"Filosofía es el conocimiento de las cosas humanas y divinas, acompañado del deseo de llevar una vida irreprochable". San Isidoro de Sevilla nos ofrece dicha definición en su segundo libro de las Etimologías. En ella cabe cabe destacar lo siguiente: la filosofía es un conocimiento (cognitio), pero no sólo eso, sino uno acompañado (coniuncta) de deseo (studio). Hasta ahí ya tenemos un verdadero conflicto.
Es bastante común para los egresados de la licenciatura en filosofía escuchar la pregunta ¿qué hacen en filosofía?, ¿a qué se dedican?, ¿de qué trabajarán? Preguntas que, si no son tomadas a la ligera, en realidad ponen en crisis nuestra presunta tranquilidad al ingresar a dicha carrera. Lo cierto es que, habiendo egresado, aún no he hallado una respuesta satisfactoria. Escuché decir a una amiga que la respuesta para tal interrogante se desvanecía poco a poco con el correr de los semestres, así como su brevedad y prontitud por responderla provocaba en los rostros de aquellos incrédulos de primer ingreso poco interés. ¿Por qué? Porque ya tenían una respuesta: "amor por/al/a/hacia/en saber o sabiduría", definición que únicamente encierra su primer grado etimológico. Y aunque Platón haya bautizado (¿o acaso no fue Tales de Mileto?) aquello que movía el alma de los hombres hacia grandes empresas, no por ello demeritaremos que, en efecto, es una filia por la sofía. Platón tampoco debe tomarse a la ligera.
El Santo, fiel a dicha etimología, dice a su vez que es un cognitio, sustantivo que deriva del verbo cogere y que traducimos por saber. No confundir con sophia, pues éste se traduce como sabiduría; ni por scire, saber científico. Ahora bien, un conocimiento filosófico no sólo se basta con la mera contemplación, en la pura verborrrea cantoril de los pasillos de la Facultad; tampoco en la lluvia pecaminosa de citas a modo de enciclopedia mal escrita por parte de los alambicados al estudio de pensadores ilustres. No, un conocimiento filosófico requiere de un estudio.
Nuestra palabra estudio, antes de adquirir el significado de aprender tal o cual tema de cierta disciplina, doctrina o ciencia, deriva del verbo latino studere, dedicarse con afán o poner empeño. El sustantivo studium no es otra cosa que un afán, empeño o afición. Es tener las fuerzas y la entera disposición para y por realizar tal o cual trabajo. Dedicarse a un conocimiento requiere de un aliciente, es verdad, pero no escueto, es decir, falto de finalidad.
Muchos responden que dicha finalidad es la verdad. Y de veras que lo es, pero dicho así da la impresión de que los filósofos sólo se sentaban durante horas, sino es que días, en mirar al vacío hasta que una brillante idea les llegara a modo de generación espontánea. Llegar a la verdad tampoco es una mera actividad del pensamiento, y ésta bajo la vaga idea de darle un sinfín de vueltas a una idea; aunque la verdad sin la actividad del pensamiento es imposible. Llegar a la verdad tampoco es una abstracción, ni muchos menos en dar un discurso grandilocuente o "meras palabritas". Antes de llegar a la verdad se requiere pisar firme, en encontrarse y saber qué rumbo debe tomar nuestra vida para ello.
La vida, en efecto, viene a ser lo central. San Isidoro dice bene vivendi, que al inicio transcribimos como "vida irreprochable" pero que también puede entenderse como "vivir bien". Lo que buscamos, pues, es el afán, deseo o empeño de vivir bien. Pero como éste no viene solo, está coniuncta, es decir, enlazado o unido, (de ahí nuestras palabras cónyuge, conjunción y conjunto) al conocimiento de las cosas humanas y divinas. Lo que el Santo nos quiso decir es que buscamos cómo vivir bien apegados al conocimiento de las cosas humanas y divinas. Esto, cabe señalar, ya dejó de ser una mera contemplación, porque para vivir bien no basta con sólo sentarse o detenerse a pensar. Implica un hacer y por tanto se vuelve un modo de vida, porque para "ser un buen ciudadano o para sacar adelante una familia hay que tener, además, algunos conocimientos", ya nos decía Alfonso Reyes. De ahí, quizá, que una de las preguntas centrales de San Agustín, a saber, ¿todos queremos ser felices? Inicie en un diálogo cuyas primeras palabras aluden al "puerto de la filosofía". El puerto, por tanto, vendría a ser la vida bienaventurada (feliz) de los que se empeñan por vivir bien bajo el conocimiento de las cosas humanas y divinas, alimentos del cuerpo y el alma.
Visto así, para pisar firme debemos hallar, en primera instancia, el cómo vivir bien, posteriormente unirlo al conocimiento humano y divino para sólo así hallarnos en el puerto de la filosofía. Creo que esto no se dice en los corredores de la Facultad y tristemente veo surgir un imperio por retener en la memoria vidas, hechos o ideas de pensadores cuya finalidad, paréceme, era la de llegar a un estado de paz entre los hombres, y no el de llenar un currículum para los especialistas en lo que ahora llamamos filosofía.
Si aquello no es filosofía, ¿entonces qué es? Si no buscamos vivir bien, ¿qué queremos hacer? Vivir bien no debería, por tanto, estar reservado para unos cuantos.
Aurelius
Me alegra que hayas vuelto a realizar un ensayo. Aunque sospecho que, al reducir tu tema a unos cuantos lectores, parece que has desestimado a los demás.
ResponderEliminarGracias por haberlo notado, en efecto, tenía rato que no hacía un ensayo. No creo haber desestimado, por el contrario, es un tema al que, considero, todos nos podemos involucrar. Quizá las referencias no fueron las adecuadas, pero creo que ofrecen un buen punto de inicio.
EliminarEl ensayo, me parece, debe mostrar los puntos centrales de algún problema para que el lector comience a reflexionar. Por eso, la labor del ensayista se dificulta: debe ser lo suficientemente hábil para poner los mejores puntos de inicio, de la mejor manera posible, para que el lector vea el problema y reflexione al respecto. Al lector que entra al blog, ¿le interesa la filosofía? Más importante aún: ¿le interesa la definición de la filosofía? Dicho de otra manera, me parece que te diriges a los que nos interesa la filosofía, o a algunos de los que estudian filosofía.
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