Se
dice que los hombres, todos sin excepción, buscan el bien, y que, como no
pueden desentenderse de la sociedad, lo buscan desde su actuar en ésta misma. A
lo largo de esta búsqueda, durante tantísimos años, se han vislumbrado muchos
modos de llevar a cabo lo anterior, unos más efectivos que otros, pero que
finalmente no acaban por convencer a todo hombre de que la vida debe vivirse de
tal o cual manera, bien a final de cuentas; ya sea por sus connotaciones
místicas o por sus bases naturalistas, no nos acaban de mostrar la buena vida.
En nuestros tiempos, este trajinar nos ha llevado a la exactitud científica y
ésta a la búsqueda de una moral demostrable e inmutable que se pueda aplicar a
todos, como si de una fórmula matemática se tratara. Esta fórmula la conocemos
más comúnmente con el mote de Derechos Humanos. Los derechos humanos rigen gran
parte de nuestro actuar individual y social con respecto de la moral, por lo
cual se torna imperioso pensar en la relación que existe entre éstos y la moral
misma. De no pensarlo corremos el riesgo de haber llegado al convencionalismo
ético, alejándonos del verdadero conocimiento del bien al intercambiarlo por
una solución a todos nuestros problemas con base en la legalidad. La relación
entre ley y bien es tan estrecha que no se ve, por eso encontramos lagunas legales
entre el bien y el mal y bienes ilegales.
Es supuesto por todos que la ley se
define como una serie de disposiciones que rigen nuestro comportamiento en
sociedad para la sana convivencia, por lo cual deben ser fruto de una visión
inmanente del bien común, es decir, que ese bien común nazca, viva, muera y
permanezca en la ley. De ahí que el marco legal de cada sociedad rija el
comportamiento de los hombres a un nivel tan profundo que su misma voluntad se
mira comprometida. Por ejemplo, las drogas son malas en el único caso de que la
ley las presente como tales, pues de lo contrario no encontramos la maldad de
nuestras acciones en este respecto; podemos tomar alcohol hasta la
inconsciencia pero no fumar un cigarrillo de marihuana –y que quede claro que
no pretendo, ni quiero, ni me interesa hacer apología por los adictos a la
marihuana ni al alcohol, ni a ningún tipo de sustancia legal o ilegal, es sólo
que este ejemplo es el más común. ¿Es la ley la que determina lo bueno y lo
malo?
La ley determina lo bueno y lo malo
desde que la razón moderna es el hilo conductor de todo conocimiento humano, ya que al derivarse de la idea del bien común
ésta no puede llevarnos a otro derrotero que no sea éste. Así, la ley ya no
necesita verse relacionada con el bien, pues no son dos entes distintos, sino
uno mismo que se ejerce en la comunidad y se mira en el papel. Aquí es donde
entran a colación, por fin, los derechos humanos, pues ellos nos dicen, de
manera muy amplia, qué debemos hacer y qué no.
Los derechos humanos son una serie
de acuerdos, por decirlo de algún modo, en que con una base natural se
fundamenta todo lo que a la vida le concierne, desde su gobierno hasta su religión.
Lamentablemente, como nacen del pleno conocimiento del bien común, nos impiden
mirar más allá. El bien común pasa a ser un supuesto y la ley una cadena que da
al supuesto la fuerza para existir arraigada en los corazones de los hombres.
Por lo anterior nos piden ser tolerantes aunque esto nos pueda costar llegar al
nihilismo: ya nada importa pues todo está permitido, siempre y cuando nade en
la laguna de la ley.
Desaparecimos el problema del buen hombre y el buen ciudadano,
haciendo legal la libertad, quitándole su unión con la naturaleza. Si la ley no
es reflejo del bien, no nos puede llevar al mismo, pero si el bien es reflejo
de la ley, no tenemos tal cosa como El Bien. Los derechos humanos, con toda su
aceptación no pueden determinar el bien, porque no vienen de la naturaleza del
bien, sino de la ley, y el bien no puede determinar los derechos humanos, pues
ya no lo buscamos. Los derechos humanos son esa fórmula en la que ya no hay
variables: todos son buenos, todos y ninguno.
¿Qué haremos en un mundo donde ya no hay necesidad de fijarse
en el bien y sólo se permite voltear a la constitución política? Quizá sólo nos
quede volvernos abogados, quizá del diablo.
Talio
Maltratando a la musa
Un plato, una manta y una vida de perdón
Lléname las manos de comida,
pues antes la he desperdiciado,
quítame el hambre homicida,
pues tirar y matar es pecado.
Dame un nuevo soplo de vida,
de malo llévate el significado.
Mírame de más, de cerca, de
nuevo, pero mira más profundo,
tan al fondo como sólo la fe
le da sentido a ser vagabundo.
Mírate sufrir y desfallecer,
morir de amor en este mundo.
¿Cómo podrás ayudarme, amigo,
si no has recibido lo que te pido?
Te complaces de estar conmigo,
te lamentas, aún, de haber perdido.
Buscas, de antes, el mismo abrigo.
Perdona y sé feliz como Guido.
Perdón no es perdón si duele
como el hambre y el asesinato.
El perdón es perdón si suele
dar vida y tener lleno el plato.
El perdón es para que vuele
el hombre que busca ser grato.
Perdónate, a mí y a ella:
a ella por llevarse todo,
a mí por no curar tu mella
dejándote hundido en el lodo,
y a ti que al ver la vida bella
no les has visto entero el modo.
No hay bien si el perdón nos falta,
no se ama si existe capricho,
no se usa para el frío la manta
sino para darle al calor nicho.
Tú eres bueno, el mal aguanta.
Perdona y sé feliz. He dicho.
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