-No, imbécil. Así no. Tienes que
golpearme un poco más duro, sin miedo, no me pasa nada. Estás haciéndolo mal. ¿De qué dijiste que
trabajabas? De actor te morirías de hambre.
-Ingeniero en mecatrónica. Déjame
hacerlo nada más. No me gusta que me ordenen todo el tiempo.
-Es que lo haces mal. Mejor desde el
inicio, desde que tocas la puerta.
-Va, va. Qué quisquillosa eres.
-¿Quién es?
-Soy de la compañía de gas, señorita.
Parece que hay una fuga y estamos revisando las tuberías del edificio.
-Ah, claro. Pase usted.
-¡Ora si jija de la rechingada! ¡Ya te
cargó el payaso!
-¡No, no! Déjeme. ¡No! ¡No me toque
por favor!
-¡Ah, pero cómo no pinche puta
cabaretera!
-A ver imbécil. Yo no soy ninguna puta
de cabaret wey, no vuelvas a mencionar eso.
-Y una mierda. Nada te parece. ¿Te
puedo decir jija de la rechingada pero puta de cabaret no? Vaya...
-Mira, lo hacemos a mi manera o no
sucede ni un carajo. ¿Te late?
-Ya vas, ya vas. ¿Alguna otra cosita
que necesite saber?
-Si haces algo que no me parezca, me
dejas morada la cara o magullada la piel te voy a tirar a los policías.
-Tiene todo el control, su ma-jes-tad.
-Excelente, gracias. Ahora, ponte el
pasamontañas de nuevo.
Tras cinco minutos de un teatro
bastante barato, la chica se harta y decide mandar al demonio al tipo que
recién conoció en un antro tres horas antes. Era igual de inútil que los demás,
nunca le satisfacían. No menospreciaba a los amantes de turno, no eran del todo
malos para el asunto pero, todos se iban con la imagen de que irían a la cama
con una chica cualquiera de arquitectura, no sabían lo que había detrás de
aquella cortina de humo. Se justifica bastante, la chica no luce como una de
esas a las que les excitan los ultrajes, probablemente nadie tiene cara de que
le gusten ese tipo de cosas. La ves en una fiesta, de esas muy ruidosas que
alternan ritmos pasivos, cursis y soporíferos con desenfrenos y/o afrentas
musicales, ella luce seria pero no aburrida. Expectante hacia la multitud
borracha. Lentes negros que acentúan aun más un aire intelectual natural, una
apariencia que coquetea sobremanera con lo friki del estudio. Así son los
prejuicios, es lo que parecía. Quién la viera. Que la compre quien no la
conozca. Más abajo tenemos una sonrisa de niña agradable, responsable y
pacífica. Una sonrisa amable, dulce y luminosa. La forma de la cara la brinda
de un aire noble cuando la miras de frente y un dejo de soberbia cuando te mira
desde arriba, los ojos corroboraban la personalidad que más tarde se pudiera
llegar a conocer: Si no se puede asegurar que había desprecio en ellos, tampoco
se puede negar que, a veces, esa impresión te daban. Menudita ella, casi frágil, lo cual la hace
peligrosa. Desinhibida en muchos aspectos, le importa muy poco la opinión de
otras personas. Está llena de sueños y proyectos. No es una mala persona, sólo
algo atribulada. No se siente culpable de sus filias, no tiene por qué estarlo.
Sólo necesita alguien que le apoye, la comprenda y juegue el juego. Todo ello
necesita paciencia y tiempo. Ya lo tendrá. Llegará de nuevo a sentirse un poco
libre de la escuela y los deberes, entonces saldrá de nuevo para ver si alguien
la viola como indican los cánones de la sodomía.
Se funde el tabaco y empieza a sentir el rancio sabor del amarillo diente
del filtro. Lo bota al piso. A los tres minutos suena la alarma del reloj.
