Presentación

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miércoles, 27 de enero de 2016

Soledad

Mira acá, ésta es mi sala favorita. No podría traerte y no mostrarte esto. Ésa del fondo me parece la pintura más interesante de todo el recinto. Cuando en las noches no tengo nada qué hacer, contemplo los diversos cuadros que hay por aquí, pero ése siempre ha sido el que más me gusta mirar. Yo no sé interpretar los cuadros como hacen los críticos, pero me he fijado mucho en los detalles de este lienzo. Ya desde el primer vistazo es impresionante, pero cuando vas reconociendo cada parte se va volviendo muy sugerente, así lo considero, creo que te deja pensando. Tal vez es que me identifico con los personajes o que me atrapan sus expresiones tan vivas.
        Allí, en las esquinas superiores, entre la penumbra se alcanzan a ver, muy tenues, los detalles de las paredes y el techo de la habitación. ¿Los ves? Le dan un aire de cierto lujo, pero a la vez resultan un tanto lúgubres y anticuados. Parece una habitación amplia. Aunque sólo se alcanza a ver una parte mínima en el encuadre. ¿Ves cómo en el fondo del cuadro aparecen las siluetas de algunos muebles: un par de sillas de madera en el centro, una mesita con una lámpara de pantalla cónica que se encuentra apagada en el lado izquierdo, un fonógrafo arrinconado a la derecha y, a la izquierda de este último, un bonito sillón acolchonado? Yo creo que es una sala de estudio.
       Apenas comenzando a descender desde el borde superior del cuadro, la mirada se topa con una lámpara de escritorio cuyo delgado soporte se alarga por el lado derecho de la pieza casi hasta el borde inferior del lienzo, terminando en una base circular —que la perspectiva del dibujo la hace aparecer como un óvalo broncíneo con algunos relieves que producen pequeños destellos a lo largo de su orilla. Ésta es la única fuente de luz que aparece en la escena, ¿lo notas? Todas las demás figuras deben su apariencia a la radiante luz de ese objeto que, sin embargo, ilumina principalmente las cosas que le quedan debajo. Debajo de esa lámpara aparecen los objetos más definidos: los rostros de los personajes, las manos del que se encuentra a la izquierda y el cuaderno que éstas sostienen y la superficie del escritorio, que se extiende por casi toda la parte inferior de la pintura y sobre la que reposa la base de la lámpara. Todos estos objetos muestran un contraste muy marcado entre luz y oscuridad, lo cual les proporciona unas sombras muy nítidas y acentúa fuertemente las expresiones faciales de los personajes, exaltando en ellos una aparente melancolía.
      Como puedes apreciar, hay dos personajes en la escena. El que se encuentra colocado de perfil en el lado izquierdo del cuadro, como si estuviese sentado ante el escritorio —si bien la parte inferior de su torso se pierde en la sobra por privarlo de luz el escritorio, que queda a su derecha— parece ser el propietario del cuaderno y autor de las líneas que en éste último se hayan escritas y que nos resultan legibles gracias a la truqueada perspectiva en que se haya dibujada la figura de ese artefacto. Siempre me he preguntado si lleva algún pañuelo doblado en el bolsillo de su saco gris, pues, como ves, el saco aparece abierto, exponiendo el chaleco y la corbata del hombre, y debido a ello no es posible ver el bolsillo; por alguna razón, cuando estoy mirando la pintura suelo imaginarme que si el hombre se levantara y girara mostraría la esquina de un pañuelo blanco asomando por la ranura de ese supuesto bolsillo —no sé si lo imagino así porque el otro personaje sí muestra un pañuelo blanco en el bolsillo de su saco azul. Mira sus ojos decaídos que apuntan a la página del libro, su frente y entrecejo que se hayan fruncidos, más en actitud de tristeza que de enojo, y su boca entreabierta, como si estuviese recitando sombríamente para el otro esas líneas:

La angustia humana ante la soledad reside en el reconocimiento de que sólo parecemos ser necesarios para los demás humanos y sólo con ellos y en ellos podríamos encontrar nuestro propio sentido. El dolor de soledad es no saberse necesario ni relevante para nadie, es enfrentarse al modo más crudo de la efimeridad de la propia vida.
Pero ahora veamos a su compañero, que se encuentra detrás del escritorio en la parte central de la composición, aunque un poco cargado hacia la derecha de la misma. Parece estar de pie, apreciamos la parte frontal de su cuerpo, aunque la parte inferior está bloqueada por la imagen del escritorio, sobre el que se recarga con sus manos al inclinarse para aproximarse al rostro del otro personaje. Si bien muestra algo de consternación por las palabras de su amigo, parece mucho más tenaz y mira fijamente el rostro de su amigo con los ojos bien abiertos, con una expresión más bien inquisitiva —¿lo notas?— como preguntándole “¿Y eso es todo? ¿No hay nada más detrás de las personas en quienes encontramos nuestro propio sentido?”

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L. Pulpdam

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