Para mi Melpómene
And you will go to Mykonos, with a visión of a gentle coast
and a Sun to maybe dissipate the shadows of the mess you made.
Fleet Foxes - Mykonos
¿Cómo
esperaba entender las respuestas de un oráculo si apenas y podía entender lo
que sucedía a su alrededor? Ciertamente se debe estar desesperado si se recurre
a una solución de esta magnitud. La decisión del viaje se hizo con cierta
facilidad, no es difícil decidir cuando se tiene determinación. Algo de
desesperación también, claro. Había intentado muchas soluciones, pero los
tormentos de la vida diaria se reafirmaban ineludibles, la tranquilidad le es
esquiva y la mente no consigue salvarlo del hastío. Abrir los ojos es muy duro
para los hombres, que somos como topos bajo tierra, enceguecidos al primer
contacto con la luz. No todos los días tu vida da un giro drástico. La
tranquilidad engendra expectativas, pensaba que todo iba muy bien, pero qué iba
a saber. No sabe nada. Por eso sube la montaña, porque quiere saber. Por ello
la travesía se antojaba necesaria. Lleva meses viajando por la tierra salvaje y
desamparada, los ríos, los cañones. Está tan lejos. Todo en pos del sueño de la
certeza. Así son los soñadores. Ciegos, masoquistas, enfermos, su imaginación
rayando en disparates. Si de algo sabe un poco es sobre las ilusiones. Sabe el
sonido que hacen cuando se rompen, cuando nacen, sabe del silencio que las
llena cuando dejan de existir.
La montaña
es enorme, una caspa blanca y congelada recubre las faldas, las copas de los
árboles, los arbustos y las grandes rocas donde cede el bosque. La cima
propende al cielo, está sumergida ente las nubes. Él no se amedrenta, ha
llegado demasiado lejos como para ahora rendirse. Uno debe saber cuándo luchar
y cuándo retirarse. La prudencia es una facultad de la virtud y él, por
supuesto, no la posee. Tiene los dedos ensangrentados y se hunden cada vez más
en las piedras filosas, las rodillas raspadas y las piernas al borde del
calambre. Todo le duele por el esfuerzo, menos el espíritu. Sin él, ya se lo
habría tragado el abismo que presupone la caída, el ojo oscuro de la insípida
cotidianidad que hay allá abajo. No todo
está perdido ¿pero cómo podría saberlo? Distinguir cuando la esperanza tiene
una justificación real, cuando nos proyectamos en las cosas para dotarlas de
nuestro carácter, son problemas de los que suelen padecer los optimistas.
Tergiversan las cosas. La esperanza que poseen es funestamente inmortal. Y
sigue escalando la montaña, el viento le empuja, la ventisca llena de escarcha
su rostro y su ropa, el frío le cala en los labios partidos, le castañetean los
dientes cada que vez que se queda parado. No debe detenerse. Si voltea hacia
atrás o si se detiene, está perdido. Lo único que queda es llegar a la cima y
esperar lo mejor, como siempre ha hecho.
La travesía
y su dificultad es la primer prueba. Debes ser digno de los vaticinios de una
pitia. La segunda prueba es la entrevista; tu motivo debe ser genuino, tu duda
debe reflejar un conflicto interno que justifique la molestia de ir hasta el
oráculo, sólo un alma buena puede recibir el regalo del presagio: no sólo debe
tener una pregunta, también debe enarbolar los motivos que generan esa
pregunta. Colgado del pecho lleva una moneda antigua que le regaló su abuelo,
su más preciada posesión; es su tributo al oráculo. Se dice que para recibir
los favores de la pitia, uno debe sacrificar alguna posesión, dar un regalo
como muestra de buena fe. Todo en pos de ser capaz de darle forma a su futuro
con alguna ventaja sobre el tiempo…Una pitia ensimismada, tocada por los
dioses, baila en un trance eterno, contonéandose al ritmo de los vapores que
emanan de la tierra sagrada dentro de la cueva. Está rodeada por sirvientes de
dios, los encargados de las entrevistas, las libaciones y los tributos. Cuando
se canse de bailar, desfallecerá en el piso, se convulsionará y en medio de las
arcadas, el futuro y la poesía hablarán a través de ella. Ese siempre es el
problema con los hombres, esa terrible capacidad suya para extrapolar el
instante hasta catapultarlo a un futuro incierto y frágil. Todavía no llega a
la cima y ya está en ella, su mente no está del todo en la montaña, entregada
ella al arrobo de sus ensueños. Y la montaña se lo reprocha con vientos muy
fuertes que amenazan su estabilidad, intentan tirarlo una y otra vez. El sueño
y el cansancio le pesan, lleva días y días sin una noche de genuino descanso.
