Presentación

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domingo, 20 de noviembre de 2016

Improvisación dominguera provocada por ser desobligado: Viernes (pos)moderno



-No, imbécil. Así no. Tienes que golpearme un poco más duro, sin miedo, no me pasa nada. Estás haciéndolo mal. ¿De qué dijiste que trabajabas? De actor te morirías de hambre.
-Ingeniero en mecatrónica. Déjame hacerlo nada más. No me gusta que me ordenen todo el tiempo.
-Es que lo haces mal. Mejor desde el inicio, desde que tocas la puerta.
-Va, va. Qué quisquillosa eres.

-¿Quién es?
-Soy de la compañía de gas, señorita. Parece que hay una fuga y estamos revisando las tuberías del edificio.
-Ah, claro. Pase usted.
-¡Ora si jija de la rechingada! ¡Ya te cargó el payaso!
-¡No, no! Déjeme. ¡No! ¡No me toque por favor!
-¡Ah, pero cómo no pinche puta cabaretera!
-A ver imbécil. Yo no soy ninguna puta de cabaret wey, no vuelvas a mencionar eso.
-Y una mierda. Nada te parece. ¿Te puedo decir jija de la rechingada pero puta de cabaret no? Vaya...
-Mira, lo hacemos a mi manera o no sucede ni un carajo. ¿Te late?
-Ya vas, ya vas. ¿Alguna otra cosita que necesite saber?
-Si haces algo que no me parezca, me dejas morada la cara o magullada la piel te voy a tirar a los policías.
-Tiene todo el control, su ma-jes-tad.
-Excelente, gracias. Ahora, ponte el pasamontañas de nuevo.

Tras cinco minutos de un teatro bastante barato, la chica se harta y decide mandar al demonio al tipo que recién conoció en un antro tres horas antes. Era igual de inútil que los demás, nunca le satisfacían. No menospreciaba a los amantes de turno, no eran del todo malos para el asunto pero, todos se iban con la imagen de que irían a la cama con una chica cualquiera de arquitectura, no sabían lo que había detrás de aquella cortina de humo. Se justifica bastante, la chica no luce como una de esas a las que les excitan los ultrajes, probablemente nadie tiene cara de que le gusten ese tipo de cosas. La ves en una fiesta, de esas muy ruidosas que alternan ritmos pasivos, cursis y soporíferos con desenfrenos y/o afrentas musicales, ella luce seria pero no aburrida. Expectante hacia la multitud borracha. Lentes negros que acentúan aun más un aire intelectual natural, una apariencia que coquetea sobremanera con lo friki del estudio. Así son los prejuicios, es lo que parecía. Quién la viera. Que la compre quien no la conozca. Más abajo tenemos una sonrisa de niña agradable, responsable y pacífica. Una sonrisa amable, dulce y luminosa. La forma de la cara la brinda de un aire noble cuando la miras de frente y un dejo de soberbia cuando te mira desde arriba, los ojos corroboraban la personalidad que más tarde se pudiera llegar a conocer: Si no se puede asegurar que había desprecio en ellos, tampoco se puede negar que, a veces, esa impresión te daban.  Menudita ella, casi frágil, lo cual la hace peligrosa. Desinhibida en muchos aspectos, le importa muy poco la opinión de otras personas. Está llena de sueños y proyectos. No es una mala persona, sólo algo atribulada. No se siente culpable de sus filias, no tiene por qué estarlo. Sólo necesita alguien que le apoye, la comprenda y juegue el juego. Todo ello necesita paciencia y tiempo. Ya lo tendrá. Llegará de nuevo a sentirse un poco libre de la escuela y los deberes, entonces saldrá de nuevo para ver si alguien la viola como indican los cánones de la sodomía.
   
