Presentación

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lunes, 5 de diciembre de 2016

El bien de ley

Se dice que los hombres, todos sin excepción, buscan el bien, y que, como no pueden desentenderse de la sociedad, lo buscan desde su actuar en ésta misma. A lo largo de esta búsqueda, durante tantísimos años, se han vislumbrado muchos modos de llevar a cabo lo anterior, unos más efectivos que otros, pero que finalmente no acaban por convencer a todo hombre de que la vida debe vivirse de tal o cual manera, bien a final de cuentas; ya sea por sus connotaciones místicas o por sus bases naturalistas, no nos acaban de mostrar la buena vida. En nuestros tiempos, este trajinar nos ha llevado a la exactitud científica y ésta a la búsqueda de una moral demostrable e inmutable que se pueda aplicar a todos, como si de una fórmula matemática se tratara. Esta fórmula la conocemos más comúnmente con el mote de Derechos Humanos. Los derechos humanos rigen gran parte de nuestro actuar individual y social con respecto de la moral, por lo cual se torna imperioso pensar en la relación que existe entre éstos y la moral misma. De no pensarlo corremos el riesgo de haber llegado al convencionalismo ético, alejándonos del verdadero conocimiento del bien al intercambiarlo por una solución a todos nuestros problemas con base en la legalidad. La relación entre ley y bien es tan estrecha que no se ve, por eso encontramos lagunas legales entre el bien y el mal y bienes ilegales.  
            Es supuesto por todos que la ley se define como una serie de disposiciones que rigen nuestro comportamiento en sociedad para la sana convivencia, por lo cual deben ser fruto de una visión inmanente del bien común, es decir, que ese bien común nazca, viva, muera y permanezca en la ley. De ahí que el marco legal de cada sociedad rija el comportamiento de los hombres a un nivel tan profundo que su misma voluntad se mira comprometida. Por ejemplo, las drogas son malas en el único caso de que la ley las presente como tales, pues de lo contrario no encontramos la maldad de nuestras acciones en este respecto; podemos tomar alcohol hasta la inconsciencia pero no fumar un cigarrillo de marihuana –y que quede claro que no pretendo, ni quiero, ni me interesa hacer apología por los adictos a la marihuana ni al alcohol, ni a ningún tipo de sustancia legal o ilegal, es sólo que este ejemplo es el más común. ¿Es la ley la que determina lo bueno y lo malo?
            La ley determina lo bueno y lo malo desde que la razón moderna es el hilo conductor de todo conocimiento humano,  ya que al derivarse de la idea del bien común ésta no puede llevarnos a otro derrotero que no sea éste. Así, la ley ya no necesita verse relacionada con el bien, pues no son dos entes distintos, sino uno mismo que se ejerce en la comunidad y se mira en el papel. Aquí es donde entran a colación, por fin, los derechos humanos, pues ellos nos dicen, de manera muy amplia, qué debemos hacer y qué no.
            Los derechos humanos son una serie de acuerdos, por decirlo de algún modo, en que con una base natural se fundamenta todo lo que a la vida le concierne, desde su gobierno hasta su religión. Lamentablemente, como nacen del pleno conocimiento del bien común, nos impiden mirar más allá. El bien común pasa a ser un supuesto y la ley una cadena que da al supuesto la fuerza para existir arraigada en los corazones de los hombres. Por lo anterior nos piden ser tolerantes aunque esto nos pueda costar llegar al nihilismo: ya nada importa pues todo está permitido, siempre y cuando nade en la laguna de la ley.
Desaparecimos el problema del buen hombre y el buen ciudadano, haciendo legal la libertad, quitándole su unión con la naturaleza. Si la ley no es reflejo del bien, no nos puede llevar al mismo, pero si el bien es reflejo de la ley, no tenemos tal cosa como El Bien. Los derechos humanos, con toda su aceptación no pueden determinar el bien, porque no vienen de la naturaleza del bien, sino de la ley, y el bien no puede determinar los derechos humanos, pues ya no lo buscamos. Los derechos humanos son esa fórmula en la que ya no hay variables: todos son buenos, todos y ninguno.
¿Qué haremos en un mundo donde ya no hay necesidad de fijarse en el bien y sólo se permite voltear a la constitución política? Quizá sólo nos quede volvernos abogados, quizá del diablo.

Talio

Maltratando a la musa

Un plato, una manta y una vida de perdón

Lléname las manos de comida,
pues antes la he desperdiciado,
quítame el hambre homicida,
pues tirar y matar es pecado.
Dame un nuevo soplo de vida,
de malo llévate el significado.

Mírame de más, de cerca, de
nuevo, pero mira más profundo,
tan al fondo como sólo la fe
le da sentido a ser vagabundo.
Mírate sufrir y desfallecer,
morir de amor en este mundo.

¿Cómo podrás ayudarme, amigo,
si no has recibido lo que te pido?
Te complaces de estar conmigo,
te lamentas, aún, de haber perdido.
Buscas, de antes, el mismo abrigo.
Perdona y sé feliz como Guido.

Perdón no es perdón si duele
como el hambre y el asesinato.
El perdón es perdón si suele
dar vida y tener lleno el plato.
El perdón es para que vuele
el hombre que busca ser grato.

Perdónate, a mí y a ella:
a ella por llevarse todo,
a mí por no curar tu mella
dejándote hundido en el lodo,
y a ti que al ver la vida bella
no les has visto entero el modo.

No hay bien si el perdón nos falta,
no se ama si existe capricho,
no se usa para el frío la manta
sino para darle al calor nicho.
Tú eres bueno, el mal aguanta.
Perdona y sé feliz. He dicho.




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