La
lógica del poder
La convicción de que la
política requiere de la retórica está mal evaluada en nuestros días, a pesar de
ser evidente. Se une a la lista de cosas evidentes, pero de difícil explicación
seria, como el movimiento, el hombre, y el mundo en general. La lógica del
poder, como interpretación del sostén político, a pesar de no ser simple, ha
jugado mucho en contra del correcto entendimiento de dicho vínculo. En efecto,
en esa lógica de dobles intenciones, maquiavelismos de todo tipo,
conspiraciones, revolución y tiranos de caricatura se diluye el modo correcto
de entender la política nacional y la política en general. Es, por ende, una
lógica insuficiente que vicia la explicación de algo esencial en el hombre: el
lenguaje y su relación con lo público y lo común.
La interpretación actual de la
retórica, comúnmente, proviene de su asociación con lo turbio y lo encubierto.
Creemos, inmediatamente, que convencer siempre es una especie de dominio. Quizá
digamos que pensar lo contrario es idealismo, pero quedarnos con lo que ofrece
esta explicación es pecar doblemente de parquedad en la explicación. ¿De qué
manera es posible el mismo poder, tan celebrado y asumido por el mundo moderno?
Nuestra formación llama inmediatamente a un eco del pasado: al poder lo
fundamentan la astucia y la ambición personal. Ahí se acaba la explicación. La
diferencia sustancial entre los hombres está representada en la intensidad de la
ambición, y la retórica es un instrumento político, no precisamente en el mejor
de los sentidos posible, sino político como medio de manejo, siempre al
servicio del individuo.
No obstante, el rey sin
súbditos no puede ser rey, y el príncipe sin vasallos no es más que un pobre
loco. Incluso la democracia sin líderes momentáneos, en un caso inverso, no
pasaría de ser un “club”. La lógica del poder puede ser muy eficiente para
quien se quiere prevenir de los abusos, pero termina siendo inservible para
quitarnos el sabor amargo ante la imposibilidad de dar mejor razón de los actos
humanos. Cuando somos injustos con la retórica, es porque dicha lógica nos deja
en ascuas ante la verdadera pregunta de la política: ¿qué es lo justo? Es la
pregunta principal porque sólo con base en la relación pública que requiere un
juicio, entre lo mío, lo de otros, y la confluencia de ambos en la organización
política, se da de manera efectiva (no en el sentido actual) la posibilidad de
vivir bien, que todos vemos imposible bajo el mando político inestable.
Puede que el papel tan
cotidiano de la retórica hasta en los hechos más cotidianos parezca
desvirtuarla; sin embargo, creo que es por ese papel cotidiano por donde
habríamos de empezar si queremos recuperar la posibilidad de hablar bien de
ella. Por la injusticia hablará la retórica de los hombres; pero también al
revés. Más allá de los nacionalismos, el ingenio de un discurso no lo hace
tiránico, sino brillante. Lo brillante viene del conocimiento que el orador
tiene de la situación y de los hombres a los que se dirige; los discursos
buenos lo son tanto por su producción como por la causa de la que intentan
convencer. En el ocaso del nihilismo, recuperar el acceso público a lo bueno
mediante los efectos consabidos de la palabra no sólo abriría la puerta hacia
el desengaño de la democracia moderna
del progreso, nos permitiría comentar a profundidad nuestra crisis, valorándola
desde la insuficiencia de la lógica del poder. La retórica muestra una cosa de
apariencia sencilla, pero intrincada hasta la complejidad: la posibilidad de
convencer a alguien, aun teniendo propósitos oscuros, no existiría sin la
distinción entre lo verosímil y su contrario. El necio Menón no puede aprender
ya nada, convencido de que la filosofía es inútil; pero la fuerza de su necedad
emanaba de lo convencido que estaba de otra cosa, y no únicamente de su poca
inteligencia.
La sombra de la historia es una
versión culta de un maquiavelismo. Mejor dicho, es su fruto más grande. A la
luz de ella, se justifican siempre los cambios políticos en función de una
causa general. La retórica se modifica, según esto, por la presencia innegable
de la mano del progreso. Se modifica para presentar como única salida, frente a
los empellones del histórico espíritu humano, a la interpretación de lo
político en función de lo efectivo, de la paz moderna. Decisivo será que
podamos todavía dar razón, lo cual no hace el progreso y sí, sobre todo, la
retórica, que es parte importante en dar razón tanto de lo justo como de lo
injusto. Decisivo será intentar remover la fantasmagoría del estado, y entender
lo humano sin la lógica del poder que él implica.
Tacitus
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