Presentación

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lunes, 24 de octubre de 2016

Verde sueño. Verde vela

Quizá la pregunta por la veracidad de la realidad sea una pérdida de tiempo. No se muestra fructífera la distinción que buscamos entre el sueño y la vigilia, de eso no cabe duda en tanto que la vida nos sigue sucediendo sepamos o no si es real o un sueño y nada más. Sin embargo, creo que pasa lo anterior porque hemos errado en el sentido que tienen ambos términos: sueño y vigilia. Si los tomamos en su sentido más cotidiano: claro que estamos nadando en la clepsidra, pero si recordamos la poesía que, de por sí, vivir y dormir llevan implícita, el punto de partida se muestra más noble con nosotros. Pero ¿cómo debemos entender ambos términos de manera poética? No lo sé a ciencia cierta, y menos a poesía cierta. Lo que sí sé es que sería preferible tomarlos de un poeta para que él nos explique lo que busco decir. El poeta al cual recurro, porque ofrece solución, dice en sus versos Verde que te quiero verde./Verde viento. Verdes ramas./El barco sobre la mar./Y el caballo en la montaña., en su Romance sonámbulo. El punto de partida es, pues, que dormir y vigilar son actitudes ante la vida, más que actos de la vida misma. De ahí la importancia, pues qué actitud tengamos ante la vida nos permitirá ser y estar de mejor o peor manera.
            El Romancero gitano dice en su Romance sonámbulo que la mujer duerme, mientras el hombre está despierto: a la mujer la miran todas las cosas, pero ella no mira nada; el hombre la mira mientras ella no lo sabe. Así vemos las dos caras de la vida, una en la cual se vive para conocer y verlo todo, y la otra para dormir y no ver nada. Quien no ve nada, no le preocupa nada y puede dedicarse a la completa realización de la naturaleza, pues la conoce, y por eso duerme tranquilo. Es decir, dormir es para los que aman, pues en su amor se mueven, cual sonámbulos, sin consciencia pero con sapiencia, van automáticamente hacia la verdad. Quien lo ve todo se preocupa por todo y comprende la importancia de ese todo que ha mirado, así puede dedicarse a vivir, sin importarle la naturaleza, pues conociéndolo todo, conoce también ésta última, por eso no puede dormir. Es decir, vigilar es para los que piensan, pues en sus pensamientos son completamente libres de moverse con consciencia hacia la sapiencia, van decididos a la verdad. Cualquiera de las dos posturas –supongamos que las separamos– nos lleva a la verdad y a la felicidad. Lamentablemente, los hombres no son máquinas de dormir, ni bestias de vigilar. De esta manera es que, repito, se vuelve imperativo distinguir entre planchar oreja y aventar las altas,  para así escapar de la tragedia lorquiana en la cual estamos sumidos desde nuestro nacimiento. Y no hablo de hacer tal distinción para realizar una elección, sino para poder asumir nuestra vida, no como una tragedia, sino como una bendición en la cual el sueño complemente a la vela.
            De todo lo anterior cobra sentido una idea que, por trillada que parezca, está harto arraigada en mi corazón, y por lo cual pido disculpas: sólo el amor y la esperanza nos alejan de la tragedia. Y es que es bien sabido por todo gitano que el verde es la esperanza de encontrar siempre tierra en donde pisar y que la mujer es fuente de amor eterno, como pasa en el romance que nos regala el más renombrado de la generación del 27: la mujer lo tiñe todo de verde y los hombres saben que deben ir hacia ella.

Talio  


Maltratando a la musa



No suelo demostrar amor, pero suelo amar.

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