Presentación

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domingo, 23 de octubre de 2016

Mykonos



Para mi Melpómene

And you will go to Mykonos, with a visión of a gentle coast
and a Sun to maybe dissipate the shadows of the mess you made.
Fleet Foxes - Mykonos
¿Cómo esperaba entender las respuestas de un oráculo si apenas y podía entender lo que sucedía a su alrededor? Ciertamente se debe estar desesperado si se recurre a una solución de esta magnitud. La decisión del viaje se hizo con cierta facilidad, no es difícil decidir cuando se tiene determinación. Algo de desesperación también, claro. Había intentado muchas soluciones, pero los tormentos de la vida diaria se reafirmaban ineludibles, la tranquilidad le es esquiva y la mente no consigue salvarlo del hastío. Abrir los ojos es muy duro para los hombres, que somos como topos bajo tierra, enceguecidos al primer contacto con la luz. No todos los días tu vida da un giro drástico. La tranquilidad engendra expectativas, pensaba que todo iba muy bien, pero qué iba a saber. No sabe nada. Por eso sube la montaña, porque quiere saber. Por ello la travesía se antojaba necesaria. Lleva meses viajando por la tierra salvaje y desamparada, los ríos, los cañones. Está tan lejos. Todo en pos del sueño de la certeza. Así son los soñadores. Ciegos, masoquistas, enfermos, su imaginación rayando en disparates. Si de algo sabe un poco es sobre las ilusiones. Sabe el sonido que hacen cuando se rompen, cuando nacen, sabe del silencio que las llena cuando dejan de existir.
La montaña es enorme, una caspa blanca y congelada recubre las faldas, las copas de los árboles, los arbustos y las grandes rocas donde cede el bosque. La cima propende al cielo, está sumergida ente las nubes. Él no se amedrenta, ha llegado demasiado lejos como para ahora rendirse. Uno debe saber cuándo luchar y cuándo retirarse. La prudencia es una facultad de la virtud y él, por supuesto, no la posee. Tiene los dedos ensangrentados y se hunden cada vez más en las piedras filosas, las rodillas raspadas y las piernas al borde del calambre. Todo le duele por el esfuerzo, menos el espíritu. Sin él, ya se lo habría tragado el abismo que presupone la caída, el ojo oscuro de la insípida cotidianidad que hay allá abajo.  No todo está perdido ¿pero cómo podría saberlo? Distinguir cuando la esperanza tiene una justificación real, cuando nos proyectamos en las cosas para dotarlas de nuestro carácter, son problemas de los que suelen padecer los optimistas. Tergiversan las cosas. La esperanza que poseen es funestamente inmortal. Y sigue escalando la montaña, el viento le empuja, la ventisca llena de escarcha su rostro y su ropa, el frío le cala en los labios partidos, le castañetean los dientes cada que vez que se queda parado. No debe detenerse. Si voltea hacia atrás o si se detiene, está perdido. Lo único que queda es llegar a la cima y esperar lo mejor, como siempre ha hecho.
La travesía y su dificultad es la primer prueba. Debes ser digno de los vaticinios de una pitia. La segunda prueba es la entrevista; tu motivo debe ser genuino, tu duda debe reflejar un conflicto interno que justifique la molestia de ir hasta el oráculo, sólo un alma buena puede recibir el regalo del presagio: no sólo debe tener una pregunta, también debe enarbolar los motivos que generan esa pregunta. Colgado del pecho lleva una moneda antigua que le regaló su abuelo, su más preciada posesión; es su tributo al oráculo. Se dice que para recibir los favores de la pitia, uno debe sacrificar alguna posesión, dar un regalo como muestra de buena fe. Todo en pos de ser capaz de darle forma a su futuro con alguna ventaja sobre el tiempo…Una pitia ensimismada, tocada por los dioses, baila en un trance eterno, contonéandose al ritmo de los vapores que emanan de la tierra sagrada dentro de la cueva. Está rodeada por sirvientes de dios, los encargados de las entrevistas, las libaciones y los tributos. Cuando se canse de bailar, desfallecerá en el piso, se convulsionará y en medio de las arcadas, el futuro y la poesía hablarán a través de ella. Ese siempre es