Necesita el sueño tanto como al oráculo. Acaso
más el sueño, porque sin descansar, la mente no funciona como debe, podría
formular mal la pregunta y entonces el oráculo no le daría LA respuesta, sino
sólo una respuesta cifrada, confusa y ambigua. Él, tan ajeno a la poesía, ahora
se encomienda a ella para que lo saque del atolladero de la vida sin sentido. Lo
que está haciendo es un salto de fe, es ponerse en las manos de un mito que se
ha ido transmitiendo de boca en boca, ponerse en manos de la palabra y su
capacidad sanadora, de su interpretación del presagio de un oráculo. Pero las
palabras son bestias informes y despiadadas. Al atenerse a ellas, con sus actos,
está detonando una tragedia. La montaña parece no quererlo y hace todo lo
posible por tirarlo, quizá no es digno de los presagios del oráculo. Los
embates del viento lo desequilibran por ese camino sinuoso que escala la
montaña. Debería desistir, bajar la montaña, curar sus heridas, subir a su bote
e irse a esa tierra suya lejana y misteriosa. O quizá empezar de cero en otro
sitio. Sin embargo aquí arriba todo es tan vívido y lleno de color. En la
montaña, extrañamente, respira mejor conforme va subiendo. No tiene sentido.
También debe aceptar que con el esfuerzo que supone el escalar, no ha tenido
tiempo para sumirse en sus tribulaciones. Al darse cuenta de ello, resume su
andar determinado y hunde de nuevo sus yemas en las rocas sobre ese paso
nevado, tan estrecho como para tener que pasarlo de lado, una caída
representaría una muerte segura. Recorre el estrecho un paso a la vez, sólo
despegando los pies cuando el avance parece seguro y su pie no parece pisar
suelo endeble. La montaña suda agua y escurre nieve, es difícil agarrarse.
Entonces la vio, una ilusión materializada en el paso nevado, delante de él.
Sacude la cabeza. Todo estaba tan bien. Qué poco duran los gustos. Con qué
facilidad cambia de estado de ánimo en esa montaña. Un solo fantasma ha bastado
para perturbarlo. Siguió andando, con la esperanza de que la imagen se disipara
conforme se acercara a ella. Debe ser el hambre, debe ser el cansancio, debe
ser el sueño. El tormento es íntegramente producto de su cabeza. Pero el
saberlo no le ayuda a superarlo. Al contrario, sus malestares ahora no son sólo
una sombra, sino una palpable realidad, una vez más. Sigue andando, necio,
cabrón desamparado. La montaña le da una tregua, se materializa una cueva y la
imagen se disipa. Puede descansar en esa cueva en medio del estrecho. Pero está
tan cerca de la cima y tan cansado. Teme que si se duerme nunca vuelva a
despertar. No parece sensato el detenerse. Incluso si logra dormir y despertar,
quizá aquellos malos sueños vengan una vez más a dejarlo despierto, con la
frente sudorosa, el pecho martilleando, el corazón en vilo y la mente
obnubilada. De súbito, una alegoría nevada de su mente desciende a gran
velocidad estremeciendo la montaña; el suelo tiembla, la nieve se precipita al
vacío y él parece perder el equilibrio. Tan rápido como puede se arroja hacia
la cueva y la nieve cierra la entrada en su viaje al vacío.
Es la
primera vez que puede admirar la vista. O al menos la primera vez que se toma
la molestia de realmente observar la vista. El invierno está acabando, el Sol
está indeciso entre seguir alumbrando o irse a dormir. El gran océano, la costa
gentil y plácida, el bosque que recorre las faldas de la montaña, la vegetación
que cambia conforme se acerca hacia las playas…El cielo límpido le refleja su
interior. Hasta hoy el vacío le parecía terrible, pero ahora no le parece tan
malo. El vacío también supone la posibilidad de ser llenado. Sólo debe
encontrar aquello que lo llene de vida, compartir el fulgor de la existencia.
