Presentación

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lunes, 18 de julio de 2016

Voluntariamente libres

La voluntad de Dios y el libre albedrío son dos ideas que todo buen ateo tiene sumamente presentes, y completamente claras, para incomodar a todo aquel que, bien o mal, ande por la viña del Señor profesando que lo conoce. Dice el ateo –al menos el que yo conozco– que si uno es libre de hacer lo que quiera puede desafiar la voluntad del Padre, limitando sus poderes y relegándolo lejos de la omnipotencia, o, en todo caso, poniéndonos a su nivel; dice también, contrario a lo anterior, que si La Voluntad es omnipotente, el libre albedrío es un mal chiste que da esperanzas falsas a todos los que creen actuar debido a él. Ambos razonamientos se aprecian muy atinados cuando de poner peros se trata; muy atinados, también, parecen cuando de pensar nimiamente se trata. Yo no vengo aquí con aires de grandeza a decir que sí le he pensado harto profundo, pero sí a proponer que se le ponga un poco más de cuidado a este par de determinantes actorales cuando de criticar al hombre, al cosmos, a Dios, se trate. Bueno será saber, en este respecto, a qué se refiere uno cuando mienta La voluntad y el libre albedrío. Afortunada o desafortunadamente –según vean el vaso, pequeñuelos– no hay definiciones para tan complicados conceptos, por lo cual será mi reflexión la que ofreceré con la esperanza de que me echen ustedes la vaisa, en el caso de que errado esté.  Dado lo anterior, no queda más que echar el anzuelo, a ver qué se pica. Yo creo haber picado que libre albedrío y Voluntad son una misma cosa, pues ambas nacen y mueren en la vida del viador, son motor y movimiento del que desea ser bueno.
            La Voluntad de Dios es santa y para siempre estable, dice por ahí un salmo –ustedes busquen cuál, no sean flojos–, es decir no se mueve, pues de ser móvil no tendría sentido que Él nos llame a su casa. Dicho de otro modo: que el Sumo Bien nos quiera buenos sería un sinsentido si no tuviera fijo el camino para nosotros. Saber que vamos en una vía inamovible nos pone en peligro de creer que la conocemos. Debe quedarnos claro que no es lo mismo saber que hay un camino, que saber de qué, por qué, cómo y para qué es el mismo. Podríamos decir, pequeños hombrecillos, que el camino es el Bien (Yo soy el camino, la verdad y la vida, dice Dios por ahí en la Biblia); la voluntad de Dios es que seamos buenos. Nada nos puede mover de eso, tanto así que no conozco un solo hombre que busque la muerte. Así la voluntad de Dios se nos muestra como la oportunidad de volver a la inocencia de Adán, o de ir a sentarnos en la misma mesa. Sin embargo, y repito, si la Voluntad de Dios fuera tan fácil de ver, no habría siquiera uno que pretendiera resistirse a ella, ésta sería instintiva, como si del ladrido de un perro se tratara. Creemos que está escondida porque tenemos libre albedrío.
            Asumimos que el libre albedrío es la potencialidad del hombre de tomar sus propias decisiones y de hacer lo que le plazca. Equivocada es nuestra asunción pues niega la posibilidad de un Bien, y si no hay tal cosa, no puede haber libertad, pues uno tendría siquiera la menor intención de ir hacia algún lugar. De este modo el libre albedrío es la manifestación del deseo del bien, pues siempre va movido hacia él, y deja bien claro que cada quien puede moverse en ese camino del modo en que mejor le parezca. Esto último parece decir lo mismo que encabeza este párrafo, pero no es así: no es lo mismo hacer lo que uno quiera, que ir al Bien como uno quiera, ya que lo primero implica desesperación o soberbia, y lo segundo implica deseo del bien: esto es lo que distingue al viador. El libre albedrío es, pues, la manifestación de que el hombre sigue la Voluntad, pues lo vuelve consciente de lo que quiere. Claro es también que no todos los hombres se aparecen como conscientes de esto, lo que nos lleva a pensar por qué.
            Si el hombre no piensa con cuidado su libertad es porque asume que no hay Voluntad, sino sólo él y viceversa. De ahí que ambas sean una misma cosa, pues ambas proponen al que quiere vivir bien, y al que no también, una búsqueda ínsita del bien: una desde el acto, la otra de la acción. Son una misma cosa pues ambas permiten el conocimiento de Dios; son el vaivén de la relación entre lo humano y lo divino. Dicho de manera más simple: el hombre es libre por la voluntad del Padre, porque él quiere que sigamos su voluntad libremente y no de otro modo: es el máximo regalo al que el hombre tiene acceso.
            No sé si habré sido suficientemente claro, por eso pido a quienes aún andan por estos lares, como ya dije al principio de este bosquejo, que me tiren la vaisa pa’ entender lo que yo solito no he podido.

Talio

Maltratando a la musa

Los nombradores

Las azarosas risas
adornaron siempre
La vida que en las aulas
se forjaba incipiente.
Eran los unicornios
motores de pasiones
que se distraían
mirando alrededores.
Verdades no encontraron
estos pelmazos hombres,
sólo algo de sí mismos:
un producto más noble.
Se vieron muy de cerca
gracias a querer pensar.
No encontraron brillantez,

Encontraron amistad.

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