Pequeño teatro nacional
Canta el mariachi desde la esquina más sombría de
la taberna el deseo nacional:
Afortunado en el juego, desafortunado
en el amor.
En la barra, mientras brinda alegremente con sus amigos, piensa
amargamente Juan en lo que le dijo Enrique desde su Soledad coronada:
“La hipocresía azteca es
casi perfecta, por eso nadie la descubre hasta tener clavado en el vientre un
cuchillo de pedernal.”
El cantinero, con desprecio, juzga a sus necesarios
clientes:
Quieren malherir a su
mala suerte, jugando cual tahúres a siempre perder con floridos juegos
complicados para nunca ganar enamorándose...
El jugador en turno y mientras lanza los dados:
Nadie quiere perder,
pero ya estará de Dios, el dios de la desgracia.
Un silencio espectral
se entrelaza con los requintos de la guitarra, y sigue la farsa.
Javel
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