TERCER
ACTO
Nescit homo finem suum;
sed sicut pisces capiuntur hamo,
et sicut aves laqueo comprehenduntur,
sic capiuntur homines in tempore malo,
cum eius extemplo supervenerit.
El hombre no conoce su fin;
así como el pez cogido en la red,
y al igual que el ave aprisionada en el lazo,
así los hombres son tomados por el mal tiempo
cuando al punto les sobreviene.
Teódulo, el
guerrero sin comparativos, logró llegar a Oblivion tras muchas penurias y
asperezas. En la entrada, un arco daba paso a un largo puente, en cuyos pilares
estaba grabado la insignia del medallón que su esposa le diera antes de morir. Fue
así como Teódulo entendió por qué le dijo “donde las luces tocan la tierra”; es
decir, su camino tuvo que ser muy largo para darse cuenta que ese lugar no era sino
aquel donde la mano de Dios se une con su Creación, de modo que, ¿para qué ir a
la tierra de los muertos? Para recuperar a su esposa e hija, según nuestro guerrero.
Teódulo vivió creyendo en lo que para
muchos era una ilusión, una entretenida fantasía, un cuento para niños, pues
sólo así su existencia seguía teniendo un propósito. Decían que en Oblivion los
viajeros hallaban lo que más deseaban en el mundo, pero cada uno veía cosas
distintas, de modo que nadie sabía qué le deparaba en aquel lugar. Al final del
puente se hallaba una cabaña en medio de una hermosa pradera; y juzgando por la
iluminación que las ventanas traslucían, nuestro héroe no dudo en acercarse
para reunirse, según él, con su familia.
Pero no hay garantía para lo que, bajo
la creencia de una larga espera, como en sueños, perseguimos con tanto afán y
presteza. Nuestro héroe, al abrir la puerta de la cabaña, no halló a nadie.
Nadie parecía vivir en aquel lugar, sin embargo, tuvo la sensación de que la
cabaña sólo lo esperaba a él. Teódulo enfureció, maldijo a su Dios y tomó su
espada. No faltaba más para comprender por qué se llamaba la tierra de los
muertos. En el pórtico, viendo la luna, puso fin a su existencia.
Aurelius
No hay comentarios:
Publicar un comentario