Marca las 6:50 a.m. Diez minutos para desembarazarse del sueño todavía aferrado
a la cabeza, estirarse un poco, tallarse los ojos y quejarse por lo pronto que
ha llegado la mañana. Lucio tiene un par de clases y después pasa la tarde en
el pasto de la escuela con su grupo de amigos. No le va mal en la escuela, el
promedio dista de ser digno de encomio pero tampoco es malo. Le gusta que nunca
está en su casa. Siempre tiene distracciones y actividades que lo alejan del
absurdo de su vida. Vive solo. Emancipado a los diecisiete tras unas cuantas
faltas al respeto al hogar de sus papás, lo corrieron un día que le encontraron
drogado. Nunca fue querido de todas maneras, más mantenido por responsabilidad
forzosa que por haber sido fruto de una planeación. Ni siquiera le gustaban las
drogas, sólo quería comprobar por sí mismo qué se sentía.
Es tímido con todas las personas,
bastante reservado. Su presencia se extraña cuando no está con su grupo de
amigos, a pesar de no hablar en exceso.
Se le destraba la lengua cuando está
algo tomado. Cosa frecuente si se toma en cuenta que está por entrar a la
universidad y el adolescente promedio se siente inmortal. Es un espécimen que
muestra claramente la gran perversión que hay dentro de prácticamente cualquier
ser que respira y razona. Puede aparentar infinidad de cosas ante las personas,
pero cuando se encuentra retraído en si mismo, cruza los linderos de las filias
y los horrores que podría satanizar cualquier sociedad. Su estúpido rostro es
una vil y casi grosera farsa, sin que se le pueda llamar hipocresía porque,
entonces, sería lo más sensato culparnos a todos de ser uno de esos mentirosos.
Sólo es guardarse para si mismo lo más preciado. Piensa que lo que mejor nos
define se esconde siempre a los ojos de las personas, que nadie quiere que se
enteren de cómo somos en realidad. En el fondo desearía tener alguien en quien
poder confiar.
Él es a lo que nuestro mundo correcto
y mojigato calificaría de puerco y maniático. La gente censura todo lo que
ellos se mueren por hacer pero no se atreven. Éste tipo lo hace. Mejor aun, lo
disfruta y no encuentra motivos para no hacerlo. Es un sociópata hecho y
derecho, si hubiera doctorado en perversión, lo poseería con orgullo, lo
pondría en su cuarto; enmarcado y puesto a la vista de todo aquel que atreva a
entrar a su aposento que huele a droga, tabaco, zapatos sucios, humedad y a lo
que una marca desodorizante dice que debe oler Tahiti.
Casi es agradable su falta de moral,
sus impertinencias. Lástima que pocas personas hayan podido notar estas
remarcables aptitudes pues, como se ha dicho, cambia inmensidades cuando está
solo y cuando está acompañado. No se sabe cómo es que esta doble vida no lo ha
puesto de cabeza. Quizá sólo es la edad, que no sabe quién es todavía. Acaso
nunca lo sabrá.
Nunca encajará en la sociedad y lo sabe,
lo disfruta subconscientemente. Se burla de todos y se refugia en la
misantropía, ha hecho incontables cosas, pero pocas ha disfrutado tanto como la
sodomización. Subyugar a una mujer se encuentra encabezando sus más oscuras
pasiones, le hace sentir vivo. Y muerto. El complejo dilema moral lo perturba,
entonces se viene la música clásica, sacarse los mocos, los libros, el vodka y
las cobijas, su cama, intentar olvidar aquel trauma que lo transformó.
-¡Anel Bellarquín! Pase por su trabajo, señorita.
-Sí, claro profesor.
-Muy bien, Anel. No decepciona para
nada tu estudio de las catedrales góticas. Muy ameno y profusamente explicado,
excelente. Estás excentada. Nos vemos el semestre que viene
-Gracias, profesor.
-A ti Anel. Leerte fue una brisa de
aire fresco en medio del desierto.
-Profesor, exagera. Mis compañeros han
hecho grandes investigaciones.
-Llevo 30 años de maestro y es
decepcionante notar lo inusual que es tener estudiantes tan dedicadas como tú. Deberían
todos ser más como Anel, que se dedica al estudio con fervor. No como ustedes,
bola de inútiles. ¡A ver si ya dejan tanta pinche droga! ¡Pónganse a estudiar,
carajo!
