Presentación

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lunes, 26 de septiembre de 2016

Pedazos de arte volátiles

Salvador Novo dice que la fotografía no vino a sustituir, sino a continuar lo que la pintura ya tenía en manos: la creación o la reproducción. Cierto es que poder sublimar un instante único de la vida nos daría la impresión de poder llamar obra de arte a la labor de un fotógrafo. ¿Pero no sería un absurdo el pensar que todo instante de la vida corriente es digno de recordarse? La pregunta no es qué debemos recordar, sino qué debemos sentir. La experiencia estética debería ser, sin más, el ápice de la fotografía. De lo contrario correríamos el riesgo de poder llamar arte a lo que hoy denominamos selfies.

Tanto la fotografía y la cinematografía deambulan y titubean en poder llamarse obra de arte, no tanto por reglas o normas, sino por un pequeño criterio: el sentimiento. La pintura bien puede ser reproducción, pero en el fondo lo que se pretende es mover el ánimo del espectador. En ello no sólo hay habilidad en el manejo de los contrastes, sino que va inmersa una intención, es decir, hay un propósito. ¿Sucederá lo mismo cuando todos tenemos, sin tantas complicaciones, una cámara al alcance de nuestras manos? Para Novo, la fotografía atañe más al gusto, y como sabemos, en gustos se rompen géneros. Suscitar la emoción estética sería el garante que ciñe al fotógrafo y se nos presenta como artista. Entonces, ¿tanto una pintura como una foto simplemente retratan la realidad?, ¿No será que en la primera la imaginación adquiere su máxima expresión creativa, mientras que la segunda sólo requiere de saber manipular su instrumento? Quizá, pero hoy en día las fotos se pueden manipular, modificar, añadir, eliminar. No obstante, hay fotos que, en verdad, mueven al sentimiento. Como aquella que muestra a un civil de pie frente a un tanque de guerra.

No obstante, ¿dónde yace aquel apelativo de la imaginación activa que opera incesante ante toda obra de arte en aquello que llamamos fotografía? Quizá, en nuestros días, la fotografía tenga todavía que madurar, no para las mentes eruditas, sino para poder llegar al corazón de todos los individuos tal como lo hace La Victoria guiando al pueblo de Delacroix. O será que, como ya lo decía Sócrates de aquella ciudad de palabras, que la pintura y la poesía van de la mano con la educación, de ahí su posible censura o, en su defecto, modificación para su presentación.


Aurelius

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