Quizá
la pregunta por la veracidad de la realidad sea una pérdida de tiempo. No se muestra
fructífera la distinción que buscamos entre el sueño y la vigilia, de eso no
cabe duda en tanto que la vida nos sigue sucediendo sepamos o no si es real o
un sueño y nada más. Sin embargo, creo que pasa lo anterior porque hemos errado
en el sentido que tienen ambos términos: sueño y vigilia. Si los tomamos en su
sentido más cotidiano: claro que estamos nadando en la clepsidra, pero si
recordamos la poesía que, de por sí, vivir y dormir llevan implícita, el punto
de partida se muestra más noble con nosotros. Pero ¿cómo debemos entender ambos
términos de manera poética? No lo sé a ciencia cierta, y menos a poesía cierta.
Lo que sí sé es que sería preferible tomarlos de un poeta para que él nos
explique lo que busco decir. El poeta al cual recurro, porque ofrece solución,
dice en sus versos Verde que te quiero
verde./Verde viento. Verdes ramas./El barco sobre la mar./Y el caballo en la
montaña., en su Romance sonámbulo.
El punto de partida es, pues, que dormir y vigilar son actitudes ante la vida,
más que actos de la vida misma. De ahí la importancia, pues qué actitud
tengamos ante la vida nos permitirá ser y estar de mejor o peor manera.
El Romancero gitano dice en su Romance sonámbulo que la mujer duerme,
mientras el hombre está despierto: a la mujer la miran todas las cosas, pero
ella no mira nada; el hombre la mira mientras ella no lo sabe. Así vemos las
dos caras de la vida, una en la cual se vive para conocer y verlo todo, y la
otra para dormir y no ver nada. Quien no ve nada, no le preocupa nada y puede
dedicarse a la completa realización de la naturaleza, pues la conoce, y por eso
duerme tranquilo. Es decir, dormir es para los que aman, pues en su amor se
mueven, cual sonámbulos, sin consciencia pero con sapiencia, van automáticamente
hacia la verdad. Quien lo ve todo se preocupa por todo y comprende la
importancia de ese todo que ha mirado, así puede dedicarse a vivir, sin
importarle la naturaleza, pues conociéndolo todo, conoce también ésta última,
por eso no puede dormir. Es decir, vigilar es para los que piensan, pues en sus
pensamientos son completamente libres de moverse con consciencia hacia la
sapiencia, van decididos a la verdad. Cualquiera de las dos posturas
–supongamos que las separamos– nos lleva a la verdad y a la felicidad. Lamentablemente,
los hombres no son máquinas de dormir, ni bestias de vigilar. De esta manera es
que, repito, se vuelve imperativo distinguir entre planchar oreja y aventar las
altas, para así escapar de la tragedia
lorquiana en la cual estamos sumidos desde nuestro nacimiento. Y no hablo de
hacer tal distinción para realizar una elección, sino para poder asumir nuestra
vida, no como una tragedia, sino como una bendición en la cual el sueño complemente
a la vela.
De todo lo anterior cobra sentido
una idea que, por trillada que parezca, está harto arraigada en mi corazón, y por lo cual pido disculpas: sólo el amor y la esperanza nos
alejan de la tragedia. Y es que es bien sabido por todo gitano que el verde es
la esperanza de encontrar siempre tierra en donde pisar y que la mujer es
fuente de amor eterno, como pasa en el romance que nos regala el más renombrado
de la generación del 27: la mujer lo tiñe todo de verde y los hombres saben
que deben ir hacia ella.
Talio
Maltratando
a la musa
No
suelo demostrar amor, pero suelo amar.
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