Parado otra vez ante las ruinas del corazón;
derribados otra vez los muros de la altiva Ilión
por la marcha incontestable de los fieros aqueos.
Ya caído está el valiente Hector ante el acero
de una venganza injusta y cruel, pero inevitable;
y ya el pequeño Astianacte ha sido estrellado
contra la piedra fría del suelo profanado;
ya el impulso de la guerra da paso al del llanto;
ya el altar del honor se oscurece en la vergüenza
y el alma del dolor añora darse a la esperanza.
Agoniza esta ciudad que fue mi corazón,
que se arriesgó por completo en salir
al encuentro de las vivas llamas del amor.
Y ahora, solo, me siento errante, sin patria.
¿Y qué hacer?, no queda nada por qué luchar.
Sólo las ruinas se atreven otra vez a recordar
que aunque la lucha fue en vano, no fue banal.
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L. Pulpdam
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