Nuestra vida está llena de pequeñas partes que vamos viviendo o reconociendo que vivimos en la medida en la que las separamos entre sí; luego las unimos y eso, decimos, somos nosotros. Hay relaciones sumamente complicadas que vamos tejiendo; la mayoría de las ocasiones no tenemos en claro si queremos producir un traje elegante o remendar una cobija que nos agradó. Entre esas partes lo que conocemos ocupa el lugar central. Conocemos, a veces sabemos qué conocemos, pero quizá menos de veinte personas a lo largo de la historia hayan conocido cómo conocemos.
La última parte
de la indagación sobre el conocimiento del saber es la primera en cuanto a su
importancia, pues es donde se puede reflexionar acerca del fundamento del
conocimiento. Por tanto es la parte más difícil, y quizá lo que aquí se ofrezca
sean sólo unos cuantos caminos para reflexionar en el saber mismo y dilucidar
los problemas a los que Sócrates nos conduce y que nunca resuelve. Digamos que
intento despertar del sueño, es decir, acercarme a la realidad. Aunque, ¿el
sueño ayuda a entender mejor la realidad por necesitar principalmente del
pensamiento y dejar de lado a los sentidos? Lo cual sería casi como preguntar:
¿el sueño clarifica la realidad por ser una secuela o algo que le sucede a
nuestra experiencia cotidiana? Pero también el sueño puede ser una alteración
de la misma realidad, un invento generado por nuestra imaginación que más nos
puede alejar de la comprensión de nuestra realidad que acercarnos a ella. ¿Esto
es lo que quiere decir Sócrates cuando le advierte a Teeteto que le cambiará un
sueño por otro?
Una afirmación
debe tener una explicación detrás que la sostenga. Para no explicar la
explicación de la afirmación de modo infinito, se deben encontrar los elementos
que componen todas las cosas. La explicación de los elementos siempre se hace
partiendo el elemento de su unidad. Sócrates nos exige hacer la relación de sus
argumentos, de unificar lo que dice para ver qué es lo verdadero entre lo que
dice y qué es lo falso. La síntesis o unificación de sus argumentos puede hacerse
así: no hay elementos sin unidad ni unidad sin elementos. Dicho de otra manera:
todo elemento se debe pensar a partir de la unidad de la que forma parte. Imaginemos
que leemos la hoja de una novela por separado de la novela, esa hoja no nos dice nada de la
novela sin lo demás, ni la novela puede significarnos totalmente sin esa hoja; tanto
materialmente como temáticamente la unidad y el elemento se corresponden. Leemos
por partes y vamos formando la unidad temática. Vemos las cosas en su
totalidad, las captamos como una sola, y las vamos conociendo y pensando en sus
partes. El hombre es una unidad que podemos ver como material, como persona que
actúa, como persona que produce, como persona que piensa, como persona que
conoce, etc.; podemos reflexionar en la forma, color, tamaño, dimensión, entre
otras cosas, del material; podemos reflexionar en el modo en el que captamos el
material, en el que lo recordamos, en el que lo enjuiciamos, etc.; no hay que
olvidarnos del importante conocimiento sobre la acción.
La indagación
sobre el conocimiento es una de las más importantes, pues así nos hacemos
conscientes de estar conociendo algo verdadero o algo falso; políticamente
hablando, así sabemos cuándo nos quieren engañar, cuándo nos están haciendo
pasar por verdadero lo falso, cuándo se está tratando a la comunidad de modo
injusto.
Fulladosa
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