Veintiún años de mi vida han
trascurrido en las aulas. La rutina siempre se redujo a mi principal intención,
al aprender y saber. Aunque en los primeros años no era lo suficientemente
consciente de que aprendía, pues me parece que sólo me ocupaba de repetir lo
que me decían, pues la “miss” así lo mandaba y era obligación atender a ello.
Todas las tareas asignadas por el colegio eran buenas porque éste así lo
declaraba y, los padres creían fielmente en tales preceptos. Por nuestra parte,
los estudiantes nos remetíamos a memorizar cada lección y a preocuparnos por
expresarse lo mejor posible, estar siempre aliñados, ser los mejores respecto a
modales; pues si no teníamos nada bueno que decir, era mejor callar. En
resumidas palabras, la máxima que rigió mi educación fue la memorización de
todo lo que me enseñaban.
Tiempo después, me dijeron que
la educación tradicionalista era un fiasco, pues siempre era memorizar y, ello
distaba del “verdadero proceso de enseñanza-aprendizaje”. Los argumentos
consistían en menospreciar a la memoria, ya que su función es repetir y, ésta
prescinde de la comprensión de lo que se tiene ahí frente. En ese sentido, la
insistencia se tornaba en hacer uso de mis “competencias” y dejar de memorizar
los aprendizajes. El convencimiento de que éramos estudiantes y no “robots”,
cada día se fortalecía más. Esos años de mi vida fueron opacados por una enorme
mentira.
Hace algunos días, dejé de
estar del lado opuesto del salón, ahora me encuentro enfrente ante decenas de
miradas. Y son esos ojos los que me han motivado a escribir esta pequeña
observación. No culparé, como lo hacen muchos, a las autoridades, maestros o
padres, pues esto sólo me haría partícipe de evadir el problema. Encontrar al
responsable no termina con las adversidades, mucho menos desmoronar el sistema
y, edificar uno nuevo; pues se requiere de atender a quienes nos importan, a
los estudiantes. Tampoco caeré en la mercadotecnia barata y fútil de: tú eres el futuro de tu país, pues ni yo
creo eso, lo único que sé es que me preocupa el aprendizaje. Y dando palmaditas
en la espalda o frases motivacionales a los niños, no será sinónimo de que
ellos aprenderán.
Pero esas decenas de miradas me
han dicho que el uso de competencias es un falso y absurdo método pedagógico. Y
la aplicación de las “competencias” es el enemigo del aprendizaje. El mejor
recurso para saber es la memoria, y desafortunadamente se le ha desechado. Si
la pretensión consiste en dejar de ser robots o máquinas programables, mediante
su nuevo método no se logrará, pues éste solamente lo ha propiciado y fortalecido.
Es decir, al estar frente a un grupo, hay que tomar la decisión de ocuparse y,
preocuparse en y por el aprendizaje o remitirse a la ejecución de los
mecanismos pedagógicos impuestos. Finalmente, esta experiencia me ha develado
que la antigua educación se comprometía con la enseñanza, mientras que este
nuevo camino, atiende a la ejecución de técnicas que facilitan cualquier modo
de vida. Algunos quedarán satisfechos con los resultados, otros haremos lo que
esté a nuestro alcance para atender a lo que verdaderamente exige compromiso.
Aunque esto sea merecedor de definirnos como: “maestro indisciplinado”. Mientras pueda poner camuflaje a la enseñanza,
así lo seguiré haciendo.
La educación siempre es problema en cuanto del alma se habla. La memoria es más cercana al alma que la utilidad que las competencias reclaman. Me agrada tu postura al respecto. Saludos, Analyse
ResponderEliminarMientras me permitan seguir ante un grupo, me esforzaré por cuidar de ello. Saludos, Talio!
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