinta como perfectos y buenos; la pregunta por el bien de nuestras acciones o de nuestros sentimientos y pensamientos no puede ser respondida del todo en tanto ignoramos la naturaleza del alma y su posible bondad original. Quien no busque la razón en los principios del orden eterno está encerrado en la ignorancia de sí mismo y, por lo tanto, mantiene las dudas sobre la posibilidad de actuar correctamente, incurriendo constantemente en el mal.
Dios hecho carne es un misterio que sólo se puede escrutar por el amor. No el amor de la pasión moderna, sino el amor a Dios mostrado en el conocimiento, posibilitado por la fe. Por eso los elegidos no son un grupo predestinado, sino los que son capaces de amar rectamente. Esa posibilidad la otorga también la fe, mediante el inicio y el camino de la conversión. Si esa búsqueda es estrictamente personal, no hace falta ni de dicha conversión, ni de hacer presente la verdad de la fe al prójimo, con esperanza de su conversión, o, al menos, de su guía. Eliminar la razón de la fe, es creer en el amor moderno. Si no hay esfuerzo posterior en el dar razón, el hecho mostrado por la conversión en realidad se debilita. El sentido político del cristianismo no es la tiranía universal, pero tampoco es el montar la saeta propia, sino la caridad y la virtud de fe, el conocimiento de lo justo para el amor a Dios mediante el prójimo, que guía la práctica hacia el bien; por eso no es una ideología.

La alegría inmensa de quien espera con paciencia e ímpetu la llegada a su huerto por parte del Señor, sólo puede ser entendida en quien lo busca fielmente y sabe de su amor; siente alegría por saberse salvado de la caída, perdonado por sus males. La fe es creer en lo invisible, no en lo incognoscible. De otro modo, sólo beberemos de nuestra aflicción en la sombra ante la lejanía del Salvador. De otro modo, seguiremos siempre en la soledad recalcitrante del mundo profetizado por el nihilismo. Escarbaremos hasta la llaga en nosotros, mientras nos hundimos en el mar de las ideologías. Dejarse hundir en ese mar, es dificultarse la libertad por la verdad.


Tacitus

3 comentarios:

  1. Creo, Tacitus, que has dicho algo a lo que Talio y yo le hemos dado muchas vueltas. Talio recientemente dijo que "lo más importante de interpretar no está en encontrar la verdad, sino en encontrar el camino a ésta". Yo creo que de algún modo sí es importante encontrarla, de lo contrario, ¿qué sentido tiene la conversión del prójimo, como bien dices? Si entiendo, la fe no está desapegada de la razón porque indaga en si el alma es o no inmortal. Esto es a lo que San Agustín le pone más atención en "Sobre la vida feliz" y dice que de ello depende la vida fundada por la fe, esperanza y caridad. Esto es el amor a Dios por su conocimiento, impulsado por la fe, lo que significa creer en lo invisible (en lo que nos se puede ver con los ojos de la cara), ¿mas no creer en lo que no sabemos? Creo que por eso dices que conociendo la razón de los principios del orden eterno nos conocemos a nosotros mismos, coincido contigo. Sin embargo, no me ha quedado claro en si es lo mismo decir amor a la verdad que alegría por la verdad.

    Si te he entendido, la alegría sólo es posible para los fieles que saben de su amor hacia Dios, que es la Verdad, posibilitado por la caridad. Por tanto, alegrarse por la verdad es amar a Dios en la espera de su llegada (y traigo a colación que estamos en época de Adviento). Lo cual, entiendo, sería vivir en la caridad.¿Estás diciendo que si sólo se ama a la verdad se está eliminando a la razón de la fe? Otra manera de decir lo que estoy pensando: ¿El filósofo sólo lo es si vive bajo la caridad? Espero no haber dado tantas vueltas.

