Deseos de saber
Me
sorprende que nuestros acercamientos a pensar la realidad de la felicidad no
pasen de considerarla como efímera, como parte de una emoción animada que
responde a las circunstancias o que vive dentro del sujeto que se resiste a
ellas, aunque se en momentos de ilusión. Nuestras teorías están muy seguras que
es sobre todo una cuestión de perspectiva sentimental y psicológica. La
vulgarización del racionalismo la investiga a partir de su dato más elemental:
el placer; otros recurren a rendirse en el inicio de la investigación: dado que
todos tienen sus propias aspiraciones y deseos, todos tienen su propia idea de
realizar la manera en que han de ser felices. Obtener lo que mandan sus sueños.
Yo creo que ambas maneras de proceder están íntimamente relacionadas. Dado que
la felicidad deriva de los logros personales y del placer que ese logro
conlleva, depende también de lo que cada sujeto desee. Podrá ser frugal, pero
no podemos dudar de lo que cada quien piensa para acercarnos a la felicidad. La
publicidad funciona a partir de la creencia de que el deseo es manipulable, lo
cual es, a medias, cierto. Todo mundo tiene deseos, y la publicidad no hace más
que darle objetos y maneras de conseguirlo. Por eso en el mundo de la
publicidad y los sueños personales que en realidad son esclavitud es tan
importante el argumento del dinero. Argumento que, para todos, es irrefutable.
Por más que se acepte que lo importante para ser feliz es cumplir lo que se
desea, no se puede en contra de la lógica de la necesidad: así lo impone,
dicen, la naturaleza del deseo, al menos del deseo humano.
Mi
sorpresa se debe a que nadie quiere preguntarse lo que persigue con el deseo de
realizar sus deseos. No sabemos ni investigamos la fuente del deseo mismo,
porque parece algo tan inmediato que resulta incuestionable. Pero no lo es. No
deseamos preguntarnos por lo mejor pero eso no indica que no sea posible
hacerlo. Lo hacemos en un sentido que llamamos práctico. No nos preguntamos
sólo por la manera en que hemos de proceder, sino también por lo que nos pueda
agradar más. Nadie deja de hacerlo en toda su vida, a pesar de que nunca se
haya preguntado sobre el último fin que se persigue con tantos fines a
perseguir. Lo importante de nuestros deseos no son sólo las cosas que
perseguimos, sino el modo en que ellas nos satisfacen y la razón por la cual lo
hacen. Hay quienes se complacen comprando armas para una colección, y hay
quienes se complacen caminando a medio día, observando el reflejo de la luz del
sol sobre el suelo. Aunque no lo queramos, hay placeres y deseos que nos
parecen cuestionables, e incluso nuestros propios deseos son cuestionados por
nosotros en algunas ocasiones.
Creo
que es falso que nuestro propio criterio baste para toda situación. Lo prueba
el hecho de que estamos hechos para aprender, para bien o para mal. No
aprendemos a desear, pero sí aprendemos a juzgarnos y a juzgar a partir del
deseo propio. La felicidad nos parece efímera porque no hay satisfacción que
dure para siempre, bajo esa lógica. Nos sorprende la alegría porque no tenemos
manera de asir una buena vida bajo la premisa de que lo bueno es un ajuste de
la personalidad con el mundo, que cambia como nosotros lo hacemos. ¿Pero no es,
más bien, la diferencia en los deseos y las pasiones que nos afectan lo que nos
distingue el uno del otro, por más que lleguemos a coincidir en algo? Vuelvo
aquí al razonamiento de lo mejor: los debates sobre nuestras vidas siempre
provienen de un desacuerdo, un desencuentro que nuestro pensamiento expresa
sobre los deseos y actos. Ahí habita la posibilidad de decaer moralmente.
El
enigma de la felicidad nos muestra que sabemos de lo moral. No que somos
sabios, sino que, aun en el caso del delito y el crimen, se hace presente lo
moral, aunque sea para ignorar el bien del otro. El pragmatismo puede decir que
la moral es relativa, pero incluso los pragmatistas tienen una idea sobre el
modo en que las cosas han de hacerse: que las cosas deben hacerse, rápida,
eficazmente. Lo sabemos en carne propia. No es una propuesta moralista, pero sí
moral. Si el deseo nos revela como seres con esa potencia, no sería errado
pensar en que el hombre tiene un fin por naturaleza. Por lo pronto, eso sólo
significa que nadie puede ser humano sin tener deseos y, por tanto, fines.
Tampoco sería un error pensar que hay algo que es mejor desear, pues nosotros
mismos lo sentimos aún en la cotidianidad. Si hay algo que es mejor desear, el
hombre puede mejorarse por ello. El hombre puede ser mejor en tanto que se
desea lo mejor para él, y por ello me refiero tanto a él como individuo como a
él en tanto parte del género humano. No sabemos lo que es mejor para nosotros
si no investigamos lo que es mejor para el hombre. Por eso el autoconocimiento
es el saber de fondo en las investigaciones filosóficas.
¿Cómo
juzgamos eso? El hombre requiere saber, y encuentro un gusto en ello. Sin ese
gusto no podría vivir, ni tampoco sobrevivir. Pero el saber sobre sus propios
deseos no siempre es suficiente por sí mismo. No siempre toma las mejores
elecciones, y se lamenta por ello. Por más años que viva, lo que llama
experiencia le alcanzará apenas para vivir una infinidad de situaciones, pero
no necesariamente a elegir bien con el paso de los años. Ser sabio no es algo
que se logra así, si es que es en todo caso algo que se “logra”. La prudencia
se muestra en elecciones actuales. Se puede ser sabio en el sentido de los
actos y las elecciones si se escoge lo mejor y no lo más conveniente, aunque a
veces ambas cosas puedan coincidir. No requerimos sabiduría para perseguir la
sabiduría, pues sería absurdo. Requerimos sabiduría para ser mejores. La
sabiduría puede ser la mejor cosa para desear porque sólo ella nos incita a
pensar sobre nosotros mismos. No se trata de la magnitud de nuestro placer. La
sabiduría de los grandes libros, que no se abarca desde la primera mirada, no
funciona enciclopédicamente. La sabiduría nos ilumina o nos aturde cuando se
mide con nuestro juicio. Vemos en esa sabiduría vidas ajenas o parecidas a las
nuestras, pero que nos muestran partes del mundo que nosotros no llegamos a
ver, sino a sospechar. Tanto las investigaciones sobre la naturaleza como las
de la práctica nos enseñan nuestro lugar en ellas. No nos muestran las
respuestas, que ellas sólo se logran según nuestros esfuerzos y nuestra
naturaleza. Por eso la felicidad no es un momento de plenitud de la voluntad.
El género nos eterniza, pero la vida no.
Tacitus
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