Presentación

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lunes, 23 de enero de 2017

Deseos de saber

Deseos de saber
Me sorprende que nuestros acercamientos a pensar la realidad de la felicidad no pasen de considerarla como efímera, como parte de una emoción animada que responde a las circunstancias o que vive dentro del sujeto que se resiste a ellas, aunque se en momentos de ilusión. Nuestras teorías están muy seguras que es sobre todo una cuestión de perspectiva sentimental y psicológica. La vulgarización del racionalismo la investiga a partir de su dato más elemental: el placer; otros recurren a rendirse en el inicio de la investigación: dado que todos tienen sus propias aspiraciones y deseos, todos tienen su propia idea de realizar la manera en que han de ser felices. Obtener lo que mandan sus sueños. Yo creo que ambas maneras de proceder están íntimamente relacionadas. Dado que la felicidad deriva de los logros personales y del placer que ese logro conlleva, depende también de lo que cada sujeto desee. Podrá ser frugal, pero no podemos dudar de lo que cada quien piensa para acercarnos a la felicidad. La publicidad funciona a partir de la creencia de que el deseo es manipulable, lo cual es, a medias, cierto. Todo mundo tiene deseos, y la publicidad no hace más que darle objetos y maneras de conseguirlo. Por eso en el mundo de la publicidad y los sueños personales que en realidad son esclavitud es tan importante el argumento del dinero. Argumento que, para todos, es irrefutable. Por más que se acepte que lo importante para ser feliz es cumplir lo que se desea, no se puede en contra de la lógica de la necesidad: así lo impone, dicen, la naturaleza del deseo, al menos del deseo humano.
Mi sorpresa se debe a que nadie quiere preguntarse lo que persigue con el deseo de realizar sus deseos. No sabemos ni investigamos la fuente del deseo mismo, porque parece algo tan inmediato que resulta incuestionable. Pero no lo es. No deseamos preguntarnos por lo mejor pero eso no indica que no sea posible hacerlo. Lo hacemos en un sentido que llamamos práctico. No nos preguntamos sólo por la manera en que hemos de proceder, sino también por lo que nos pueda agradar más. Nadie deja de hacerlo en toda su vida, a pesar de que nunca se haya preguntado sobre el último fin que se persigue con tantos fines a perseguir. Lo importante de nuestros deseos no son sólo las cosas que perseguimos, sino el modo en que ellas nos satisfacen y la razón por la cual lo hacen. Hay quienes se complacen comprando armas para una colección, y hay quienes se complacen caminando a medio día, observando el reflejo de la luz del sol sobre el suelo. Aunque no lo queramos, hay placeres y deseos que nos parecen cuestionables, e incluso nuestros propios deseos son cuestionados por nosotros en algunas ocasiones.
Creo que es falso que nuestro propio criterio baste para toda situación. Lo prueba el hecho de que estamos hechos para aprender, para bien o para mal. No aprendemos a desear, pero sí aprendemos a juzgarnos y a juzgar a partir del deseo propio. La felicidad nos parece efímera porque no hay satisfacción que dure para siempre, bajo esa lógica. Nos sorprende la alegría porque no tenemos manera de asir una buena vida bajo la premisa de que lo bueno es un ajuste de la personalidad con el mundo, que cambia como nosotros lo hacemos. ¿Pero no es, más bien, la diferencia en los deseos y las pasiones que nos afectan lo que nos distingue el uno del otro, por más que lleguemos a coincidir en algo? Vuelvo aquí al razonamiento de lo mejor: los debates sobre nuestras vidas siempre provienen de un desacuerdo, un desencuentro que nuestro pensamiento expresa sobre los deseos y actos. Ahí habita la posibilidad de decaer moralmente.
El enigma de la felicidad nos muestra que sabemos de lo moral. No que somos sabios, sino que, aun en el caso del delito y el crimen, se hace presente lo moral, aunque sea para ignorar el bien del otro. El pragmatismo puede decir que la moral es relativa, pero incluso los pragmatistas tienen una idea sobre el modo en que las cosas han de hacerse: que las cosas deben hacerse, rápida, eficazmente. Lo sabemos en carne propia. No es una propuesta moralista, pero sí moral. Si el deseo nos revela como seres con esa potencia, no sería errado pensar en que el hombre tiene un fin por naturaleza. Por lo pronto, eso sólo significa que nadie puede ser humano sin tener deseos y, por tanto, fines. Tampoco sería un error pensar que hay algo que es mejor desear, pues nosotros mismos lo sentimos aún en la cotidianidad. Si hay algo que es mejor desear, el hombre puede mejorarse por ello. El hombre puede ser mejor en tanto que se desea lo mejor para él, y por ello me refiero tanto a él como individuo como a él en tanto parte del género humano. No sabemos lo que es mejor para nosotros si no investigamos lo que es mejor para el hombre. Por eso el autoconocimiento es el saber de fondo en las investigaciones filosóficas.

¿Cómo juzgamos eso? El hombre requiere saber, y encuentro un gusto en ello. Sin ese gusto no podría vivir, ni tampoco sobrevivir. Pero el saber sobre sus propios deseos no siempre es suficiente por sí mismo. No siempre toma las mejores elecciones, y se lamenta por ello. Por más años que viva, lo que llama experiencia le alcanzará apenas para vivir una infinidad de situaciones, pero no necesariamente a elegir bien con el paso de los años. Ser sabio no es algo que se logra así, si es que es en todo caso algo que se “logra”. La prudencia se muestra en elecciones actuales. Se puede ser sabio en el sentido de los actos y las elecciones si se escoge lo mejor y no lo más conveniente, aunque a veces ambas cosas puedan coincidir. No requerimos sabiduría para perseguir la sabiduría, pues sería absurdo. Requerimos sabiduría para ser mejores. La sabiduría puede ser la mejor cosa para desear porque sólo ella nos incita a pensar sobre nosotros mismos. No se trata de la magnitud de nuestro placer. La sabiduría de los grandes libros, que no se abarca desde la primera mirada, no funciona enciclopédicamente. La sabiduría nos ilumina o nos aturde cuando se mide con nuestro juicio. Vemos en esa sabiduría vidas ajenas o parecidas a las nuestras, pero que nos muestran partes del mundo que nosotros no llegamos a ver, sino a sospechar. Tanto las investigaciones sobre la naturaleza como las de la práctica nos enseñan nuestro lugar en ellas. No nos muestran las respuestas, que ellas sólo se logran según nuestros esfuerzos y nuestra naturaleza. Por eso la felicidad no es un momento de plenitud de la voluntad. El género nos eterniza, pero la vida no.


Tacitus

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