  Se funde el tabaco y empieza a sentir el rancio sabor del amarillo diente del filtro. Lo bota al piso. A los tres minutos suena la alarma del reloj. Marca las 6:50 a.m. Diez minutos para desembarazarse del sueño todavía aferrado a la cabeza, estirarse un poco, tallarse los ojos y quejarse por lo pronto que ha llegado la mañana. Lucio tiene un par de clases y después pasa la tarde en el pasto de la escuela con su grupo de amigos. No le va mal en la escuela, el promedio dista de ser digno de encomio pero tampoco es malo. Le gusta que nunca está en su casa. Siempre tiene distracciones y actividades que lo alejan del absurdo de su vida. Vive solo. Emancipado a los diecisiete tras unas cuantas faltas al respeto al hogar de sus papás, lo corrieron un día que le encontraron drogado. Nunca fue querido de todas maneras, más mantenido por responsabilidad forzosa que por haber sido fruto de una planeación. Ni siquiera le gustaban las drogas, sólo quería comprobar por sí mismo qué se sentía.
Es tímido con todas las personas, bastante reservado. Su presencia se extraña cuando no está con su grupo de amigos, a pesar de no hablar en exceso.
Se le destraba la lengua cuando está algo tomado. Cosa frecuente si se toma en cuenta que está por entrar a la universidad y el adolescente promedio se siente inmortal. Es un espécimen que muestra claramente la gran perversión que hay dentro de prácticamente cualquier ser que respira y razona. Puede aparentar infinidad de cosas ante las personas, pero cuando se encuentra retraído en si mismo, cruza los linderos de las filias y los horrores que podría satanizar cualquier sociedad. Su estúpido rostro es una vil y casi grosera farsa, sin que se le pueda llamar hipocresía porque, entonces, sería lo más sensato culparnos a todos de ser uno de esos mentirosos. Sólo es guardarse para si mismo lo más preciado. Piensa que lo que mejor nos define se esconde siempre a los ojos de las personas, que nadie quiere que se enteren de cómo somos en realidad. En el fondo desearía tener alguien en quien poder confiar.
Él es a lo que nuestro mundo correcto y mojigato calificaría de puerco y maniático. La gente censura todo lo que ellos se mueren por hacer pero no se atreven. Éste tipo lo hace. Mejor aun, lo disfruta y no encuentra motivos para no hacerlo. Es un sociópata hecho y derecho, si hubiera doctorado en perversión, lo poseería con orgullo, lo pondría en su cuarto; enmarcado y puesto a la vista de todo aquel que atreva a entrar a su aposento que huele a droga, tabaco, zapatos sucios, humedad y a lo que una marca desodorizante dice que debe oler Tahiti.
Casi es agradable su falta de moral, sus impertinencias. Lástima que pocas personas hayan podido notar estas remarcables aptitudes pues, como se ha dicho, cambia inmensidades cuando está solo y cuando está acompañado. No se sabe cómo es que esta doble vida no lo ha puesto de cabeza. Quizá sólo es la edad, que no sabe quién es todavía. Acaso nunca lo sabrá.
Nunca encajará en la sociedad y lo sabe, lo disfruta subconscientemente. Se burla de todos y se refugia en la misantropía, ha hecho incontables cosas, pero pocas ha disfrutado tanto como la sodomización. Subyugar a una mujer se encuentra encabezando sus más oscuras pasiones, le hace sentir vivo. Y muerto. El complejo dilema moral lo perturba, entonces se viene la música clásica, sacarse los mocos, los libros, el vodka y las cobijas, su cama, intentar olvidar aquel trauma que lo transformó.


  -¡Anel Bellarquín! Pase por su trabajo, señorita.
-Sí, claro profesor.
-Muy bien, Anel. No decepciona para nada tu estudio de las catedrales góticas. Muy ameno y profusamente explicado, excelente. Estás excentada. Nos vemos el semestre que viene
-Gracias, profesor.
-A ti Anel. Leerte fue una brisa de aire fresco en medio del desierto.
-Profesor, exagera. Mis compañeros han hecho grandes investigaciones.  
-Llevo 30 años de maestro y es decepcionante notar lo inusual que es tener estudiantes tan dedicadas como tú. Deberían todos ser más como Anel, que se dedica al estudio con fervor. No como ustedes, bola de inútiles. ¡A ver si ya dejan tanta pinche droga! ¡Pónganse a estudiar, carajo!
 Anel se ríe para sus adentros. El profesor es muy bueno dando cátedra pero muy torpe por creer que conoce a cualquiera de sus alumnos. El tarado cree que las risas de Anel son aprobatorias a su comentario, más vale dejarlo en su tierna ineptitud. La chica sale. Guarda su trabajo incluso con desdén, no le interesa demasiado la escuela, sólo sirve para mantener callado a su padre, que siga pagando el cuarto que renta cerca de la escuela. Pasa todas sus asignaturas sin mucho esfuerzo. Podría titularse de cualquier cosa que le venga en gana, es una mujer sumamente inteligente y astuta, pero ella tiene más interés en satisfacerse de mil y un maneras, rara vez interesarse por algo o alguien que no sea ella misma. Pensar, sentir, acarrean muchas problemáticas que ella prefiere ignorar. Le gusta el olvido y le gusta el arrebato. A ella le importa un demonio lo demás.