Anel se ríe para sus adentros. El profesor es
muy bueno dando cátedra pero muy torpe por creer que conoce a cualquiera de sus
alumnos. El tarado cree que las risas de Anel son aprobatorias a su comentario,
más vale dejarlo en su tierna ineptitud. La chica sale. Guarda su trabajo
incluso con desdén, no le interesa demasiado la escuela, sólo sirve para
mantener callado a su padre, que siga pagando el cuarto que renta cerca de la
escuela. Pasa todas sus asignaturas sin mucho esfuerzo. Podría titularse de
cualquier cosa que le venga en gana, es una mujer sumamente inteligente y
astuta, pero ella tiene más interés en satisfacerse de mil y un maneras, rara
vez interesarse por algo o alguien que no sea ella misma. Pensar, sentir,
acarrean muchas problemáticas que ella prefiere ignorar. Le gusta el olvido y
le gusta el arrebato. A ella le importa un demonio lo demás.
Sus amigas llegan, no son muchas pero
son entrañables, las adora. Pero el turno vespertino exige un sacrificio mayor
pues no puede quedarse a platicar. Es viernes y es su hora de ir a cazar.
Se ha enterado de una fiesta en una
casa vieja y deshabitada. Su lejanía permite que la intromisión no sea
descubierta con facilidad. Se despierta su vocación arquitectónica al
imaginarse bebiendo en una casa de estilo antiguo. Un viernes digno de vivirse,
un viernes para disfrutar. Fuma un par de tabacos mientras va sumida en ese
mundo que ha creado como plan de contingencia cuando no le agrada el mundo real.
A veces desearía poder alternar entre ellos, pero este viernes no, quizá al
amanecer lo haría, pero ahora no. No cuando todo pinta tan bien. El semestre
está por acabar.
Va por la calle el idiota de Lucio con su cara radiante y cabellos
danzarines que siguen el ritmo del viento. Lo disfruta el tipo éste. Camina
como si en su cabeza sonara Stayin Alive perpetuamente. Se regodea con la idea
de ponerse una borrachera de campeonato, aceptar lo que le proporcione el día y
quizá ligar una chica. Si las cosas van bien y uno juega bien sus cartas hasta
acostarse con alguna. Equis, somos chavos. Relájate, se dice. Ellas vienen a la
fiesta con la misma idea, tranquilo, se reconforta, se alienta. Le han dado la
dirección y va acompañado de sus amigos, que van fumando marihuana por las
calles. Detesta el olor, detesta el sabor. No la necesita, no cuando tiene una
cerveza en su mano y un ideal en la cabeza. No saben gran cosa de la fiesta,
sólo lo que dicen las malas lenguas de la facultad de Filosofía: que es en un
edificio viejo y abandonado por el sur de la ciudad, que no hay problemas de
allanamiento, por ser una zona de difícil acceso. Es lo de menos, aunque
hubiera problemas, iría. Adora los problemas, adora el caos. Sin él, se siente
aburrido y ensimismado en un mundo de tedio y sinsabor.
La casa, efectivamente, es un edificio
polvoroso y tétrico, hermoso diría. Unas columnas estriadas y casi griegas, jónicas,
adornan una escalinata gris e imponente. Sí, ya se imagina bien ebrio en ese
lugar que es casi como un santuario. Incluso los árboles de alrededor son
bastante bellos, parecidos a los abetos pero más grandes. Favorecen la
discreción del lugar. Es de noche y la neblina empieza a bajar.
Conforme se acercan, el ruido de la
música aumenta. La reja es bastante alta pero se puede subir, brincan por ella,
aquel muro de cemento y fierros que los separa de la diversión y el exceso. El
ruido comienza. Alguien ha metido varios amplificadores y el diyei es el “aipod”
de algún insensato que lo ha decidido donar a la causa. The fucking Ipod
Experience.
Anel llega a la fiesta ya iniciada. Saca su licorera y bebe un buen
sorbo de brandy. Sonríe, una mueca encantadoramente engreída. Salta la reja con
algo de trabajo, dado su miedo a las alturas, pero supera el obstáculo. Se
dispone a plantar su linda cara en la fiesta y, con ella, conseguir todo el
alcohol que le pueda dar cualquier imbécil que sea tan patético para creer que
la emborrachará y la llevará a la cama. No, ella los verá ebrios primero, antes
de que ella siquiera se sienta mareada. Tiene callo para la bebida, como todos
los Bellarquín. Usará los encantos de su cuerpo, delicadamente esculpido por
los azares de la genética y las bondades del pilates. No tiene que hacer nada,
sacudir su cabello pantene y la sociedad machista hará que los galanes se
amontonen relamiéndose los labios por la nerd sacada de alguna página
fetichista hedionda a desesperación. Alguno será el encargado de actuar la
violación y, si a Anel no le agrada, se va a la mierda o quizá más lejos.
