Sé que todos en algún momento
hemos olvidado cosas que, creamos o no importantes, influyen en el modo en el
que pensamos o actuamos frente a tales o cuales situaciones. Por ejemplo, el
otro día olvidé que no había lavado trastes en días y me molesté porque mi
abuela me había insinuado ´sutilmente´ que hiciera algo de quehacer. Pero hoy,
en este breve escrito, quisiera recordarles otra cosa. Algo que sin duda
sabemos pero no siempre tenemos presente y por ello a veces desdeñamos a otros
y sentimos que odiamos a quienes habitan con nosotros: ¡Hora que me acuerdo, el
otro (rico, pobre, drogadicto, enfermo, loco, gordo, tonto, guapo, inteligente,
etc.) es parecido a mí! Pero esperen, tampoco digo que todos somos totalmente
iguales, porque la diferencia es clara. Sin embargo, aunque viniera Aristóteles
y nos recordara que algunos hombres nacieron amos y otros esclavos, yo, en lo
personal, defendería a los esclavos diciendo que quien tenga mentalidad de amo
no significa que puede mofarse, maltratar, y hacer demás cosas denigrantes a
los (supuestos) esclavos. Pero bueno, esto dejémoslo para otro escrito. Por
ahora quiero enfocarme en el pensamiento, muchas veces olvidado de que “el otro
es como yo (o tú, o él, o quien sea)”.
Ahora, ustedes como lectores
pueden llegar a pensar que con lo antes dicho acabo de proclamarme cristiana
mocha o hippie-mugrosa debido a que en cierto modo estoy diciendo que todos
somos hermanos, hijos de la madre naturaleza/Dios, y es cierto, pero la verdad
es lo de menos. Con esto quiero decir que este pensamiento no es parte de
ninguna ideología, o tal vez sí, pero yo lo veo más como algo que ya tenemos
dentro, no es necesario razonarlo demasiado para ver lo necesario de tal. Hablo
del respeto y de la valoración a los otros hombres. No me parece correcto
voltear a ver al vagabundo con mirada de quien está en el zoológico; no me
parece justo ver al drogadicto como basura; tampoco cuando insultamos por
placer, cuando golpeamos, cuando mandamos porque simplemente queremos; ni me parece
el dejar de escuchar al gordo simplemente porque pensamos que lo único
importante que cruza por su mente es la elección entre chocolate y fresa. Pero
la realidad es que muchas veces lo olvidamos, consciente o inconscientemente, y
esto afecta nuestra relación con los otros, nos jerarquiza con argumentos que
no son válidos. Incluso al sentirnos superiores porque pensamos que nosotros,
como pacifistas conscientes, nunca dejamos de tener presente que el otro es como
nosotros, caemos un poco en este pensamiento no correcto, seguimos denigrando a
aquellos que lo olvidan y los vemos con cara de desapruebo. Pero ¿saben qué? Lo
confieso, yo también lo he olvidado y he tardado en tarde cuenta, me arrepiento
pero a veces se escapa. Lo importante es identificar esos momentos e impedir
que se vuelvan a repetir. El ejercicio es constante, no se nos debe escapar de
la mente. Pero ¡bah!, me doy por bien servida con que me lean y lo piensen un
poco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario