Presentación

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lunes, 28 de diciembre de 2015

Trabajo libre

Trabajo libre
El origen de la palabra “trabajo” es bastante sencilla para el español; proviene del latín, y detengámonos ahí. Hace referencia, según fuentes comunes y populares, a tres palos que conformaban un supuesto aparato de tortura, semejante a la cruz. Las imágenes que pude encontrar para figurármelo ilustran a una persona empalada, semejando a una estrella en sacrificio. Podríamos resolver el misterio con un pensamiento sencillo, incluso asociado, dirán velozmente, con los castigos de la expulsión del paraíso: el trabajo es un castigo, casi una tortura extenuante.
El instrumento en cuestión era usado, si vale mencionarlo, para castigar en él a esclavos que no quisieran obedecer, y según algunos otros, su uso inicial no era ése, sino el de sujetar a bestias de carga. En todo caso, el diccionario de la RAE asocia al tripalium con un instrumento de tortura. No me sorprende que muchos puedan coincidir con la semejanza entre la tortura y el trabajo. No me sorprende, en parte, por el modo actual de producir, motor de la economía moderna. Por otro lado, tampoco me sorprende por lo que el trabajo ha tornado para muchos.
Quisiera explicarme brevemente. He visto a gente quejarse una y otra vez por lo miserable de su sueldo. También he visto a gente contenta con su sueldo, pero que, en caso de haber oportunidad, decidirían no trabajar. A ninguno de los dos les gusta trabajar; o al menos eso dicen. Más allá de la idea de que el trabajo dignifique (en el sentido actual de esa palabra), me pregunto si acaso podríamos vivir sin él. No hablo en el sentido monetario, pues esa es sólo la consecuencia de trabajar. Indago si acaso hay una manifestación muy humana en el hecho de producir, manufacturar, labrar e incluso enseñar. Una cosa es la necesidad por la carencia, la cual es muy natural, y otra la tortura. El trabajo no es una manifestación de la carencia nada más, es el modo en que la carencia se sustenta con la obra individual y común de la presencia humana. Trabajar es un modo muy obvio de mantenerse humano.
Uno podría creer, bajo este argumento, que es fácil justificar los pesados yugos, la famosa explotación, por lo humano que es el trabajo. No obstante, el trabajo no puede ser puesto y entendido bien en una gráfica de conveniencias y porcentajes per cápita. Los recursos que se generan con el trabajo hablan de su dimensión política. No hay ciudad sin organización laboral que la sustente en todos los sentidos posibles. Las fábricas y la industria no son los paradigmas adecuados del trabajo, aunque dependan de él. Es curioso que el trabajo se vuelva un tormento en el mundo del crecimiento y el éxito personal. Es decir, no afrontamos correctamente el trabajo aceptando estoicamente y a regañadientes nuestra pobreza, ni tampoco viéndolo como oportunidad de riqueza generada en la autoproducción.

Puede ser que, por la pesadez y el cansancio, el trabajo se interprete como tortura. No obstante, yo he logrado ver que, aún bajo los ardores del sol, hay algo que me impediría separar al hombre de su labor. He visto incluso alegría en soportar las penas del trabajo. Dirán que es fruto de la ignorancia y la molicie. Pero verán, dichas gentes no parecían ignorar lo que hacían ni mucho menos sentarse sólo a descansar. Me parece que a la hora de juzgar los trabajos y el trabajo mismo pesa mucho las diferencias que queremos hacer a partir de la posición económica, incluso. Así, repito, nos enorgullecemos vanamente tanto por nuestra superioridad social, o por nuestra fuerza en los trabajos manuales. El surco que eso abre entre nuestras almas es aún producto de los vericuetos del espíritu moderno, y de nuestra afirmación del trabajo como tortura.


Tacitus

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