Presentación

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domingo, 31 de enero de 2016

Grillos


                       
Grillos. Muchos grillos haciendo lo suyo, ese grito alado que sólo acaban de comprender los grillos, aquellos que esta madrugada se acumulan en el pórtico de tu casa.  Esa casa vieja de anuncio de avenida ¿cómo hiciste para conseguir esa casa? Pensar que casi dejabas la universidad cuando te subiste al caballo blanco. Piensas en tus años mozos mientras se te trastabillan los pies, mientras tu andar sigue la música que sólo entienden los borrachos, alargando los pasos, chocando con la banca, con el  buzón y con la mierda de Laika en tu intento por llegar a la puerta. Qué puto asco, lo menos que quiere un esposo ebrio que llega de gastar su plata en un bar con los compañeros del trabajo es limpiar la mierda de su mascota, no, no, no; uno está pensando en tirarse a la cama en el silencio más ninja posible y soportar esos 5 minutos en que el alcohol confunde las camas con las nubes. ¿La cosa no te va bien con (inserte el nombre de su mujer), cierto? Está claro que te gusta tentar la “suerte” si te vas de copas en plena mitad de semana. Seguro no le gustará. En fin, acaba de girar la llave ¿qué esperas? ¿Sabes lo idiota que te ves, con tu corbata mal acomodada, el cabello hecho jirones, el pantalón repleto de manchas de lodo y tratando de mantenerte en pie en el pórtico de tu casa a las tres de la mañana? Eres un ridículo, de verdad que no entiendo el humor de Dios, cómo se regodea con la agónica muerte de gente que no lo merece en países cuyos nombres no sabes y recompensa a la gente incorrecta cuyos nombres intuyes. Quizá no sea del todo injusto, quizá y sólo quizá. Eso es lo único que tienes en común con dios, que son un par de incomprendidos.
¿Notas algo raro? Exacto, es lo más cercano que has estado al silencio en toda tu vida. Con dos hijos, una esposa, un perro, un trabajo demandante y tu negación a aceptar que ya no eres un joven, es complicado saber qué es el silencio, todo eso requiere ruido, constante ruido. Hasta los grillos respetan el silencio de vez en cuando. Lo importante es que, aunque es un poco tarde, aprecies este silencio embriagador que hay en tu casa. Mírala, de noche es aún mejor, qué bella; tu mujer se esmera mucho, quizá demasiado en que la casa esté limpia. Todo reluciente, todo en su lugar aparentemente. ¿Por qué te sientes así? No finjas que no sabes a qué me refiero, después de todo soy un narrador omnisciente y sé de antemano lo que estás pensando. ¿Sabes que algo va mal, verdad?  ¿No te podría convencer de que es la presión del trabajo casi insostenible,  el miedo a qué pasará si tu mujer se despierta, peor, si tus hijos se despiertan, o quizá sea una pizca de moral que apareció milagrosamente entre el mar de licores que revolean tu organismo? Todo se ve tan oscuro, deberías prender la luz, el encendedor al menos. Mejor no: La luz convoca sombras. ¿Por qué recorres la casa, qué esperas encontrar? Vete a dormir, te lo pido como amigos. Ya has revisado todo el primer piso. ¿Por qué la puerta del sótano no la abres?  Todavía estás a tiempo, sólo mueve tu culo por las escaleras, atraviesa el pasillo con los cuartos de los niños, llega a tu cuarto y… ¿qué fue eso? Vale, está bien, definitivamente algo está mal. Hace frío. Yo creo que deberías ir a ver a los niños, recuerda agarrar el bate de béisbol  contigo, si algo está mal definitivamente es un ladrón, un cualquier hijo de puta que se ha querido meter a tu casa, el muy cabrón. El bate le dará su merecido, anda, sube, sólo no golpees el primer bulto que veas, no quiero que mates a tu esposa o alguno de tus hijos. ¿Tienes una hermosa familia, sabes? El verte tan decidido con un bate en la mano, ocultando que te estás cagando de miedo es encomiable ciertamente. ¡¿ Demonios qué fue eso?! Ahhh, tranquilo, no fue más que un montón de libros cayendo sin ninguna razón en medio de la noche. ¡Ya que se callen esos grillos! Qué bueno que leas buena literatura. A mí también me gusta. ¿Por qué se cayeron? Olvídalo, no hay tiempo: los niños, tu mujer. Cada paso que das resuena en la madera de una manera muy tétrica, lo sé, es extraño, todos estos años jamás te habías percatado que hacía ese ruido, es todo. No te sugestiones. Gran parte del terror está dentro de tu cabeza. El ambiente está pesado y es como si el aire ralentizara tus pasos. Es un buen momento para que se te disipe el alcohol, bien ahí eh. Al menos si hay alguien en la casa tendrás mejores reflejos para defender a tu familia.
