Indigencia de la ley
Cuando la ley parece ausente,
se dice que se debe a una negligencia humana. ¿Qué es el estado, sino el
garante de la aplicación imparcial de la ley? El estado en donde la ley es una
instancia que en poco o nada garantiza la justicia es un fracaso. Es una vida
sinsentido. Si la ley parece requerirse, es porque la naturaleza es muda al respecto
de la solución de un conflicto político, en el sentido en que ello existe en
cualquier comunidad: desacuerdos en torno a la propiedad, al salario y a lo que
debe regir la acción de un ser racional, como lo es el hombre. Hay diferencia
entre la ley natural y la ley positiva. No es sólo que una no pueda ser
cambiada: es que ahí no existe la política. Los conflictos de las abejas y las
hormigas son todo, menos política.
¿Qué otorga la validez o
certidumbre a una ley humana? El conflicto en torno al matrimonio homosexual,
por ejemplo, es una instancia simple en donde puede aparecernos un secreto
complicado. No es anticonstitucional en sentido estricto: lo constitucional
puede ser modificado, como ya ha pasado. No es en perjuicio del matrimonio ni
del estado: la naturalidad del deseo homoerótico no puede ser contradicha sólo
por ser un problema legal; el matrimonio “normal” no desaparece si se acepta.
La base de la comunidad no es la reproducción, como tampoco lo es de la
familia. La ley natural poco dice sobre ello: el amor es el conflicto eterno de
la política.
La ley no sirve para prohibir,
sino para guiar. Es prohibición para lo inadecuado, y todo en beneficio de quien
sirve: la comunidad política. El derecho es conocimiento legal, no burocracia
constitucional. Por eso la ley no es una fuerza en sentido estricto. Tampoco es
necesario que se diga de la ley natural. Evidentemente, el caso de la ley
humana no es la necesidad. El incumplimiento de ella lo demuestra. Si es
procurada por obligación, tenemos ciudadanos abnegados; si es procurada sólo en
lo mínimo, quién sabe hasta qué punto pueda decirse que viva realmente bien.
La persistencia de la violencia
es la herida incurable por la que mana la sangre de la ley impotente. No hay
mejor muestra de ello que el imperio del crimen y la burocratización de la
política; peor es todavía si ambas comparten el poder. La brutalidad y la
irracionalidad juntas. Si se dijo en algún momento que la ley era una razón
para los actos es porque en ella podían “medirse”. Es decir, que uno pudiera
reconocer lo prohibido a partir de lo bueno. Por un lado nos domina el miedo;
por otro, el silencio eterno. Política ciega. No sorprende que, para que
mantener la ilusión, se requiera cambiarles el nombre a las entidades,
publicitar reglamentos de tránsito y basarse en teorías de la imagen pública,
antes que resarcir el daño injusto. Esos errores que pegan en la cara cuando
los sufrimos de primera mano. Los mismos errores por los que no termina el agudo dolor de una cruenta herida que sólo deja el sabor terrorífico de la muerte.
Tacitus
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