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Vas por la calle y ves a esa gente bonita que camina directo al café,
hablando de una película extranjera que vieron en la cinéteca. Los ves
sonriendo. Al llegar al café hablan de la película, del buen actor, del
argumento social y el impacto visual de la propuesta, mientras beben
café acompañado de pastelillos empalagosos que dejaran a la mitad; no
creerán una obligación económica terminarlo y pagarán la cuenta sin
problemas. Tomarán un Uber para llegar a la casa en donde se está
gestando una fiesta. Comprarán una cerveza pues la mayoría está fumando
marihuana y al terminar beberán té, mientras hablan de la película que
vieron, de la ecología, de todas las actividades culturales y deportivas
que realizan, de que el abuelo de alguno conoció a Carlos Fuentes en
Francia mientras que el tuyo murió como un alcohólico en la plancha del
seguro social, de cómo han viajado y que lugares son más lindos, y tu
piensas en la ciudad en la que estás atorado; hablaran del gobierno, de
la impunidad y la corrupción, tomarán sorbos de té mientras comen
galletas y hablan de todos los colectivos universitarios a los que
pertenecen y las propuestas activistas que tienen; saldrá a colación lo
de las marchas pacíficas, ignorando lo que es estar detenido o el poder
de los intereses, la corrupción de los intermediarios, y el miedo de
perderlo todo; hablaran del profuso desprecio que tienen por los bienes
materiales mientras se acurrucan en el departamento pagado por sus
padres donde ellos juegan a la casita sin responsabilidades que
realmente expriman sus bolsillos; charlarán de otros idiomas y cosas
verdaderamente interesantes que desconoces porque tu educación fue
precaria y cuando no te escondías del bully de tu clase te escondías de
tu padre para no recibir un cinturonzazo; hablaran de la mala educación y
la apatía y de otros temas sociales que jamás les afectaron ni les
afectarán; sentirán la culpa que sienten los niños ricos de hoy al
pertenecer al sector petimetre del país, e intentarán generar con la
empatía la concepción insuficiente que tiene sobre la carencia. Te verás
a ti mismo como una obra de caridad, como un experimento social, verás
tus manos callosas, que no sirven sólo como ornamenta del celular que no
tienes y de la mermelada orgánica que nunca consumes, te mirarás al
espejo y sabrás que no perteneces ahí; ese no es tu lugar en el mundo.
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Te vas y caminas por las calles aledañas extrañando el olor a cloaca
que expide tu banqueta. Avanzas meditando ¿qué estoy haciendo? ¿a dónde
me conduce esta vida? Soy sólo el pobre diablo al que le ofrecieron
buen sexo y esperó demasiado y ahora tiene que quejarse después de
haberlo destruido todo; después de haber arruinado todo como siempre,
pues es la única forma en la que siente tener el control de su vida.
Sólo fui el chico malo de las películas a quien la mujer le cae
sorpresivamente para después botarlo porque era un problema. Todo el
mundo tiene una telenovela en su cabeza sin darse cuenta. Soy el invento
y la exageración que ha introducido la literatura romántica; soy el
drama clásico del adiós repentino, y las salidas abruptas. Sólo faltó
azotar la puerta. De camino ves a toda esa gente que está despierta
desde las cinco de la mañana para ir a trabajar. Miras la pulquería
donde la conociste y deseas no haberla visto, deseas haberte quedado
solo con el que pintó el mural de “La paloma azul”, y consecuentemente no haberte presentado después de darle tu lugar en la mesa comunitaria. Sabes que
sólo te sentiste atraído físicamente por su manera tan pura de
introducirse a la inmundicia, pero nada más. Era lo más bonito que
habías visto desde hacía mucho tiempo, pero suele pasar, no hay porque
hacer un gran alboroto cuando un ángel pasa y bebe a nuestro lado; si
nos fijamos detenidamente, siempre hay uno. Ves al tipo de la muletas
que anda por cualquier lugar, con la goma pegada a la madera casi
podrida, y tu sigues igual que él. Te hundes en la noche mientras ves
salir autos de los hoteles, y sigues caminando esperando que a cada paso
estuvieras más cerca de una respuesta que no sea sólo otro pozo sin
fondo; esos a los que ya estás acostumbrado escalar. Recuerdas sus
besos, y su entrepierna, su manera hippie de andar y de vestir,
recuerdas las cosas lindas que hizo brevemente, y la amabilidad de sus
amistades, las que en el fondo preguntaban “¿Por qué diablos estás con
ese tipo?”. Eres un secreto entre las calles que va pasando invisible a
la destrucción. Sólo eres movimiento en el asfalto.