La puerta de los niños está entre abierta. Pésima señal, te aferras con más fuerza al bate, aceleras el paso al ritmo de tu corazón. Todo está demasiado tranquilo, los niños duermen, incluso sonríen. Como el padre tierno que eres rozas sus cabellos con la mano.  Se escucha otra vez un ruido extraño, viene del sótano. La única puerta que no te atreviste a abrir en el piso de abajo. Una especie de lamento agonizante, por favor no bajes ¡ve a ver a tu mujer, por dios! Por fin me haces caso, también su puerta está abierta. La abres con miedo, lentamente, la madera chirría y la puerta cede imagen a tu cama y a tu mujer cubierta en cobijas y en un sueño profundo, quizá demasiado. ¿Está respirando?
Sí, vaya que respira, lentamente, se ve tan hermosa.  Acaricias su cabello, te reconoce, susurra tu nombre en sus sueños. Están bien, quizá no ha sido nada, quizá el alcohol no se te bajó y por eso has estado tan paranoico, todo está bien ¿lo ves? El mundo no es un lugar tan malo como crees, hay muchas cosas que valen la pena, como esa linda familia que tienes, ese trabajo demandante pero bien remunerado, esos libros tirados en un pasillo de tu casa, tus amigos, las cosas que has visto, que sabes, todo eso que conforma tu existencia, tan insignificante para el universo pero tan valiosa para ti y las personas que te conocen.
De nuevo suena ese ruido. Un lamento que resuena en todas las paredes de la casa, como si la casa misma lo estuviera emitiendo, se va apagando hasta que sólo se escucha debajo de la escalera. Al lamento le sigue el más profundo silencio, después los grillos. Esos malditos grillos, hoy, ayer y siempre.  El lamento sólo tú lo has escuchado aparentemente, ese sonido espeluznante que te aterriza en la realidad, que te hace ver que también existe el mal. Quizá Dios tenga un gran sentido del humor después de todo.
Bajas con celeridad y decisión, ya sin tropezar el andar y con la seguridad del hombre que acaba de ver su vida reivindicada, abres con decisión la puerta del sótano y te das cuenta que la espesura que rodeaba tu casa no era oscuridad, que lo que sale del sótano (y se empieza a apoderar de tu sala, tu cocina todo tu primer piso y más tarde el segundo) es la verdadera oscuridad. El negro más puro que jamás has visto se desborda por la puerta con el gruñido feroz de un animal liberado. Tras el aullido aparece una luz en el sótano, es una vela que se enciende sola. Y tú, tan sensato como eres vas a apagarla, cada escalón hacia el sótano tienes más miedo, más y más miedo, pero eres irreductible, apagarás la vela aún si la vida se te fuera en ello. Llegas a la vela, la única luz que hay en toda la casa, en un sótano y tú vas y la quieres apagar.  ¿Qué te dije de las sombras? Es muy tarde, la sombra está detrás de ti, sonriendo. Toma tu cabeza y rompe tu cuello en un instante y arrastra tu cuerpo a la oscuridad de la que nunca saldrá.  La sombra…sonríe. Ya no se lamenta, sonríe. Toma tu forma. Tomo tu forma, tu cuerpo. Tu sonrisa. Tomo tu familia, tu esposa, tus dos hijos, tu casa, tu empleo, tu auto, tu perro, tus amigos, tus gustos y tus problemas, lo que sabes y lo que ignoras: dejo la pavorosa omnisciencia. Apago la vela, apago tu existencia, subo los escalones cada vez con menos miedo, cierro el sótano para siempre y me voy a dormir a mi cuarto, en mi cama,  con mi mujer. Ni los grillos impedirán mi sueño.

                                                                         

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