Presentación

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martes, 29 de diciembre de 2015

Felices oportunidades


El año nuevo es una celebración que en muchos países, culturas, razas, etc., es de suma importancia pues, sin excepción, representa una nueva oportunidad de ser todo lo mejor que no hemos podido en años pasados; una nueva oportunidad de acercarnos más a la perfección; de lograr todo lo que queramos. La oportunidad, creemos, está en la novedad, es como encontrar diez pesos y tener la oportunidad de gastarlos, o como ir a la universidad y tener la oportunidad de ser un profesionista. Siendo así, digamos lo que digamos vivimos más inmediatamente que reflexivamente. En este respecto la reflexión siempre es una visión hacia el futuro, pues no vivimos la inmediatez según la reflexión presente, sino con base en la pasada, haciendo de la reflexión presente la base de nuestro futuro. Pero dejando de lado ese respecto, sigamos con el año nuevo, que es una inmediatez larguísima, pues es la inmediata oportunidad llena de inmediatas oportunidades, o dicho en otros términos, es la inmediatez que de inmediata no tiene nada. Así, después de todas estas vueltas revueltas, quisiera hablar tantito de tres cosas que del año nuevo me parecen interesantes. Dos ya las mencioné: la inmediatez y la oportunidad; y la tercera: el hecho de desearnos feliz año nuevo, ya que son las tres cosas que más se ven en estos días y creo que vale la pena echarles un vistazo.

Una oportunidad por sí misma es tomada como buena, pues en eso consiste lo oportuno, lo que es bienvenido, lo que es grato ver llegar, lo que hace mejor la situación actual. En este sentido la oportunidad escapa de nuestros planes, aspiraciones, expectativas, etc., porque no estuvo considerada desde el inicio en nuestro curso de acciones, haciendo la vida bastante más complicada, pues aunque sea un bien lo que nos cae, nos modifica el trazo; es como tener bien delimitada la línea al hacer un dibujo y de pronto tener un chispazo de inspiración que nos hace ir hacia otro lado del papel. La oportunidad es un bien del que no sabemos nada, y del que al parecer no podemos saber nada –no en el momento–, de poderlo saber se impide ésta. Un año nuevo es la oportunidad de tener oportunidad, es la insipiencia de la experiencia; es tan paradójicamente inmediato.

Es lo inmediato lo que no podemos ver venir, pues llega, así, de un solo golpe, como esos golpes de frío bajo la noche en que ilusamente nos abotonamos la chamarra o el abrigo después del ventarrón. Lo inmediato, entonces, es la sorpresa más sorprendente, dado que no vemos nada de él. Así de inmediato es el año nuevo, pues pasa ante nuestros ojos, y nunca lo vimos de frente, lo vimos venir e ir, pero jamás de frente; igual pasará con este próximo 2016. Dicho de esta forma suena a que andamos por la vida tan azarosamente que más nos valdría no haber nacido, ya que, con lo dicho, parece aseveración que somos incapaces de saber cualquier cosa. Afortunadamente la oportunidad convierte la inmediatez en perpetuidad: aunque es inmediata, al tomarla se vuelve eterna. Lo mismo pasa con el año nuevo, se convierte en eterno año tras año. Por lo tanto sí podemos saber qué pasa con nosotros mismos, pues nos tenemos ahí para siempre con todo lo que está en el medio. El azar no es incipiente sino omnisciente, dado que si en el destino tenemos el conocimiento del que  escapamos, en el azar tenemos el conocimiento de lo que no queremos escapar, pues ni sabemos qué es, pero queremos. Sólo nos resta echarle, como dice Héctor Ulloa “Don Chinche” en voz de Julio Jaramillo, cinco centavitos de felicidad.

Desear feliz año nuevo es desear felicidad no durante unas horas o un día sino para siempre en esa oportunidad inmediatamente eterna. Por eso en el festejo del año nuevo encontramos algo más que una borrachera o un disgusto familiar, encontramos la fuerza para seguir viviendo, felices en este mundo tan extraño para nosotros. Seremos muy felices gracias a todos –así parafraseando a Zósimo.


¡Feliz año nuevo, amigos míos, venidos y por venir! ¡A reflexionar sea dicho, pues!


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