el problema con los hombres, esa terrible capacidad suya para extrapolar el instante hasta catapultarlo a un futuro incierto y frágil. Todavía no llega a la cima y ya está en ella, su mente no está del todo en la montaña, entregada ella al arrobo de sus ensueños. Y la montaña se lo reprocha con vientos muy fuertes que amenazan su estabilidad, intentan tirarlo una y otra vez. El sueño y el cansancio le pesan, lleva días y días sin una noche de genuino descanso. Necesita el sueño tanto como al oráculo. Acaso  más el sueño, porque sin descansar, la mente no funciona como debe, podría formular mal la pregunta y entonces el oráculo no le daría LA respuesta, sino sólo una respuesta cifrada, confusa y ambigua. Él, tan ajeno a la poesía, ahora se encomienda a ella para que lo saque del atolladero de la vida sin sentido. Lo que está haciendo es un salto de fe, es ponerse en las manos de un mito que se ha ido transmitiendo de boca en boca, ponerse en manos de la palabra y su capacidad sanadora, de su interpretación del presagio de un oráculo. Pero las palabras son bestias informes y despiadadas. Al atenerse a ellas, con sus actos, está detonando una tragedia. La montaña parece no quererlo y hace todo lo posible por tirarlo, quizá no es digno de los presagios del oráculo. Los embates del viento lo desequilibran por ese camino sinuoso que escala la montaña. Debería desistir, bajar la montaña, curar sus heridas, subir a su bote e irse a esa tierra suya lejana y misteriosa. O quizá empezar de cero en otro sitio. Sin embargo aquí arriba todo es tan vívido y lleno de color. En la montaña, extrañamente, respira mejor conforme va subiendo. No tiene sentido. También debe aceptar que con el esfuerzo que supone el escalar, no ha tenido tiempo para sumirse en sus tribulaciones. Al darse cuenta de ello, resume su andar determinado y hunde de nuevo sus yemas en las rocas sobre ese paso nevado, tan estrecho como para tener que pasarlo de lado, una caída representaría una muerte segura. Recorre el estrecho un paso a la vez, sólo despegando los pies cuando el avance parece seguro y su pie no parece pisar suelo endeble. La montaña suda agua y escurre nieve, es difícil agarrarse. Entonces la vio, una ilusión materializada en el paso nevado, delante de él. Sacude la cabeza. Todo estaba tan bien. Qué poco duran los gustos. Con qué facilidad cambia de estado de ánimo en esa montaña. Un solo fantasma ha bastado para perturbarlo. Siguió andando, con la esperanza de que la imagen se disipara conforme se acercara a ella. Debe ser el hambre, debe ser el cansancio, debe ser el sueño. El tormento es íntegramente producto de su cabeza. Pero el saberlo no le ayuda a superarlo. Al contrario, sus malestares ahora no son sólo una sombra, sino una palpable realidad, una vez más. Sigue andando, necio, cabrón desamparado. La montaña le da una tregua, se materializa una cueva y la imagen se disipa. Puede descansar en esa cueva en medio del estrecho. Pero está tan cerca de la cima y tan cansado. Teme que si se duerme nunca vuelva a despertar. No parece sensato el detenerse. Incluso si logra dormir y despertar, quizá aquellos malos sueños vengan una vez más a dejarlo despierto, con la frente sudorosa, el pecho martilleando, el corazón en vilo y la mente obnubilada. De súbito, una alegoría nevada de su mente desciende a gran velocidad estremeciendo la montaña; el suelo tiembla, la nieve se precipita al vacío y él parece perder el equilibrio. Tan rápido como puede se arroja hacia la cueva y la nieve cierra la entrada en su viaje al vacío.
Es la primera vez que puede admirar la vista. O al menos la primera vez que se toma la molestia de realmente observar la vista. El invierno está acabando, el Sol está indeciso entre seguir alumbrando o irse a dormir. El gran océano, la costa gentil y plácida, el bosque que recorre las faldas de la montaña, la vegetación que cambia conforme se acerca hacia las playas…El cielo límpido le refleja su interior. Hasta hoy el vacío le parecía terrible, pero ahora no le parece tan malo. El vacío también supone la posibilidad de ser llenado. Sólo debe encontrar aquello que lo llene de vida, compartir el fulgor de la existencia. El impulso vital no se limita solamente al mero respirar, al bombeo de un músculo frenético o al deseo abrasando la voluntad. Debe haber mucho más. Por eso sigue subiendo. Por eso vale la pena sentir de cerca el beso de la muerte, para vivir.  Desde la altura todo problema empequeñece, la luz llega más directamente, el Sol da la posibilidad de que se disipen las sombras que ha su mente ha convocado.  