Sus amigas llegan, no son muchas pero son entrañables, las adora. Pero el turno vespertino exige un sacrificio mayor pues no puede quedarse a platicar. Es viernes y es su hora de ir a cazar.
Se ha enterado de una fiesta en una casa vieja y deshabitada. Su lejanía permite que la intromisión no sea descubierta con facilidad. Se despierta su vocación arquitectónica al imaginarse bebiendo en una casa de estilo antiguo. Un viernes digno de vivirse, un viernes para disfrutar. Fuma un par de tabacos mientras va sumida en ese mundo que ha creado como plan de contingencia cuando no le agrada el mundo real. A veces desearía poder alternar entre ellos, pero este viernes no, quizá al amanecer lo haría, pero ahora no. No cuando todo pinta tan bien. El semestre está por acabar.

  Va por la calle el idiota de Lucio con su cara radiante y cabellos danzarines que siguen el ritmo del viento. Lo disfruta el tipo éste. Camina como si en su cabeza sonara Stayin Alive perpetuamente. Se regodea con la idea de ponerse una borrachera de campeonato, aceptar lo que le proporcione el día y quizá ligar una chica. Si las cosas van bien y uno juega bien sus cartas hasta acostarse con alguna. Equis, somos chavos. Relájate, se dice. Ellas vienen a la fiesta con la misma idea, tranquilo, se reconforta, se alienta. Le han dado la dirección y va acompañado de sus amigos, que van fumando marihuana por las calles. Detesta el olor, detesta el sabor. No la necesita, no cuando tiene una cerveza en su mano y un ideal en la cabeza. No saben gran cosa de la fiesta, sólo lo que dicen las malas lenguas de la facultad de Filosofía: que es en un edificio viejo y abandonado por el sur de la ciudad, que no hay problemas de allanamiento, por ser una zona de difícil acceso. Es lo de menos, aunque hubiera problemas, iría. Adora los problemas, adora el caos. Sin él, se siente aburrido y ensimismado en un mundo de tedio y sinsabor.
La casa, efectivamente, es un edificio polvoroso y tétrico, hermoso diría. Unas columnas estriadas y casi griegas, jónicas, adornan una escalinata gris e imponente. Sí, ya se imagina bien ebrio en ese lugar que es casi como un santuario. Incluso los árboles de alrededor son bastante bellos, parecidos a los abetos pero más grandes. Favorecen la discreción del lugar. Es de noche y la neblina empieza a bajar.  
Conforme se acercan, el ruido de la música aumenta. La reja es bastante alta pero se puede subir, brincan por ella, aquel muro de cemento y fierros que los separa de la diversión y el exceso. El ruido comienza. Alguien ha metido varios amplificadores y el diyei es el “aipod” de algún insensato que lo ha decidido donar a la causa. The fucking Ipod Experience.

  Anel llega a la fiesta ya iniciada. Saca su licorera y bebe un buen sorbo de brandy. Sonríe, una mueca encantadoramente engreída. Salta la reja con algo de trabajo, dado su miedo a las alturas, pero supera el obstáculo. Se dispone a plantar su linda cara en la fiesta y, con ella, conseguir todo el alcohol que le pueda dar cualquier imbécil que sea tan patético para creer que la emborrachará y la llevará a la cama. No, ella los verá ebrios primero, antes de que ella siquiera se sienta mareada. Tiene callo para la bebida, como todos los Bellarquín. Usará los encantos de su cuerpo, delicadamente esculpido por los azares de la genética y las bondades del pilates. No tiene que hacer nada, sacudir su cabello pantene y la sociedad machista hará que los galanes se amontonen relamiéndose los labios por la nerd sacada de alguna página fetichista hedionda a desesperación. Alguno será el encargado de actuar la violación y, si a Anel no le agrada, se va a la mierda o quizá más lejos.

