Trabajo
libre
El origen de la
palabra “trabajo” es bastante sencilla para el español; proviene del latín, y
detengámonos ahí. Hace referencia, según fuentes comunes y populares, a tres
palos que conformaban un supuesto aparato de tortura, semejante a la cruz. Las
imágenes que pude encontrar para figurármelo ilustran a una persona empalada,
semejando a una estrella en sacrificio. Podríamos resolver el misterio con un
pensamiento sencillo, incluso asociado, dirán velozmente, con los castigos de
la expulsión del paraíso: el trabajo es un castigo, casi una tortura
extenuante.
El instrumento en
cuestión era usado, si vale mencionarlo, para castigar en él a esclavos que no
quisieran obedecer, y según algunos otros, su uso inicial no era ése, sino el de
sujetar a bestias de carga. En todo caso, el diccionario de la RAE asocia al tripalium con un instrumento de tortura.
No me sorprende que muchos puedan coincidir con la semejanza entre la tortura y
el trabajo. No me sorprende, en parte, por el modo actual de producir, motor de
la economía moderna. Por otro lado, tampoco me sorprende por lo que el trabajo
ha tornado para muchos.
Quisiera explicarme
brevemente. He visto a gente quejarse una y otra vez por lo miserable de su sueldo.
También he visto a gente contenta con su sueldo, pero que, en caso de haber
oportunidad, decidirían no trabajar. A ninguno de los dos les gusta trabajar; o
al menos eso dicen. Más allá de la idea de que el trabajo dignifique (en el
sentido actual de esa palabra), me pregunto si acaso podríamos vivir sin él. No
hablo en el sentido monetario, pues esa es sólo la consecuencia de trabajar. Indago
si acaso hay una manifestación muy humana en el hecho de producir,
manufacturar, labrar e incluso enseñar. Una cosa es la necesidad por la
carencia, la cual es muy natural, y otra la tortura. El trabajo no es una
manifestación de la carencia nada más, es el modo en que la carencia se
sustenta con la obra individual y común de la presencia humana. Trabajar es un
modo muy obvio de mantenerse humano.
Uno podría creer,
bajo este argumento, que es fácil justificar los pesados yugos, la famosa
explotación, por lo humano que es el trabajo. No obstante, el trabajo no puede
ser puesto y entendido bien en una gráfica de conveniencias y porcentajes per
cápita. Los recursos que se generan con el trabajo hablan de su dimensión
política. No hay ciudad sin organización laboral que la sustente en todos los
sentidos posibles. Las fábricas y la industria no son los paradigmas adecuados
del trabajo, aunque dependan de él. Es curioso que el trabajo se vuelva un
tormento en el mundo del crecimiento y el éxito personal. Es decir, no
afrontamos correctamente el trabajo aceptando estoicamente y a regañadientes
nuestra pobreza, ni tampoco viéndolo como oportunidad de riqueza generada en la
autoproducción.
Puede ser que, por la
pesadez y el cansancio, el trabajo se interprete como tortura. No obstante, yo
he logrado ver que, aún bajo los ardores del sol, hay algo que me impediría
separar al hombre de su labor. He visto incluso alegría en soportar las penas
del trabajo. Dirán que es fruto de la ignorancia y la molicie. Pero verán,
dichas gentes no parecían ignorar lo que hacían ni mucho menos sentarse sólo a
descansar. Me parece que a la hora de juzgar los trabajos y el trabajo mismo
pesa mucho las diferencias que queremos hacer a partir de la posición
económica, incluso. Así, repito, nos enorgullecemos vanamente tanto por nuestra
superioridad social, o por nuestra fuerza en los trabajos manuales. El surco
que eso abre entre nuestras almas es aún producto de los vericuetos del espíritu
moderno, y de nuestra afirmación del trabajo como tortura.
Tacitus
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