Presentación

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jueves, 18 de agosto de 2016

Instante


La plaza estaba iluminada por la luz agonizante de un día nublado. El Sol comenzaba a guardarse y parecía ser la luz artificial la que daba un matiz etéreo al asunto. Sin embargo, era ese instante sublime en el que se funde el naranja del cielo con el azul oscuro de la noche; esos colores licuados arbitrariamente, siempre haciendo el mismo espectáculo y cada uno tan distinto del otro, era la fugacidad lo que confería ese viso de perfección a aquel pedacito de vida. Era la luz de la más amada estrella que se derretía y daba paso al nacimiento de un fenix de sombras que encubre los actos que con el Sol no se llevan a cabo porque el hombre aún guarda un poco de pudor; era ese efímero instante el que asperjaba de electricidad cósmica aquel escenario. Los adoquines, las fuentes, el olor a café, los focos incrustados en el suelo, la replica de tres metros de una obra de Matisse colocada en medio de la plazuela, el viento terco, la lluvia vanidosa que intentaba a cualquier costa ser el centro de atención (fracasaba estrepitosamente) quería menguar a Bach que deleitaba con su Air de música de fondo. Todos allí, todos como elementos casuales, arrojados allí arbitrariamente como cualquier combinación de dados, todos participando de un momento perfecto: la mujer que caminó sobre uno de esos foquitos que parecían engendrar flores de luz, y  que al pasar justo por encima de uno, éste parió una enredadera de un fulgor cálido que le trepó entre las pantorrillas al mismo tiempo que ella abría una sombrilla y la luz reflejaba perfectamente su silueta exquisita en la improvisada pantalla que se supone había sido creado con el único fin de protegerla de la lluvia, ese segundo imperceptible en el que su sombra se proyectó sobre su propio paraguas y sus piernas se alargaron hasta el infinito pasó como la mayoría de las cosas hermosas en la vida: sin nadie que le prestara suficiente atención e incluso ese detalle resultaba más embellecedor. Fue una obra de arte que nació con un paso de aquella mujer de largas piernas y murió con su siguiente paso sonoro cuando ella se alejó de la hilera de foquitos que yacían enterrados en el suelo. La gente que parecía caminar y hablar en impecable anonimato, todos ellos mantenían su distancia de las dos figuras que parecían (o al menos anhelaban) ser los personajes principales de aquella puesta en escena. Con un domo sobre sus cabezas y toda la perfección del mundo rodeándoles, favoreciéndolos por un instante parecían estar suspendidos en un agujero del tiempo, parecía como si hubiesen resbalado por una grieta que los llevó a ese oasis seco en medio de la tormenta. Ella sonreía maravillada por el juego de sombras que le había obsequiado la luz, la sombrilla y una femina ignorante de su gracia. Él, a su vez, sonreía por ver vivir esa sonrisa. Se miraron un segundo después de haber visto pasar a la sombrilla con aquella mujer. Se miraron, ella sintió el calor que expedía el ser de él, siempre natural, siempre sincero y esplendido como si se hubiera tragado un foquito de aquellos  que estaban enterrados en el suelo de esa explanada. Después de un largo viaje es reconfortante una sonrisa sincera y una calidez para cobijar las ganas, después de un largo viaje era casi un obsequio divino que sus pasos le hubieran llevado ahí: a presenciar un ocaso como jamás volvería a haber otro. Después de tanto tiempo estar en guardia era un resucitar poder suspirar. Sin duda, un dios de bata raída había montado esa escena: un momento perfecto de un atardecer lluvioso con una mujer que baja la guardia y un hombre que la mira sonreír, la abraza bajo la lluvia, le entibia el cuerpo y el alma, mientras el viento sopla violentamente y todos los demás actores de relleno corren a guarecerse de la tormenta. Música clásica ambienta la escena y un museo con la exposición de Dalí se ve en el fondo. !Vaya que a Dios le gusta Woody Allen! Era imposible no dejarse fluir. Un viento gélido recorrió todo el escenario e hizo que ella se estremeciera, él se le acercó intentando protegerla con un brazo. Sus ojos se encontraron y miró a los ojos a ese hombre al que estaba tan decidida a no querer a no ceder jamás ante él. Él era de esos hombre que tejen mundos a través de palabras, de sonrisas y panoramas optimistas, era de esos hombres inteligentes que saben reír y que peor aún, saben llorar; era de esos hombres con los que hay que andarse con cautela porque de hombres así no hay retorno. Muy a pesar de todo allí estaba, mirándolo a los ojos, el sonrió con la sonrisa más cálida que había soplado en sus pestañas y penetró en sus poros, en su sangre, en su alma de mujer azul y sintió descongelársele la fe. Y en ese perfecto instante de película woodyallenezca se enteró que lo quería, a aquel hombre del que no imaginó nada, del que lo único que creyó obtener  era la muestra de cómo realmente se escribe, ahora tenía de él la inspiración de cómo realmente se vive, y le mandó una sonrisa de vuelta con toda la ternura, el agradecimiento y la admiración de quién ve el primer rayo de sol abrirse paso entre los hielos perpetuos. Y así permanecieron un segundo más, con el silencio aterciopelado y placentero de las personas que son cómplices, sin palabras porque todo ya lo había dicho sus sonrisas de bienvenida. 

Le resultaba completamente inusual no estar poniendo resistencia, no obstante se percibía que un dios con aires de cineasta se había esmerado en aquella ofrenda así que resultaba herético no ceder.  No se había sentido tan desnuda en mucho tiempo y era bochornoso poder percibir el calor que emanaba la piel de él, podía sentir la electricidad que él despedía haciéndole cosquillas. Podía ser tal vez, y sólo tal vez, que realmente ellos dos eran los protagonistas de una gran obra, tal vez Dios, con su bata abierta y sus calzoncillos expuestos era un director muy creativo y había decidido que ellos protagonizaran una obra maestra, con un final diferente, memorable, suspirable. No merecían ellos dos la vida común e insípida de la gente común e insípida. Porque ellos reían y lloraban con las escenas de las películas de directores belgas; porque ellos podían hipnotizarse y conmoverse por la danza que hacen las fuentes, porque ellos encontraban en las letras la más sincera e impetuosa manifestación de su humanidad, ellos que se besaban con las ganas enteras, ellos no merecía un desenlace común, no merecían un trabajo en oficina, ni un matrimonio basado en la mera convivencia y conformidad o tal vez sí lo merecían, pero ellos no se lo creían sentían que tenían talento para más y sin pronunciar una palabra ambos creían que todo aquello había sido montado para ellos a modo me ofrenda de paz, que la vida les ofrendaba una tregua dejándoles participar en uno de sus instantes más perfectos y significativos, haciéndoles sentir que ellos eran el centro de aquel micro cosmos. El periquete hacia sentir que todo era posible.

La noche cayó, la tormenta empezó a fatigarse y un viento helado pero más langido recorrió la piel de ella. El espectáculo había durado no más de cinco minutos y con ello su desvarío, bajó la mirada y supo que no podía permitirse ciertas fantasías, él le buscó la mirada y al encontrarse sus ojos no halló lo que buscaba. Ella se despidió con la promesa de un próximo encuentro, sin embargo sabía perfectamente que no volvería a verlo, tal vez por cobarde, tal vez porque era una pésima idea abusar de la vida, tal vez consciente de que la belleza de momentos así radica es su naturaleza perecedera. No volvieron a verse jamás.

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