El impulso vital no se limita solamente al mero respirar, al bombeo de un
músculo frenético o al deseo abrasando la voluntad. Debe haber mucho más. Por
eso sigue subiendo. Por eso vale la pena sentir de cerca el beso de la muerte,
para vivir. Desde la altura todo
problema empequeñece, la luz llega más directamente, el Sol da la posibilidad
de que se disipen las sombras que ha su mente ha convocado.
El alud ha
terminado hace algunos minutos, hay una gran calma pegajosa que se adhiere a su
alma. Parece seguro salir de la cueva. Ya afuera, alza la vista mientras se
sostiene con las manos. La cima ahora parece más cercana. Algo palpita (¿o
crepita?) en su pecho. El silencio es tan grande y grueso que puede escuchar su
respiración, su sangre corriendo las avenidas de su cuerpo, la electricidad de
su cerebro convirtiéndose en pensamientos. Está vivo. Lleno de dudas, pero
vivo. Maldita sea la incertidumbre. Maldito sea al que se le ocurrió poner un
oráculo en esta tierra tan inhóspita y remota. Maldita sea la condición humana.
Maldita sea nuestra capacidad de arruinar la hermosura que nos rodea. Todo
terminará pronto. Shhh, sopla el viento. There there, little boy. It´s going to
be ok. Everything´s going to be ok, parece decirle en susurros. Ya estás cerca,
le dicen las emociones agolpadas en su pecho. Sólo un poco más. Ya ve
claramente la cima donde está el oráculo de Mykonos. Sonríe. Se siente ansioso.
La sangre seca de sus manos recede en en su punzante malestar. Un mal paso,
resbala. Se alcanza a sostener por puro reflejo y ganas de vivir. Descubrirse a
sí mismo no es sencillo, pero estar tan cerca de la muerte le revindica con la
vida, con los demás. Necesitamos de los otros para reafirmar nuestra
existencia. Estando solo aquí arriba, se ha dado cuenta de que la vida está
allá abajo.
Por fin. El
objeto del deseo al alcance de unos pasos. Sólo un poco más. Ahora que está
aquí, se ha diluido el cansancio. Sube un poco más y ahí está la cima. El
hombre ha vencido a la naturaleza. Se tira al piso y respira profundamente,
satisfecho. Recupera el aliento. El cielo es tan hermoso. Está feliz. Tras un
breve descanso, se levanta para dirigirse a la cueva ¿Y la cueva? No hay
ninguna luz, ninguna abertura, ninguna inscripción que invite a conocerse a sí
mismo. Todo es una farsa. La poesía le ha mentido. No existe el oráculo.
Mykonos no es Delfos. Una puerta se cierra y de ella sólo queda el polvo que
levanta. Todo ha sido en vano. Está enojado. Grita. Siente rencor en su pecho.
Si fuera capaz de tal cosa, lloraría. Sin embargo, se siente vivo. Entonces…cae
en cuenta. Quizá nada ha sido en vano. Logró lo que quería. El oráculo no
importa, no lo necesita. Él es capaz por sí mismo de darle sentido a su vida,
de encauzarla de nuevo al buen camino, ser el mejor él que le sea posible. Y
entonces…por primera vez desde que tiene memoria…unas lágrimas salen de sus
ojos y se convierten en escarcha solamente demasiado rápido. El viento las
arranca indoloramente de sus pómulos enrojecidos por el frío. La vista es tan
hermosa. Por ese paisaje ha valido la pena venir desde tan lejos, puede ver
toda la isla desde la periferia de la cima. Nada es tan terrible ni tan
definitivo. El viaje lo ha reivindicado con su actitud positiva hacia la vida. Los
viajes suelen ser terapéuticos. Y este lo ha sido. No ha sido un fracaso, el
oráculo sólo era el pretexto. El oráculo está en él mismo. Sigue lleno de
dudas, pero ahora tiene una mejor actitud y disposición para enfrentarlas. El
oráculo, incluso sin existir realmente, le ha dado salida a los problemas de su
vida. Su vista está clavada en el horizonte. Una sonrisa triste corona su
semblante, la tristeza de difumina poco a poco hasta que sólo queda una sonrisa
amplia, pura y sincera. Ya no padece el frío, lo vive. El Sol se ha decidido
por fin y se dispone a ocultarse. Él contempla el atardecer más bello que ha
visto en su vida mientras piensa: “Mañana será un gran día”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario