Presentación

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lunes, 30 de mayo de 2016

De política y escritores

De política y escritores
Es difícil saber cuál es el lugar político del escritor. Sobre todo en tiempos de emergencia. No es que las demandas de los tiempos exijan cosas variables a su trabajo; puede que su lugar siempre sea el mismo, a pesar del cambio de los tiempos. Es decir, que no es del todo acertado decir que se merezcan obras urgentes, acordes a la desesperación de la vida política. La revolución no es obligación de la palabra. Aceptar que el lugar principal del escritor está en la oratoria sindical, o en la rebelión contra la mafia del poder, es coincidir en que lo que menos necesitamos es la verdad. El escritor funciona como parte de la retórica de la política moderna. Es importante pensar su verdadero lugar si queremos entender la tiranía.
Uno no puede aceptar simplemente que los mejores escritores son los que toman claramente el bando de los buenos. Eso reduciría en gran medida el trabajo que significa entender bien a un escritor: no hay claridad en torno a cuál es el bando bueno. El único compromiso del escritor es hacer bien su trabajo. Y su trabajo no puede reducirse a la crítica. Su opinión política importa en la medida que pueda accederse a la verdad de la política. Las burlas, sátiras, denuncias y críticas no son nada sin ello. Si necesitamos escritores que nos revelen lo que hemos de hacer, es porque hemos de admitir tácitamente que la política es un fracaso total. Es decir, que la verdad era para tiempos menos desesperados.
Ningún escritor, por más posmoderno que sea, desconfía de que su palabra tenga valor frente a su lector. No es el caso, tampoco, que los buenos escritores sean los mejor entendidos. Sucede de manera inversa, y creo que es por una buena razón. Los buenos escritores sabían de lo que hablaban, por muy complejo que fuera. De hecho, el conocimiento de su uso de la palabra brota de su conocimiento de las cosas que referían. La sabiduría de Cervantes en el Quijote, hecha en lengua “vulgar”, está hecha para muchos lectores, pues su intención de hablar de aventuras se asocia muy bien con la posibilidad de encontrar lo serio en lo risible. Ese libro no deja de ser bueno porque pueda ser tomado por un cuento entretenido. Aún como libro de cuentos es excelente.
Es falso decir que una obra así sea hecha con fines meramente políticos, en el sentido más simple de política. Pero no es del todo falso decir que su sabiduría tenga algo político que enseñarnos. La labor de Cervantes no es la del reformador social. Leer su obra, como he dicho, no hace de todos hombres mejores, puesto que puede tomarse como entretenimiento. Ni siquiera Goethe, que decía que sus obras estaban dirigidas a gente selecta, podía decir que su obra no tuviera, por eso mismo, una enseñanza política. Las falsedades que en torno a Nietzsche han surgido en relación con la dictadura muestran el nervio del problema, sin por ello responsabilizar directamente al mismo Nietzsche. En los tres, es tan grande el juego de sombras como las trampas a los lectores, que en ello se reconoce su maestría. Antes de decidir si el valor de sus ideas es el del instrumento político, tendríamos que juzgar mejor si podemos decir que entendemos bien la política. Leer bien conlleva reconocer el prejuicio de la instrumentalización política, de las “ideas” como acceso a los escritores. Sólo así podremos navegar en su sabiduría.




Tacitus

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