Presentación

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lunes, 18 de julio de 2016

El revés de un escritor

Primero, no ofreceré excusas, sino disculpas a mis lectores. 

Hoy, nuevamente, pretendo escribirles telescopiando las imágenes interiores a través de la pluma. Y esto porque me he detenido a pensar, y más que a pensar, a desmenuzar mi traviesa inclusión en el ámbito de la escritura. Quiero compartirles un poco de cómo me vi envuelto en estos andares que, sinceramente, ya había olvidado. Bueno, en verdad nunca lo olvidé, sencillamente recordé, pues me he vuelto a leer. Así es, leí mi primer ensayo, el cual había guardado en aquella caja llena de polvo junto con mis demás trabajos académicos. En ese entonces decidí guardarlo bajo la idea de que, en un futuro, me volvería a leer por si acaso había mejorado en dicho hacer. Algo así como una cápsula de tiempo que suelen enterrar con objetos personales para futuras generaciones. Mi cápsula fue de cinco años, y aunque suenan pocos, debo decirles que me he llevado una gran sorpresa.

Algo que muy pocos saben es que yo empecé a escribir hasta la licenciatura. Nada sabía yo de reglas ortográficas, construcciones gramaticales, sintaxis ni muchos menos de los juegos o figuras literarias. En realidad jamás lo necesité. La escritura me era simplemente un montón de signos apretujados en una hoja. Pero no hay que ser modestos, claro que escribí muchas cartas a varias jovencitas, diciéndoles lo mucho que mi corazón se enardecía con su presencia. Pero fuera de eso, mi pluma (ahora teclado, como ha dicho uno de nuestros Nombradores) no tenía otra utilidad. Muy tarde comprendí que en realidad lo que me gustaba era la caligrafía, pues con esmero copiaba las fuentes de Word tratando de imitarlas, descubriendo que sólo me agradaba la apariencia de las letras. Esto, más que enorgullecerme, me avergüenza. Y más cuando descubrí que muchos de los grandes escritores hacían obras maestras con su pluma cuando yo a penas descubría la mía. El día que recibí elogios por mi pluma, creían que llevaba años practicándolo, y creo que los decepcioné cuando les dije que no fue sino hasta la licenciatura que comencé a escribir.

Pero después de leer mi primer ensayo me pregunto, ¿por qué sigo escribiendo? Éste era un mero trabajo académico, que bien puede amontonarse con la innumerable cantidad de escritos que se producen en casi cualquier licenciatura. Sin embargo, lo veo como un hijo, y al verlo digo: "cuán maltratado te ves, ¿en serio osaste presentarte así ante la mirada de otro?". Me sorprende cómo permití que una parte de mí se viera desnuda y sin protección ante un tercero. Porque en verdad que está mal vestido, lleno de imperfecciones y sumamente desaliñado. Pero sé que ese fue mi primer escrito, y lo sé por la sencilla razón de que me veo en él. No me veo en las demás cosas que llegué a escribir antes de aquél, pues su fuente no radicaba en ser un medio, todo lo contrario, un fin. Quería conocer, conocerme a mí y conocer aquello de lo cual estaba escribiendo. Y así fue como comencé a escribir.

En dicho ensayo decidí escribir sobre la amistad. Si tan sólo me hubiera detenido a pensar que semejante tema tiene un trasfondo profundo, complicado y verdaderamente hermoso, quizá hubiera optado por otro tema. ¿Qué podía saber yo en ese entonces de la amistad? No lo voy a negar, hoy pienso de manera muy distinta a como lo plasmé en ese entonces. Pero tampoco estoy diciendo que debía yo leer todos los tratados y compendios del acervo filosófico de la humanidad para poder escribir en una cuartilla qué era, para mí, la amistad, pues, evidentemente, estaba muy lejos de saber qué es "la" amistad. Y hoy todavía tengo muchas dudas al respecto. Lo importante no es esto, sino que por primera vez hablaba desde mi propia experiencia, de lo que yo pensaba. Sólo así comienzas a dejar una parte de ti en aquellos signos inertes.

Poco después quise, lo confieso, escribir con gran elocuencia. Pretendía formar figuras retóricas, emprender con sigilo e incrustar argumentos netamente artificiosos. Hoy me da risa cómo quedaba perplejo cuando me mostraban tal o cual escrito con vaivenes literarios. Pero tal estulticia me duró poco tiempo y regresé a los inicios. Lo que más me motivó en seguir el camino contrario a la elocuencia fue cuando aquel Maestro nos exigió una redacción lo más pulcra posible. Y yo decía: "¿por qué?, ¿qué ganamos con escribir sin un solo error ortográfico una cuartilla?". Pero, pequeño ingenuo, la pregunta no es qué ganamos, sino qué perdemos si no alcanzamos dicha meta.

Con el paso del tiempo me di cuenta que perdemos una de las cosas que nos hacen verdaderamente humanos: la imaginación. ¿Cómo supones que se ha podido pasar desde la escritura cuneiforme hasta el alfabeto latino si no es por aquella chispa divina? Sé que estoy arrojando una afirmacionsota, pero en el fondo me parece que así es. Claro que hay otras explicaciones, que hablen lo filólogos al respecto, que no me dejaran mentir que nuestra "a" tiene un trasfondo teológico. ¿No debería maravillarnos que somos los únicos que podemos leer? En el fondo, ¿no es la escritura aquel vínculo con lo divino? , ¿y cómo es que, hablando de un suceso tan trivial, como el encontrarse con un viejo escrito, terminas hablando con tintes místicos?

Y regreso a la pregunta: ¿por qué sigo escribiendo? Escribo porque amo escribir, con ese cariño que un padre ve a su hijo, pues deja en él una parte de sí. Con ese sentimiento recojo todo lo que he escrito desde entonces. Porque cada que escribo veo algo nuevo, de mí y de mi mundo. Y cuando uno tiene la oportunidad de compartir su pluma, quizá nada le deba a la vida, pues con ello vuela viviendo en la boca y el corazón de quien lo lee. Tal ha sido mi sorpresa.


Aurelius

2 comentarios:

  1. Me sentí bien aludido por lo de la excusas.

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    1. Quizá, mi querido Talio, las disculpas puedan ser un eufemismo de las excusas. No al revés, pues temo que los lectores puedan llegar a ofenderse. Pero en el fondo, en ambos casos reconocemos que tenemos una obligación.

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