El año nuevo es una celebración que en muchos países,
culturas, razas, etc., es de suma importancia pues, sin excepción, representa
una nueva oportunidad de ser todo lo mejor que no hemos podido en años pasados;
una nueva oportunidad de acercarnos más a la perfección; de lograr todo lo que
queramos. La oportunidad, creemos, está en la novedad, es como encontrar diez pesos
y tener la oportunidad de gastarlos, o como ir a la universidad y tener la
oportunidad de ser un profesionista. Siendo así, digamos lo que digamos vivimos
más inmediatamente que reflexivamente. En este respecto la reflexión siempre es
una visión hacia el futuro, pues no vivimos la inmediatez según la reflexión
presente, sino con base en la pasada, haciendo de la reflexión presente la base
de nuestro futuro. Pero dejando de lado ese respecto, sigamos con el año nuevo,
que es una inmediatez larguísima, pues es la inmediata oportunidad llena de
inmediatas oportunidades, o dicho en otros términos, es la inmediatez que de
inmediata no tiene nada. Así, después de todas estas vueltas revueltas,
quisiera hablar tantito de tres cosas que del año nuevo me parecen interesantes.
Dos ya las mencioné: la inmediatez y la oportunidad; y la tercera: el hecho de
desearnos feliz año nuevo, ya que son las tres cosas que más se ven en estos
días y creo que vale la pena echarles un vistazo.
Una oportunidad por sí misma es tomada como buena, pues
en eso consiste lo oportuno, lo que es bienvenido, lo que es grato ver llegar,
lo que hace mejor la situación actual. En este sentido la oportunidad escapa de
nuestros planes, aspiraciones, expectativas, etc., porque no estuvo considerada
desde el inicio en nuestro curso de acciones, haciendo la vida bastante más
complicada, pues aunque sea un bien lo que nos cae, nos modifica el trazo; es
como tener bien delimitada la línea al hacer un dibujo y de pronto tener un
chispazo de inspiración que nos hace ir hacia otro lado del papel. La
oportunidad es un bien del que no sabemos nada, y del que al parecer no podemos
saber nada –no en el momento–, de poderlo saber se impide ésta. Un año nuevo es
la oportunidad de tener oportunidad, es la insipiencia de la experiencia; es
tan paradójicamente inmediato.
Es lo inmediato lo que no podemos ver venir, pues
llega, así, de un solo golpe, como esos golpes de frío bajo la noche en que
ilusamente nos abotonamos la chamarra o el abrigo después del ventarrón. Lo
inmediato, entonces, es la sorpresa más sorprendente, dado que no vemos nada de
él. Así de inmediato es el año nuevo, pues pasa ante nuestros ojos, y nunca lo
vimos de frente, lo vimos venir e ir, pero jamás de frente; igual pasará con
este próximo 2016. Dicho de esta forma suena a que andamos por la vida tan
azarosamente que más nos valdría no haber nacido, ya que, con lo dicho, parece
aseveración que somos incapaces de saber cualquier cosa. Afortunadamente la
oportunidad convierte la inmediatez en perpetuidad: aunque es inmediata, al
tomarla se vuelve eterna. Lo mismo pasa con el año nuevo, se convierte en
eterno año tras año. Por lo tanto sí podemos saber qué pasa con nosotros
mismos, pues nos tenemos ahí para siempre con todo lo que está en el medio. El
azar no es incipiente sino omnisciente, dado que si en el destino tenemos el
conocimiento del que escapamos, en el azar tenemos el conocimiento
de lo que no queremos escapar, pues ni sabemos qué es, pero queremos. Sólo nos
resta echarle, como dice Héctor Ulloa “Don Chinche” en voz de Julio Jaramillo,
cinco centavitos de felicidad.
Desear feliz año nuevo es desear felicidad no durante
unas horas o un día sino para siempre en esa oportunidad inmediatamente eterna.
Por eso en el festejo del año nuevo encontramos algo más que una borrachera o
un disgusto familiar, encontramos la fuerza para seguir viviendo, felices en
este mundo tan extraño para nosotros. Seremos muy felices gracias a todos –así
parafraseando a Zósimo.
¡Feliz año nuevo, amigos míos, venidos y por venir! ¡A
reflexionar sea dicho, pues!
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