Presentación

Presentación

jueves, 29 de septiembre de 2016

Sana competencia


El corazón le latía estruendosamente, temía que el sonido lo fuera a delatar, sin embargo, ella parecía no tener ni la mínima sospecha de que la habían estado siguiendo desde el centro comercial. Él permanecía a una distancia prudente, llevaba casi una hora acechándola, desde que la había visto bajar de aquella camioneta sabía que ella era la adecuada, era perfecta, era el trofeo que necesitaba y no la dejaría ir. Ese era el último día que tenía para conseguirlo y había pasado toda la mañana buscando una presa perfecta, no podía permitir que alguien lo hiciera antes que él. Sus padres siempre habían fomentado la sana competencia en él, <<tienes que ser el mejor>>, <<tienes que escoger la carrera mejor pagada>>, <<tú puedes hacerlo mejor que cualquiera>>. No creía que fuera casualidad que el lema de su mini secta fuera "Sé el mejor" y esa era la motivación de cada día, de cada segundo, de cada acto. Era justificable que a su edad su ego fuera del tamaño de su lista de trofeos. Se le había vuelto una obsesión cada vez más demandante, no podía parar, necesitaba sentirse poderoso, que ninguna meta podía derrotarlo, todo cuanto se proponía tenía que conseguirlo, lo regodeaba someter a las personas a su voluntad. Desde más pequeño, había empezado a llenar sus vacíos con hermosos trofeos, sus padres siempre ausentes dejaron de ser motivo de tristeza, ellos le daban dinero y todas las facilidades a modo de amor y a estas alturas, era algo que había aprendido a valorar, sin embargo había un vacío que siempre permanecía. No encajaba en la escuela, su hermana no le dirigía la palabra y esta era la única actividad en que destacaba, si sus padres pudieran ver con que facilidad había logrado todo lo que se había propuesto, cuán grande era su colección de victimas, desde ancianos hasta niñas de la edad de su hermana; tal vez  entonces lamentarían no prestarle la atención que alguien como él merece, alguien que es el mejor. En las noches, las pesadillas eran tantas y tan recurrentes que terminaban ahuyentándole el sueño, pasaba la noche en vela pensando en el nuevo trofeo que adquiriría al día siguiente, eso le reconfortaba, era lo único capaz de apaciguar la constante ansiedad con la que vivía. Sus padres habían insistido en que tomara terapia, pero él sabía que sólo lo hacían para deshacerse de él, estaba perfectamente sano y era el mejor, sólo que ellos nunca habían tenido tiempo de verlo. Cuando el mundo viera su colección infinita de trofeos no habría duda de su talento. 

Ahora, permanecía al asecho, aguardaba detrás de un auto negro, un auto que estaba estacionado a la distancia perfecta para quien busca asechar. Estaba esperando el momento ideal, era tan perfeccionista y ceremonioso (de no ser así no habría logrado todo lo que había logrado hasta entonces). No podía ignorar el peso de la mochila que llevaba colgando en la espalda, el sol dejándose caer de lleno sobre su cuerpo envuelto en su uniforme de depredador, el sudor que le escurría por el rostro y las axilas. Varias cuadras siguiendo esa camioneta habían logrado que mojara su camisa de sudor. Pero todo eso era poco comparado con el peso de las expectativas, la promesa del triunfo, la ansiedad, el temor. Aunque era difícil no vivir ansioso, siempre estaba la amenaza de la competencia, las "vitaminas" que le recetaba su terapeuta y la factura de todas las adicciones que tiene alguien de su edad.  Siempre tenía un miedo latente a que alguien más pudiera arrebatarle lo que él sentía que le pertenecía, porque él era el mejor, siempre se lo repetía y, la idea de estar compitiendo con otros depredadores era algo que lo estimulaba al mismo tiempo que le deprimía, por eso iba siempre por la mejor presa. Bien pudo haber ido por la mujer que estaba cruzando la calle, pero era algo demasiado fácil y trillado, no había merito si no suponía un reto. Así que cuando vio a aquella mujer, con su vestido ajustado, todo su exhibicionismo a flor de piel y sus bolsas pretenciosas exudando derroche, supo que tenía que ser ella. El hecho de mirarla estacionarse en lo más solitario del estacionamiento, a esa hora, y con todas las ganas de él por hacerse de otra víctima, tenía que ser una señal del destino. 

