Presentación

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jueves, 28 de enero de 2016

¡Un gran puñado!

“Hombres, amaos los unos a los otros” ¿quién lo dijo? ¿Qué mandamiento es éste? El péndulo sigue en su tic-tac insensible, despiadado. Las dos de la madrugada. Sus zapatitos están junto a su camita como si la esperasen… No, realmente, cuando se la lleven mañana, ¿qué será de mí?
“La mansa” Dostoyevsky

           Todos hablan del amor y, sin embargo, parece que nadie lo conoce. Se parte del ideal de que el amor es lo mejor que le podrá suceder a los hombres. Pero ¿cómo reaccionaríamos ante la situación donde el amor ha sido el causante de que el ser amado decida terminar con su existencia? Generalmente sucede lo contrario, es decir, el amante al no encontrar correspondencia, decide volarse la tapa de los sesos. Prescindiendo de todo lo que se pueda decir al respecto y, de esta situación, lo sorprendente es darse cuenta de la envergadura del amor. Y es aquí donde éste deja de ser ese ideal con el que la mayoría se casa. Pues en situaciones donde el amor acaba con la existencia, hay que reconsiderar qué tan aceptable es eso de que “es lo mejor que le puede suceder a los hombres”.
            Puede quedarse convencido de que el amor no destruye, pero si esto fuese así, por qué la opinión, en su mayoría, se reduce a que el amor se remite a las vivencias de experiencias que dañan. Regularmente, se hace mayor mención de los malos estragos. Y entre tantos comentarios y experiencias, se teje una maraña donde el amor es un ideal fantástico, carente de realidad, del que sólo los poetas creen y permanece encerrado en las páginas de los libros. Y por este falso convencimiento, el amor es algo ajeno que no existe en esta “nueva realidad”. No causa sorpresa que la mayoría de los, aparentemente enamorados, regresen a casa con lágrimas y, no con una sonrisa. Y que sean más los momentos desagradables que los favorables.
            Sin embargo, el contraste con ello son aquellas situaciones donde el amor aterra, tanto que lleva al amado a aventarse de un precipicio. Y, no obstante, se da cuenta que finalmente el amor sigue apareciendo como dañino. Pese a todos los esfuerzos que se haga, ese ser sigue atormentado y poseído por un delirio que consiste en no poder corresponder con el ideal que el amante ha inaugurado. Toda esa divinidad que el amante infunde en su amado, despierta el deseo de salir huyendo, por parte del amado, para no causar un mayor daño al desilusionarle.

Son tantos sueños que parecen serle ajenos, tantas esperanzas depositadas en ella que parecen describir a otra persona, tanto así que se ha dado cuenta de que no es ella a quién él ama. Es mayor el miedo que el amor y, esto la ha impulsado a suspender en el aire su existencia. Ha depositado sus sueños y posibles esperanzas en el lugar donde comienza la vida, pero también donde termina. Ella ha teñido su final en “un puñado” rojo, mismo puñado que es un balde de agua fría y, por el resto de sus días  atormentará la existencia del prestamista. Ella ya no está y, el reloj no deja de recordarle lo tarde que llegó. Los muros le oprimen el corazón. Y la ausencia le reclama lo mucho que la amó, pero también el daño que le causó. La soledad lo comienza a convencer de que él mató a “La mansa”.  Y curioso final es que siendo él prestamista, jamás devolverá lo que nunca le perteneció. 

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