De política y escritores
Es
difícil saber cuál es el lugar político del escritor. Sobre todo en tiempos de
emergencia. No es que las demandas de los tiempos exijan cosas variables a su
trabajo; puede que su lugar siempre sea el mismo, a pesar del cambio de los
tiempos. Es decir, que no es del todo acertado decir que se merezcan obras
urgentes, acordes a la desesperación de la vida política. La revolución no es
obligación de la palabra. Aceptar que el lugar principal del escritor está en
la oratoria sindical, o en la rebelión contra la mafia del poder, es coincidir
en que lo que menos necesitamos es la verdad. El escritor funciona como parte
de la retórica de la política moderna. Es importante pensar su verdadero lugar
si queremos entender la tiranía.
Uno
no puede aceptar simplemente que los mejores escritores son los que toman
claramente el bando de los buenos. Eso reduciría en gran medida el trabajo que
significa entender bien a un escritor: no hay claridad en torno a cuál es el
bando bueno. El único compromiso del escritor es hacer bien su trabajo. Y su
trabajo no puede reducirse a la crítica. Su opinión política importa en la
medida que pueda accederse a la verdad de la política. Las burlas, sátiras,
denuncias y críticas no son nada sin ello. Si necesitamos escritores que nos
revelen lo que hemos de hacer, es porque hemos de admitir tácitamente que la
política es un fracaso total. Es decir, que la verdad era para tiempos menos
desesperados.
Ningún
escritor, por más posmoderno que sea, desconfía de que su palabra tenga valor
frente a su lector. No es el caso, tampoco, que los buenos escritores sean los
mejor entendidos. Sucede de manera inversa, y creo que es por una buena razón.
Los buenos escritores sabían de lo que hablaban, por muy complejo que fuera. De
hecho, el conocimiento de su uso de la palabra brota de su conocimiento de las
cosas que referían. La sabiduría de Cervantes en el Quijote, hecha en lengua
“vulgar”, está hecha para muchos lectores, pues su intención de hablar de
aventuras se asocia muy bien con la posibilidad de encontrar lo serio en lo
risible. Ese libro no deja de ser bueno porque pueda ser tomado por un cuento
entretenido. Aún como libro de cuentos es excelente.
Es
falso decir que una obra así sea hecha con fines meramente políticos, en el
sentido más simple de política. Pero no es del todo falso decir que su
sabiduría tenga algo político que enseñarnos. La labor de Cervantes no es la
del reformador social. Leer su obra, como he dicho, no hace de todos hombres
mejores, puesto que puede tomarse como entretenimiento. Ni siquiera Goethe, que
decía que sus obras estaban dirigidas a gente selecta, podía decir que su obra
no tuviera, por eso mismo, una enseñanza política. Las falsedades que en torno
a Nietzsche han surgido en relación con la dictadura muestran el nervio del
problema, sin por ello responsabilizar directamente al mismo Nietzsche. En los
tres, es tan grande el juego de sombras como las trampas a los lectores, que en
ello se reconoce su maestría. Antes de decidir si el valor de sus ideas es el del
instrumento político, tendríamos que juzgar mejor si podemos decir que
entendemos bien la política. Leer bien conlleva reconocer el prejuicio de la
instrumentalización política, de las “ideas” como acceso a los escritores. Sólo
así podremos navegar en su sabiduría.
Tacitus
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