Llegas a la
conclusión de que tu eres el problema, pero te han mentido, y de alguna
manera eso te molesta. Es como tirar veneno en tus venas. Sabes que
extrañarás el sexo, y las gratas pláticas por la madrugada; que
extrañarás que alguien te diga que te quiere, aunque no sea cierto. Y
mientras las luces de la ciudad te vuelven una pequeña luciérnaga que se
funde con el concreto dejando detrás de sí una amargura casi punzante,
piensas en que en este momento ella duerme, y el camino que dejaste
atrás es sólo otro de esos caminos que nadie va a seguir. Piensas en su
poema, en sus obsequios y en lo que jamás podrás ofrecerle. Finalmente
llegas al barrio más cercano al tuyo, donde sabes que no es bueno andar
meditando de noche. Entras con la esperanza de que algún mal nacido
salga de entre las sombras y te recuerde quién eres, y por qué estás
vivo. Pero eres un bastardo con suerte que ha sobrevivido a los asaltos,
y las caídas, y a las chicas que haz desperdiciado. Te da miedo la
inmortalidad. Ves que las sombras son amistosas, y que los locales no
albergan gente desnudando su alma hasta convertirse en bestias. Tus
pasos son largo pero calmos. Al bajar el puente esperas que el conductor
siguiente esté ebrio, y en un volantazo arriesgado acabe con tu
existencia. Pero tanta muerte en tu cabeza te hace temer por todas esas
cosas que te perderás si te consumes entre los rezos de esos rosarios en
los que tu no crees. Entonces caminas a prisa. Vuelves a encontrarle
valor a tu vida así de simple. En ese juego fluctuante en el que nos
encontramos la mayoría de los infelices que se la pasan dilapidando el
tiempo en maldecir sus aptitudes y privilegios. Todos somos iguales. Comienzas a pensar en darle otro
camino a tu vida, pero después piensas, ¿por qué?, ¿porqué si la gente
dice que soy inteligente, debo hacerles caso para que al final puedan estar
orgullosas de algo que no les pertenece? “Yo conocí a ese tipo”, “Ese es
mi hijo”.¿ Dónde estaban cuando casi muero, o cuando veía fluir a las
nubes como perras depresiones infinitas? Pero después la soberbia se
apaga pues te miras como en realidad eres. Eres un pobre diablo que
camina por la madrugada con una mochila en la espalda después de haber
dejado a la gente más educada que has conocido. ¿Dónde está el ingenio ahora?, ¿dónde estabas tú cuando casi mueres y te regodeabas en tu miseria? Entonces caminas un poco
más hacia la única tienda que sabes que está abierta, y ves a los vagos
del barrio bebiendo cerveza y moneando; te saludan mientras pagas tu
caguama con importe. Caminas por la calle hasta el final del camellón y
ves esas vecindades rancias en las que tienes a un viejo amigo de la
primaria vendiendo cocaína a los transeúntes. No está para saludarte,
pero eres parte de ese barrio, y ya nadie te da problemas. Cuando estás a
punto de llegar a tu casa ves a las prostitutas que tienes por vecinas,
van saliendo de un taxi sumamente ebrias y admiras el valor que tienen
para estar ebrias con tacones puestos.
Subes, te sientas en las escaleras mientras ves al sol salir en un día nublado dejando todo de un color azul hermoso. Abres la cerveza que acabas de comprar, y mientras tus pies palpitan de cansancio, y tus pulmones aún respiran profundo le das un trago, y sabes que no te podría ir mejor. O al menos, mediocremente, eso es lo que piensas. Y así como la vida, el día llega, y tu estabas muy ebrio, enojado y dormido como para darte cuenta.
Subes, te sientas en las escaleras mientras ves al sol salir en un día nublado dejando todo de un color azul hermoso. Abres la cerveza que acabas de comprar, y mientras tus pies palpitan de cansancio, y tus pulmones aún respiran profundo le das un trago, y sabes que no te podría ir mejor. O al menos, mediocremente, eso es lo que piensas. Y así como la vida, el día llega, y tu estabas muy ebrio, enojado y dormido como para darte cuenta.
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