Presentación

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lunes, 20 de junio de 2016

Yo también elegí la vida

Claro ha sido para todos mis más fieles seguidores y para mis más acérrimos detractores que me he ausentado de este fabuloso quehacer por tanto tiempo. Ya he ofrecido disculpas muchas veces (aunque, gracias a Dios, no tantas) por mis ausencias. Y hoy me siento feliz por poder expresarles de manera más fluida lo que me ha mantenido pensando estas últimas semanas.
Muchos podrían pensar que en esta entrada veré, con quienes gusten, si la vida es un sueño de Adán o no, o qué sinonimia existe entre la Voluntad de Dios y el Libre Albedrío. Sin embargo, no lo haré así por el momento. Prefiero hablarles del gusto que me da estar vivo. No leerán un ensayo, ni un relato, ni un tratado, ni nada que se le asemeje a esos fabulosos trabajos que adornan los libreros. Leerán mi alma o un fragmento de ella. Para quienes creen que me conocen: no me creerán; quienes lo saben: lo sabrán; y quienes no tienen ningún prejuicio en mi contra porque no me conocen o porque no les intereso: no les molestará (a no ser que mi estilo sea definitivamente una tortura a la razón). Hoy tengo ganas de vivir a través de mi escrito.
¿A quién le gusta vivir en un mundo como este? Está lleno de corrupción, de fragilidad, de inconformidad, de egoísmo, de egolatría, de mucha, y poca al mismo tiempo, reflexión, de indiferencia ante nuestra propia vida; está pasando por un periodo en el que los países sólo pueden instarnos al llanto con sus derrochadoras políticas: derrochan muerte y destrucción; está pasando por la lejanía de Dios y la cercanía de los vídeojuegos que permiten a los hombres matar sin matar; está en un periodo en el que solamente un genocidio parece ser la solución, el destino y la libertad de veras. Vemos gente comiendo tacos en cada taquería como si no hubiera otros sufriendo por la explotación de sus pueblos. Vemos hombres muriendo mientras otros sólo se pierden en el alcohol. Vemos clérigos devastando la esperanza de un pueblo que ya ni siquiera sabe que la tiene.
Sin embargo, vivir es tan bueno como un par de tacos gigantes, de esos de “cómase dos con una Coca, y no paga”. ¿Por qué es bueno? Porque con cada acción que realizamos, nos encontramos en posibilidades de hacer el bien. No podemos hacer que el niño de la calle deje de tener frío. No podemos detener las balas que atraviesan a los hombres en Medio Oriente. No podemos robar al Vaticano para darle de comer a los niños anémicos en África. Tampoco podemos dormir a los desahuciados para apresurar su reunión con Dios. Mucho menos podemos darle, a todos, la verdad absoluta. Y, al no hacerlo, no pecamos de omisión, solamente conocemos los alcances de las acciones del hombre, es decir: el hombre puede hacer lo que puede, y ya. Por lo anterior se podría decir que estamos llamados al mejoramiento de nuestra persona para poder hacer mucho más por el mundo, y que al no hacerlo estamos alejándonos del camino del bien. Nos la pasamos deseando tanto nuestra propia superación que no atendemos al hecho de que en el Bien uno no puede superarse. Es igual de bueno dar un verdadero beso de amor a nuestra madre que salvar a trescientos prisioneros de guerra, y esto es porque si se hace con un sincero deseo del bien nos acercamos más al mismo. Quizá a eso estamos llamados en la vida: al Bien. Por eso me encanta vivir, porque, por más que el mundo se esté, como dicen, desmoronando a grandísimos pedazos, las personas pueden ser siempre buenas y permitir a los otros ser buenos.
Yo no soy bueno, pero ¡cómo me encanta pensar que puedo serlo! Como Elena Pérez Hoyos: elegí la vida.

Talio


Maltratando a la musa

                 Luciernagas

Empiezan la vida con grandes deseos
de brillar para siempre en un futuro
y pasan la niñez llena de apuro,
mientras, de los árboles, se vuelven reos.

Llega el momento de salir al mundo.
Bendito sea el sol que se llevó la lluvia.
Bendita la noche que siempre les guía.
Llega el momento de ir a lo profundo.

La negra noche les muestra al ajeno
que sólo es ajeno porque otros lo creen;
les hace saber que todo ahí es bueno

porque hace perpetuo (su forma) su ser.
No mis amigos, no hablo del humano,

hablo del insecto lampyridae.

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