    ResponderEliminar
  2. Primero, disculpa mi demora en contestar.
    Creo que tus preguntas son bastante pertinentes.
    En tu pregunta por la alegría y el amor ha de hacerse hincapié para tratar de responder al asunto completo. La alegría, como acompañante del amor, es el signo propio de quien espera sin desesperar. La pregunta es ¿hay amor a la verdad sin alegría por ella? En el caso del cristianismo, creo que no pueden pensarse la una sin la otra. Si la verdad de la fe nos da tristeza, ignoramos el significado del sacrificio, y de las posibilidades que dio la encarnación. Es decir, el cristianismo no puede aceptar el historicismo moderno, ni el sentido material de “lo natural”. Sabe que hay un sentido para cada una de las cosas, incluyendo sobre todo al hombre mismo.
    La alegría por la verdad no puede desvincularse del amor por la verdad, a riesgo de convertirse en la versión moderna de la pasión, o en el reconocimiento trágico y último de la vida: reconocer que la esperanza es un mal, que el hombre nada puede hacer más allá de reconocer la belleza de su eterna limitación. Se vuelve el llanto de quien ensaya el vuelo, pero se descubre pegado inevitablemente al suelo. No será lo mismo la alegría que el amor; pero el juego de ambos tiene distintas consecuencias para concebir nuestra vida erótica y nuestra idea de la filosofía. Ahí está, primero nuestra distancia con respecto al amor cristiano.
    El cristianismo trata de procurar alegría entre los creyentes por la salvación y el perdón en Cristo. Puede haber gente alegre por ello, sin ser amante de la verdad, sino deseosa de saber. La caridad precisa el ordenamiento del amor: el saber quién merece ser amado y de qué manera, pero no puede olvidar que para ser caridad se debe dar ayuda a quien no lo merece. Amar al prójimo que no se lo ha merecido es posible al tiempo que amo y ayudo a quien sí lo hace. Por eso la caridad no es sólo prudencia ni sentido de la justicia. Admitir lo contrario sería obviar la Ley, lo cual no es posible sin ser impío. Es decir, no puedo afirmar que todos son perfectos, ni que han de serlo, pero no puedo excusarme siempre en sus limitaciones pues sería falta de amor: procurar el bien es un goce, no una obligación.
    El filósofo cristiano, al menos, no puede ser tal sin caridad. Reconoce la autoridad de los mandamientos, pero no los respeta por temor. Actúa conforme a la Ley porque desea el bien, encaminándose a él. No es que lo reconozca por ser un alma más alta, sino porque ama la verdad; lo cual quiere decir que tuvo que pasar por el camino del orden del saber y las cosas. No puede vivir sin caridad puesto que se quedaría sin virtud alguna; nada le haría defender la doctrina, ni mucho menos procurar el bien para el otro. La fe sería privada, y la esperanza una frivolidad. No es el reformador de la ideología de la revolución, pero tampoco el pensador anacoreta. La posibilidad de la filosofía dentro del cristianismo está circunscrita a la Ley. Ahí está la tensión que quisiera apuntar, por último. El filósofo que accede al saber por vía natural, como los griegos, claramente se halla en contraposición con el filósofo desde la revelación. La posibilidad de que haya filósofos cristianos, es precisamente lo que mande la Ley, y lo que la encarnación muestra de ella: que Dios no es inaccesible. La diferencia está, entonces, en concebir el mundo como creación y en indagar por la eternidad del cosmos.
    ¿Qué te parece?
    Agradezco tu comentario.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Debo agradecerte por la muy precisa respuesta que me has dado. A la pregunta por la relación de la alegría y amor a la verdad me ha quedado más claro. No es el caso que no sintamos alegría por lo que amamos, menos cuando se trata de la verdad. Del mismo modo la posición del filósofo en el cristianismo según las consideraciones que has dado. Sólo enmarcando a la Ley y la verdad bajo la caridad hay una alegría por la verdad.

      Tu respuesta me despertó la siguiente pregunta: ¿Los griegos no conciben al mundo como creación e indagan por la eternidad del cosmos? Pero considero que esta pregunta se sale de los límites de tu escrito y será pertinente para otra ocasión u entrada.

      Gracias por tu respuesta.

      Eliminar