Las manos le sudaban, sentía la electricidad recorrer todo su cuerpoAl fin llegó el instante perfecto, la mujer montada en unos extravagantes tacones, comenzó a caminar con las bolsas de sus compras, bolsas que llevaban ridículamente dibujaba su respectiva marca por todos lados. Le hizo gracia pensar que en cierto sentido ella no era tan diferente de él, se colgaba los trofeos de todo lo que podía comprar, también comprendía que, al igual que él, ella también estaba intentando llenar un vacío, también estaba compitiendo en aquel mundo y ¿qué otra manera existe de sobrevivir si no es ésta? Algo que todo el mundo repite no podía ser malo, se recordaba. El mundo y la sociedad son tan demandantes que uno termina intentado cazar algo antes de ser devorado. En su cabeza había una escena de Discovery chanel, una escena en la sabana, cerca de un río: él, un león asechando a una gacela y a su vez, un cocodrilo sigiloso acechándolo a él. Volteó hacia atrás comprobando que nada (tangible) lo asechaba. Se sacudió esos pensamientos y volvió a enfocar su atención en la mujer de la que ya había previsto la debilidad que acompaña a ese tipo de mujeres, así que se acercó lo más casual e inocentemente que pudo. "¿Me permite ayudarle?" le preguntó, ella miró su ropa, su rostro y asintió con una sonrisa que desparramó encanto. El sintió un puñetazo en su ego, esta mujer sería muy fácil, no quería ser una presa sólo quería cooperar, sin embargo él tenía la destreza para que ella terminara llevándose una sorpresa. Acompañó a la mujer a su departamento, estaba ansioso de poder sacar todos sus artilugios y técnicas más voraces. Ella abrió la puerta y lo invitó a pasar, siempre es lo mismo, las mujeres de esa edad suelen ser tan predecibles. Ella le indicó donde podía dejar las bolsas, él obedeció, se quedaron mirando un par de segundos y ella al fin dejó escapar una sonrisa. Él era perfectamente consciente de sus encantos, sabía que para muchas mujeres resultaba irresistible, pero eso no era suficiente, tenían que someterse a su voluntad. 
-Bueno,  ¿ya me vas a decir lo qué vas a querer a cambio?- rompió ella al fin el silencio.
- No quiero nada, yo le ayude porque ese es mi deber.- Intentó sonar lo más caballeroso y natural que pudo, sabía que eso las hace bajar la guardia.
- Vamos, puedes pedírmelo. ¿No hay algo que tengas para mí?- sonrió ella de una manera coqueta. Él odió esa mueca, no le gustaban las cosas fáciles. El tiempo seguía derritiendose y tarde o temprano tendía que actuar. Se quitó la mochila que llevaba en la espalda y sacó el contenido.

No hallaba la manera de ocultar su sonrisa, ya no había lugar a dudas para su poder. La imagen de él exprimiendo el jugo vital a esa mujer sería algo que le daría paz por muchos días. Caminaba directo hacia la mini secta, ya quería ver la cara de sus compañeros, envidiosos, mediocres, perdedores. Al llegar, les contaría a lo que ella estaba dispuesta y la desagradable sorpresa que se llevó cuando él dejó ver sus intenciones al vaciar todo lo que llevaba en la mochila. Palpó lo que llevaba en la bolsa del pantalón, aquel bulto lo hacía sentirse un héroe, sabía que ya nadie podría romper su record. Después de todo, no es fácil ser un niño explorador de nueve años y vender ese número de cajas de galletas. Exhalaba dicha, un trofeo más. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario