Toda afirmación
sobre el hombre que afecte a su acción tiene que ver con la política. Cuando se
afirma que el hombre es egoísta, significa que todas sus acciones las hará
únicamente buscando su beneficio, lo que nos empujaría, en caso de que tal afirmación fuera verdad, a desconfiar de todas
las personas y siempre actuar con suma cautela; si la afirmación es cierta toda
amistad es falsa, el amor no existe y los grupos familiares son sumamente
sospechosos. Cuando hacemos afirmaciones que presentan una descripción
o una clasificación sobre el bien y el mal, mucho más si son afirmaciones
generales, recaen en nuestro ideal práctico de la humanidad. ¿Quien que capte el dilema y trampa de Iván Karamázov podrá afirmar
sin duda alguna que era inocente o culpable al abstenerse de actuar en pro de
su padre? (Su dilema se reduce a la pregunta: ¿por qué dejar que viva quien ha
sido un hombre malvado?) Afirmo que las afirmaciones generales son peligrosas,
y quizá malvadas, si no se han pensado con responsabilidad. Si el hombre es la
medida de todas las cosas, tanto del ser de las que son, como del ser de las
que no son, esto redunda directamente en sus acciones; la afirmación,
aparentemente relativa al modo de conocer humano, es política. Es política por
varios motivos, principalmente porque aparentemente ensalza el poder del hombre.
En el Teeteto, Sócrates usa un
excelente, perenne, ejemplo para refutar lo anterior. Acepta que cada comunidad
puede ponerse de acuerdo con respecto a su idea de justicia e implantarla en su
misma comunidad; empero, cuestiona que decidir cualquier cosa sobre la justicia
sea benéfico. La observación nos lleva a aceptar que la justicia no debe ser
injusta para el hombre. Debemos replantearnos qué es lo justo. Pero, para no
perdernos en diversos temas durante el diálogo, debe replantearse primero lo
relativo a los principios con los cuales conoce el hombre. La máxima del hombre
medida, tomada como principio del conocimiento, debe ser refutada desde sus
consecuencias directas al conocimiento.
No todos los
hombres pueden ser medida del ser porque hay ser con cualidades. Es decir, como
hay artistas que conocen las distintas cualidades de diversos seres de mejor manera que la mayoría, como el
médico en la salud del hombre o el cocinero en los alimentos, no todos pueden tener la verdad sobre todos los seres. El saber no es percepción bajo la máxima protagórica. Tampoco lo es en
cuanto a que toda percepción está en movimiento, pues aunque los seres mantengan procesos, también se perciben cualidades que mantienen regularidad. ¿Podemos ver algo que
cambie de lugar y a la vez cambie sus cualidades? Que ambos tipos de
movimientos pasen al mismo tiempo es algo casi imposible; quizá si arrancamos
una flor de la tierra y la alejamos lejos de donde pueda mantenerse siendo
flor, su descomposición no tarde demasiadas horas. Pero este ejemplo nos
muestra que es más rápido cambiar de lugar la flor que el tiempo necesario para su descomposición y que
una de las características inherentes a la flor es que debe mantenerse en
tierra o en agua para no descomponerse. No perdamos de vista que en esa parte
del diálogo se está pensando la percepción y el movimiento sin intervalos de
antes ni después; sin tener en cuenta al recuerdo ni al olvido, por lo que tampoco
hay error o acierto; sin una relación directa con la intelección, es decir, sin
que se precise en qué consiste el proceso de inteligir y relación con la
percepción. Momentáneamente podemos entender algo entre tantas dudas y preguntas socráticas (espero que no sólo se escuche
o se vea): la percepción no es suficiente para conocer el ser.
Fulladosa
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