Presentación

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miércoles, 26 de octubre de 2016

A Constanza

Las confesiones románticas neo-epistolares, tienen como base la simple y recalcada idea que tenían las cartas en el buzón- aunque el papel tiene un mejor sabor-. Las yemas de los dedos ya sólo acarician rupturas estériles donde el contacto es frío y agobiante; necesitan de la inasequible seguridad de haber sido tomado en manos de aquel/aquella que nos hiciera trabajar la imaginación augurando en su trabajo el mejor de los escenarios. La imaginación es histriónica, pero no sabe detenerse, ni con los aplausos. Pero después de todo, es imposible arrancarse esta naturaleza adquirida de saborear un teclado; algo frígido, pero cumpliendo su función. Como dije, estas relaciones neo-epistolares cumplen un fin magnánimo, a pesar de que en muchos casos la parquedad del discurso que se implementa, derogativamente, por parte de algunos individuos cuyo carácter y pulsión vital no llega más que sentencias en extremo breves que sólo señalan lo ya evidente: la belleza, puedan hacer de este medio de expresión una simple charla interna: como si alguien estuviese hablando, mientras carga un espejo, y nosotros sólo pudiésemos concentrarnos en el reflejo. Escribir más que hechos irrefutables puede llevar más tiempo, pero cumple ese cometido epistolar: acercar con la belleza de la imaginación, un sentimiento noble que crece al otro lado de un mundo donde no se espera ver nada más que el amanecer para poder dormir. Aunque tal vez, de manera irresistible, se sueña con que la noche posponga la huida y permita que por magia, o por destino; casualidad, la persona que por accidente sonría con dicho parloteo aparezca de repente.

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