Lucio ya está ebrio y algo pasado por las pastillas que algún extraño le regaló, su mundo gira lenta y deliciosamente, adora su visión medio borrosa y la música que retumba en su pecho y que le aloca el corazón. Se divierte contando los latidos, la cuenta asciende muy rápido y está tan drogado que ha perdido la cuenta y el interés. También ha perdido de vista a sus amigos, cosa que le importa poco, está buscando compañía femenina. Quiere ligar. Ha visto muchas chicas simpáticas que no paran de bailar la música de Hernán Cattaneo. Todas le agradan por ser extrovertidas. No se decide.  El tipo es atraído por una chica de lentes negros, ella ronda por la fiesta sin interesarse por nada en especial. Es hermosa a sus ojos, por lo cual cree que debe serlo para los demás. Cautivadora, pensó. La sigue sin decidirse a hablarle, por temor a arruinarlo todo por una estupidez producto de la droga y el alcohol. No hace falta, la chica se ha percatado de que se la come con los ojos, corresponde las miradas con una sonrisa algo altanera. Sin darse cuenta, por inercia, está parado a su lado e inicia una conversación trivial, rito iniciático que bien llevado a cabo puede terminar en una cama o en un cuarto oscuro. And the talking leads to touching, and the touching leads to sex, and then there is no mystery left.

Anel lleva rato paseándose sin rumbo por toda la fiesta. La han abordado varios pelafustanes que poco o nada han captado su atención. Si no la dejan de tocar, intentar abrazar, jugar con su pelo o no le quitan la vista de los senos quince segundos o más, pierden su gracia ante ella. Un tipejo que tambalea se le queda viendo, se le hace guapo. Ella sonríe como diciéndole “eres un pobre diablo, pero quizá podamos divertirnos”, cosa que el sujeto toma por aprobación y se lanza a la conquista. Platican un buen rato. Ha pasado todas las pruebas de Anel, parece ser un buen conejillo de indias para su experimento. Decide llevarlo a casa.
Salen de la fiesta pasadas las doce de la noche, la plática no es fluida pero tampoco es un diálogo demasiado intermitente. Silencios lo suficientemente cortos para apagarlos a besos; silencios no tan largos para reevaluar lo que se hace. En el fondo Anel supone que debe ser tan torpe como los otros para actuar de violador.
El tipo resulta ser un idiota y lo rechaza cuando iban caminando a su casa. Se siente algo frustrada.  Se resigna y continua caminando a casa.

Lleva buen rato caminando por las turbias y grisáceas calles de la ciudad, plagadas de ruidos de autos lejanos y uno que otro gato vago.  Pasa por una colonia llena de callejones oscuros y grafiteados. Ya faltando sólo un par de calles para llegar a su casa, un sujeto se le abalanza por la espalda y la empieza a tocar por todos lados. Está petrificada y excitada, por fin alguien lo está haciendo bien, sin fingirlo. Anel sólo tiene que representar el papel que le corresponde para no arruinar el escenario que el caprichoso azar le ha impuesto. Ella grita y lucha, por dentro pide más. El tipo no se amedrenta y rasga sus ropas y la tira al piso, la arrastra más dentro del callejón. Se ha despojado de su pantalón. Ella patalea y manotea, él le magulla los brazos pero a ella ya no le importan, se sentiría estúpida si intentara detener lo que sucede por tan nimio asunto de vanidad. Anel comprende que el error era querer interpretar con en una obra un acto que debía ser natural, las cosas que se hacen de manera forzosa no pueden ser más que infructuosas. Ha aprendido una gran lección, que se acompaña por un instante en que el cuerpo toca un nirvana que Anel sólo puede traducir en un grito. El crimen se consuma.

En la fiesta, el juego ha ido mal con la chica de los lentes negros, Lucio ha intentado cortejar en vano a otras tres mujeres. Ninguna de sus necesidades está saciada. Está demasiado ebrio y él y sus amigos se van a casa pensando en que el viernes pudo estar mejor.    

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