Lucio ya está ebrio y algo pasado por
las pastillas que algún extraño le regaló, su mundo gira lenta y deliciosamente,
adora su visión medio borrosa y la música que retumba en su pecho y que le
aloca el corazón. Se divierte contando los latidos, la cuenta asciende muy
rápido y está tan drogado que ha perdido la cuenta y el interés. También ha
perdido de vista a sus amigos, cosa que le importa poco, está buscando compañía
femenina. Quiere ligar. Ha visto muchas chicas simpáticas que no paran de
bailar la música de Hernán Cattaneo. Todas le agradan por ser extrovertidas. No
se decide. El tipo es atraído por una
chica de lentes negros, ella ronda por la fiesta sin interesarse por nada en
especial. Es hermosa a sus ojos, por lo cual cree que debe serlo para los demás.
Cautivadora, pensó. La sigue sin decidirse a hablarle, por temor a arruinarlo
todo por una estupidez producto de la droga y el alcohol. No hace falta, la chica
se ha percatado de que se la come con los ojos, corresponde las miradas con una
sonrisa algo altanera. Sin darse cuenta, por inercia, está parado a su lado e
inicia una conversación trivial, rito iniciático que bien llevado a cabo puede
terminar en una cama o en un cuarto oscuro. And the talking leads to touching, and the touching leads to sex, and then there is no mystery left.
Anel lleva rato paseándose sin rumbo
por toda la fiesta. La han abordado varios pelafustanes que poco o nada han
captado su atención. Si no la dejan de tocar, intentar abrazar, jugar con su
pelo o no le quitan la vista de los senos quince segundos o más, pierden su
gracia ante ella. Un tipejo que tambalea se le queda viendo, se le hace guapo.
Ella sonríe como diciéndole “eres un pobre diablo, pero quizá podamos
divertirnos”, cosa que el sujeto toma por aprobación y se lanza a la conquista.
Platican un buen rato. Ha pasado todas las pruebas de Anel, parece ser un buen
conejillo de indias para su experimento. Decide llevarlo a casa.
Salen de la fiesta pasadas las doce de
la noche, la plática no es fluida pero tampoco es un diálogo demasiado
intermitente. Silencios lo suficientemente cortos para apagarlos a besos;
silencios no tan largos para reevaluar lo que se hace. En el fondo Anel supone
que debe ser tan torpe como los otros para actuar de violador.
El tipo resulta ser un idiota y lo
rechaza cuando iban caminando a su casa. Se siente algo frustrada. Se resigna y continua caminando a casa.
Lleva buen rato caminando por las
turbias y grisáceas calles de la ciudad, plagadas de ruidos de autos lejanos y
uno que otro gato vago. Pasa por una
colonia llena de callejones oscuros y grafiteados. Ya faltando sólo un par de
calles para llegar a su casa, un sujeto se le abalanza por la espalda y la
empieza a tocar por todos lados. Está petrificada y excitada, por fin alguien
lo está haciendo bien, sin fingirlo. Anel sólo tiene que representar el papel
que le corresponde para no arruinar el escenario que el caprichoso azar le ha
impuesto. Ella grita y lucha, por dentro pide más. El tipo no se amedrenta y
rasga sus ropas y la tira al piso, la arrastra más dentro del callejón. Se ha
despojado de su pantalón. Ella patalea y manotea, él le magulla los brazos pero
a ella ya no le importan, se sentiría estúpida si intentara detener lo que
sucede por tan nimio asunto de vanidad. Anel comprende que el error era querer
interpretar con en una obra un acto que debía ser natural, las cosas que se
hacen de manera forzosa no pueden ser más que infructuosas. Ha aprendido una
gran lección, que se acompaña por un instante en que el cuerpo toca un nirvana
que Anel sólo puede traducir en un grito. El crimen se consuma.
En la fiesta, el juego ha ido mal con
la chica de los lentes negros, Lucio ha intentado cortejar en vano a otras tres
mujeres. Ninguna de sus necesidades está saciada. Está demasiado ebrio y él y
sus amigos se van a casa pensando en que el viernes pudo estar mejor.
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