Presentación

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lunes, 22 de agosto de 2016

Indigencia de la ley

Indigencia de la ley

Cuando la ley parece ausente, se dice que se debe a una negligencia humana. ¿Qué es el estado, sino el garante de la aplicación imparcial de la ley? El estado en donde la ley es una instancia que en poco o nada garantiza la justicia es un fracaso. Es una vida sinsentido. Si la ley parece requerirse, es porque la naturaleza es muda al respecto de la solución de un conflicto político, en el sentido en que ello existe en cualquier comunidad: desacuerdos en torno a la propiedad, al salario y a lo que debe regir la acción de un ser racional, como lo es el hombre. Hay diferencia entre la ley natural y la ley positiva. No es sólo que una no pueda ser cambiada: es que ahí no existe la política. Los conflictos de las abejas y las hormigas son todo, menos política.
¿Qué otorga la validez o certidumbre a una ley humana? El conflicto en torno al matrimonio homosexual, por ejemplo, es una instancia simple en donde puede aparecernos un secreto complicado. No es anticonstitucional en sentido estricto: lo constitucional puede ser modificado, como ya ha pasado. No es en perjuicio del matrimonio ni del estado: la naturalidad del deseo homoerótico no puede ser contradicha sólo por ser un problema legal; el matrimonio “normal” no desaparece si se acepta. La base de la comunidad no es la reproducción, como tampoco lo es de la familia. La ley natural poco dice sobre ello: el amor es el conflicto eterno de la política.
La ley no sirve para prohibir, sino para guiar. Es prohibición para lo inadecuado, y todo en beneficio de quien sirve: la comunidad política. El derecho es conocimiento legal, no burocracia constitucional. Por eso la ley no es una fuerza en sentido estricto. Tampoco es necesario que se diga de la ley natural. Evidentemente, el caso de la ley humana no es la necesidad. El incumplimiento de ella lo demuestra. Si es procurada por obligación, tenemos ciudadanos abnegados; si es procurada sólo en lo mínimo, quién sabe hasta qué punto pueda decirse que viva realmente bien.

La persistencia de la violencia es la herida incurable por la que mana la sangre de la ley impotente. No hay mejor muestra de ello que el imperio del crimen y la burocratización de la política; peor es todavía si ambas comparten el poder. La brutalidad y la irracionalidad juntas. Si se dijo en algún momento que la ley era una razón para los actos es porque en ella podían “medirse”. Es decir, que uno pudiera reconocer lo prohibido a partir de lo bueno. Por un lado nos domina el miedo; por otro, el silencio eterno. Política ciega. No sorprende que, para que mantener la ilusión, se requiera cambiarles el nombre a las entidades, publicitar reglamentos de tránsito y basarse en teorías de la imagen pública, antes que resarcir el daño injusto. Esos errores que pegan en la cara cuando los sufrimos de primera mano. Los mismos errores por los que no termina el agudo dolor de una cruenta herida que sólo deja el sabor terrorífico de la muerte.



Tacitus

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