¡Qué
bonito es ir a fiestas de cumpleaños! ¿No creen? Llegas y estrechas la mano de
un montón de gente que al igual que tú, llegó y estrechó un montón de manos; al
menos ya no te sientes tan desdichado, ya sabes que otro compartió tu misma
suerte. Luego viene la hora de la comida; si los anfitriones son de esas
personas que presumen de autenticidad y originalidad no comerás pollo con mole,
acompañados de arroz rojo, al fluir de un delicioso Jarrito[1]
de x sabor. Después del espectáculo circense, por decirle de un modo muy
elegante, viene el momento que nos trajo aquí: ¡el canto, al unísono, de Las mañanitas! Y es que esta pieza,
mundialmente famosa, fruto de la inspiración del Rey David tiene escondida en
sí la máxima que revela el Todo y la Parte, y cómo todos estamos conectados de
una manera cuasipanteísta –digo cuasi,
porque no creo que el papá de Salomón fuera de este tipo de judíos– y además,
que el hombre es la medida de todas las cosas como diría nuestro buen amigo
Protágoras. La frase reza más o menos así: El
día en que tú naciste/ nacieron todas las flores... ¡Llevamos años y años y
años y años y años cantando la participación de todo y todos de un mismo ser y
no lo habíamos notado!
De entrada esto niega la creación, pues la creación ordenada
que nos cuenta el Génesis se ve impedida al saber que hombre y flor nacieron al
mismo tiempo, el mismo día. Después al dejar en claro que se le canta a un tú. David, en su sabiduría poética,
superior a la filosófica de su vástago, nos pone ante los ojos que el centro
del universo es ese tú, ¿o acaso le
cantamos las mañanitas a las flores diciendo “el día en que tú naciste/ nacieron todos los humanos? Obvio no.
–Es más creo que las flores ni tienen cumpleaños, o al menos ninguna me ha
reclamado su felicitación. Pensándolo bien, y perdón por la palabra: pinches
flores valemadristas y resentidas.
¡Cómo pueden ser valemadristas las flores si son tan bonitas!
Todo debería importarles. Si les importara el otro, florecerían hasta estar en
la mano de una mujer amada, para que ésta última pudiera ver el milagro de la
vida misma en la palma de su mano y recapacitara al llevar el milagro de la
vida en la palma de su vientre. Y son resentidas porque cómo a ellas no les
cantamos las mañanitas y nos les recalcamos esa unión ontológica entre nosotros
y ellas, creen que no tienen ningún deber para con su prójimo del reino animalia.
Ese reino animalia
que tanto odiamos. Tan es así que al comienzo de este breve escrito quedó
enteramente claro que detestamos andarle dando la mano a los demás asistentes
de una fiesta. Hay quienes no lo detestan claro, pero es porque su soledad les
ha habituado a la amabilidad. De nada nos ha servido, pues, cantar tanto Las mañanitas, ya que no hemos
encontrado nuestra unión con todo lo demás. Creo que deberíamos vender
completamente nuestra alma al diablo y en un acto de brutal progreso cantar
ahora en todas las fiestas el, afamadamente Greengo,
Happy birthday to you. Al fin y al cabo de progresistas tenemos todo.
Si malinterpreté la doctrina cristiana, judía o lo que sea:
no me importa, soy progresista.
Talio
Maltratando a la musa
Tejer de todo
Si
unimos un hilo con una aguja
unimos
la tela que crea el vestido,
que,
cubriendo al hombre desprotegido,
lo
vuelve parte de esta gran burbuja.
No
basta con ponerle ropa al cuerpo
si se
quiere formar parte del todo:
se
debe comprender, de cualquier modo,
que
por ese todo podría estar muerto.
Morir
por el todo sólo él lo puede.
Muere
el todo y se muere la parte.
Pero
el todo que también es la muerte
da a
la parte la vida por siempre,
le
quita la ropa, le vuelve fuerte,
con
hilo y aguja: ¡qué tenga suerte!
[1]
Para quienes nos siguen desde el extranjero y no saben a qué me refiero con
Jarrito: éste es un refresco oriundo de México, cuyos sabores son, en su
mayoría, de frutas; y –maravíllense como yo– no producen refresco de cola.
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