Presentación

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jueves, 8 de diciembre de 2016

Una piedra en mi camino

Hace 750 días las piedras eran para mí piedras, sólo un pedacito de lugar que me gustaba conservar de los sitios que había visitado. Era una broma privada: un souvenir de valor incalculable, literelmante. Así qué hace 750 días me traje un trocito de San Luis Potosí, creyendo, ingenua, que esa piedra era sólo una piedra más; sólo un objeto al que yo sujeto le daba significado.

Tras un velo recuerdo las aves exóticas, el olor sobrecargado a vegetación, la psicodelia de aquel jardín, lo inverosímil de aquellas emociones. Cuando llegué a la Ciudad de México me sentía aletargada. Llegué a creer que mi corazón desbordandose había sido sólo una alucinación  y que aquel visceral viaje había sido un sueño narcótico.

El laberinto que construyó Edward James mareó mi cordura, sofocó mis sentidos y ahí extravíe la cuerda que me sujetaba al mundo <real>. Aquella piedra lo observó todo, me miró alucinar, divagar y extraviarme en aquel bosque tropical. Guardó silencio cuando la tomé y en todo el camino se hizo la dormida. Cuando llegamos a casa, era tanto el caos que no la vi reptar hacia un altar, yo estaba tan cansada porque al final del camino "ella" pesaba como veinte cadáveres.

Por más de 700 días me observó con su aura de humedad exótica y siniestra, de vitalidad sobrenatural. Me aplastaba con su presencia morbosa. Todas las noches me susurraba historias de paisajes afrodisiacos, promesas de idilio, caricias a forma de placebo. Cada noche y cada día aquel pedazo de tiempo materializado me asechó, me succionó la esencia y terminé enfermando. Creí perderla cordura. Anduve a tientas, tropezando en la oscuridad, dudando frío y con la ansiedad de no saber qué pasa. Así pasaron los días: yo enferma y demacrada, "ella" altanera, posicionado en su altar.

Una tarde de otoño, una fuente comenzó a danzar para mí, el Sol estaba ocultándose y besó mi piel entumecida. Un espectáculo de luces y calidez me obligó a abrir lentamente los ojos, a salir de esa tétrica y absurda fantasía. Dejé de soñar con el alba sobre el mar. Comencé a reconocer mi imagen en el espejo. Volví a tomar mi pluma. Volví a amar el paso del tiempo.

Aquella roca la hallé sin ningún rastro de vida, sólo quedaba su cuerpo inherte. Ya no había indicio de la presencia surrealista de mil ecos en ella, ya no me asechaba, ni siquiera olía a muerte. Hoy ya no está en un altar, ocupa un lugar juntó a las demás piedras que he traído de los lugares que visité. 750 días después ya no soy un fantasma y aquella roca es sólo una roca.

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