El alud ha terminado hace algunos minutos, hay una gran calma pegajosa que se adhiere a su alma. Parece seguro salir de la cueva. Ya afuera, alza la vista mientras se sostiene con las manos. La cima ahora parece más cercana. Algo palpita (¿o crepita?) en su pecho. El silencio es tan grande y grueso que puede escuchar su respiración, su sangre corriendo las avenidas de su cuerpo, la electricidad de su cerebro convirtiéndose en pensamientos. Está vivo. Lleno de dudas, pero vivo. Maldita sea la incertidumbre. Maldito sea al que se le ocurrió poner un oráculo en esta tierra tan inhóspita y remota. Maldita sea la condición humana. Maldita sea nuestra capacidad de arruinar la hermosura que nos rodea. Todo terminará pronto. Shhh, sopla el viento. There there, little boy. It´s going to be ok. Everything´s going to be ok, parece decirle en susurros. Ya estás cerca, le dicen las emociones agolpadas en su pecho. Sólo un poco más. Ya ve claramente la cima donde está el oráculo de Mykonos. Sonríe. Se siente ansioso. La sangre seca de sus manos recede en en su punzante malestar. Un mal paso, resbala. Se alcanza a sostener por puro reflejo y ganas de vivir. Descubrirse a sí mismo no es sencillo, pero estar tan cerca de la muerte le revindica con la vida, con los demás. Necesitamos de los otros para reafirmar nuestra existencia. Estando solo aquí arriba, se ha dado cuenta de que la vida está allá abajo.
Por fin. El objeto del deseo al alcance de unos pasos. Sólo un poco más. Ahora que está aquí, se ha diluido el cansancio. Sube un poco más y ahí está la cima. El hombre ha vencido a la naturaleza. Se tira al piso y respira profundamente, satisfecho. Recupera el aliento. El cielo es tan hermoso. Está feliz. Tras un breve descanso, se levanta para dirigirse a la cueva ¿Y la cueva? No hay ninguna luz, ninguna abertura, ninguna inscripción que invite a conocerse a sí mismo. Todo es una farsa. La poesía le ha mentido. No existe el oráculo. Mykonos no es Delfos. Una puerta se cierra y de ella sólo queda el polvo que levanta. Todo ha sido en vano. Está enojado. Grita. Siente rencor en su pecho. Si fuera capaz de tal cosa, lloraría. Sin embargo, se siente vivo. Entonces…cae en cuenta. Quizá nada ha sido en vano. Logró lo que quería. El oráculo no importa, no lo necesita. Él es capaz por sí mismo de darle sentido a su vida, de encauzarla de nuevo al buen camino, ser el mejor él que le sea posible. Y entonces…por primera vez desde que tiene memoria…unas lágrimas salen de sus ojos y se convierten en escarcha solamente demasiado rápido. El viento las arranca indoloramente de sus pómulos enrojecidos por el frío. La vista es tan hermosa. Por ese paisaje ha valido la pena venir desde tan lejos, puede ver toda la isla desde la periferia de la cima. Nada es tan terrible ni tan definitivo. El viaje lo ha reivindicado con su actitud positiva hacia la vida. Los viajes suelen ser terapéuticos. Y este lo ha sido. No ha sido un fracaso, el oráculo sólo era el pretexto. El oráculo está en él mismo. Sigue lleno de dudas, pero ahora tiene una mejor actitud y disposición para enfrentarlas. El oráculo, incluso sin existir realmente, le ha dado salida a los problemas de su vida. Su vista está clavada en el horizonte. Una sonrisa triste corona su semblante, la tristeza de difumina poco a poco hasta que sólo queda una sonrisa amplia, pura y sincera. Ya no padece el frío, lo vive. El Sol se ha decidido por fin y se dispone a ocultarse. Él contempla el atardecer más bello que ha visto en su vida mientras piensa: “Mañana será un gran día”.
  

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