La
voluntad de Dios y el libre albedrío son dos ideas que todo buen ateo tiene
sumamente presentes, y completamente claras, para incomodar a todo aquel que,
bien o mal, ande por la viña del Señor profesando que lo conoce. Dice el ateo
–al menos el que yo conozco– que si uno es libre de hacer lo que quiera puede
desafiar la voluntad del Padre, limitando sus poderes y relegándolo lejos de la
omnipotencia, o, en todo caso, poniéndonos a su nivel; dice también, contrario
a lo anterior, que si La Voluntad es omnipotente, el libre albedrío es un mal
chiste que da esperanzas falsas a todos los que creen actuar debido a él. Ambos
razonamientos se aprecian muy atinados cuando de poner peros se trata; muy
atinados, también, parecen cuando de pensar nimiamente se trata. Yo no vengo aquí
con aires de grandeza a decir que sí le he pensado harto profundo, pero sí a
proponer que se le ponga un poco más de cuidado a este par de determinantes
actorales cuando de criticar al hombre, al cosmos, a Dios, se trate. Bueno será
saber, en este respecto, a qué se refiere uno cuando mienta La voluntad y el
libre albedrío. Afortunada o desafortunadamente –según vean el vaso,
pequeñuelos– no hay definiciones para tan complicados conceptos, por lo cual
será mi reflexión la que ofreceré con la esperanza de que me echen ustedes la vaisa, en el caso de que errado esté. Dado lo anterior, no queda más que echar el
anzuelo, a ver qué se pica. Yo creo haber picado que libre albedrío y Voluntad
son una misma cosa, pues ambas nacen
y mueren en la vida del viador, son
motor y movimiento del que desea ser bueno.
La
Voluntad de Dios es santa y para siempre estable, dice por ahí un salmo
–ustedes busquen cuál, no sean flojos–, es decir no se mueve, pues de ser móvil
no tendría sentido que Él nos llame a su casa. Dicho de otro modo: que el Sumo
Bien nos quiera buenos sería un sinsentido si no tuviera fijo el camino para
nosotros. Saber que vamos en una vía inamovible nos pone en peligro de creer
que la conocemos. Debe quedarnos claro que no es lo mismo saber que hay un
camino, que saber de qué, por qué, cómo y para qué es el mismo. Podríamos
decir, pequeños hombrecillos, que el camino es el Bien (Yo soy el camino, la verdad y la vida, dice Dios por ahí en la
Biblia); la voluntad de Dios es que seamos buenos. Nada nos puede mover de eso,
tanto así que no conozco un solo hombre que busque la muerte. Así la voluntad de Dios se nos muestra como la
oportunidad de volver a la inocencia de Adán, o de ir a sentarnos en la misma
mesa. Sin embargo, y repito, si la Voluntad de Dios fuera tan fácil de ver, no
habría siquiera uno que pretendiera resistirse a ella, ésta sería instintiva,
como si del ladrido de un perro se tratara. Creemos que está escondida porque
tenemos libre albedrío.
Asumimos que el libre albedrío es la
potencialidad del hombre de tomar sus propias decisiones y de hacer lo que le
plazca. Equivocada es nuestra asunción pues niega la posibilidad de un Bien, y
si no hay tal cosa, no puede haber libertad, pues uno tendría siquiera la menor
intención de ir hacia algún lugar. De este modo el libre albedrío es la manifestación
del deseo del bien, pues siempre va movido hacia él, y deja bien claro que cada
quien puede moverse en ese camino del modo en que mejor le parezca. Esto último
parece decir lo mismo que encabeza este párrafo, pero no es así: no es lo mismo
hacer lo que uno quiera, que ir al Bien como uno quiera, ya que lo primero
implica desesperación o soberbia, y lo segundo implica deseo del bien: esto es
lo que distingue al viador. El libre albedrío es, pues, la manifestación de que
el hombre sigue la Voluntad, pues lo vuelve consciente de lo que quiere. Claro
es también que no todos los hombres se aparecen como conscientes de esto, lo
que nos lleva a pensar por qué.
Si el hombre no piensa con cuidado
su libertad es porque asume que no hay Voluntad, sino sólo él y viceversa. De ahí
que ambas sean una misma cosa, pues ambas proponen al que quiere vivir bien, y
al que no también, una búsqueda ínsita del bien: una desde el acto, la otra de
la acción. Son una misma cosa pues ambas permiten el conocimiento de Dios; son
el vaivén de la relación entre lo humano y lo divino. Dicho de manera más
simple: el hombre es libre por la voluntad del Padre, porque él quiere que
sigamos su voluntad libremente y no de otro modo: es el máximo regalo al que el
hombre tiene acceso.
No sé si habré sido suficientemente
claro, por eso pido a quienes aún andan por estos lares, como ya dije al
principio de este bosquejo, que me tiren la vaisa
pa’ entender lo que yo solito no he podido.
Talio
Maltratando
a la musa
Los
nombradores
Las
azarosas risas
adornaron
siempre
La vida
que en las aulas
se
forjaba incipiente.
Eran
los unicornios
motores
de pasiones
que
se distraían
mirando
alrededores.
Verdades
no encontraron
estos
pelmazos hombres,
sólo
algo de sí mismos:
un
producto más noble.
Se
vieron muy de cerca
gracias
a querer pensar.
No
encontraron brillantez,
Encontraron
amistad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario