Instintivamente
el hombre sabe que hay cosas buenas y malas, de lo contrario cómo podríamos
explicar que los niños encuentren divertido burlarse de su coetáneo regordete
so pena de ser un acto reconociblemente malo o que sepamos que nuestro padre no
debe besar con ternura a nadie más que no sea nuestra queridísima mamá. Nadie
pone en duda lo anterior, ya que se asume como un acto de inocencia infantil la
asunción de ambas actitudes, es decir, el niño, aunque sabe, no tiene la
capacidad de entender; a esto le llamamos inocencia. Ontológicamente, los
hombres somos más inocentes de lo que pensamos –palabras más, palabras menos–,
dice Dostoievski en Los Hermanos Karamázov,
aherrojándonos a la calurosa tarea de descubrir los misterios de su sentencia.
Como la inocencia es más grande que la obra del genio de San Petersburgo, no me
valdré del testimonio directo de la misma; solamente del testimonio de la
realidad eterna que nos muestra cada acción escrita. Culminar dicha tarea
supondría quemarme en su calor, por lo cual no busco hacerlo, sino más bien
verla con más claridad. Entonces, buscaré cuál es la importancia de la
inocencia en la vida de los hombres, o si acaso lo es. No es que esté de
acuerdo con el autor de Noches Blancas,
es que me parece muy sensato, pues veo mi alma en sus decires. Como dicen los
que saben: en el otro vemos nuestra alma. Instintivamente el hombre desea tener
buena alma y para eso busca el modo. Así que, sin más preámbulos y figurillas
retóricas: a caminar sobre la nieve de la vida buena.
La inocencia es una idea que, si
bien, no tiene su origen en el cristianismo, es éste quien la reivindica como
parte aceptable y deseable del alma humana. Mientras que Odiseo no podría haber
sido inocente bajo ninguna circunstancia, ya que esto cancelaría su famoso
arribo a Ítaca disfrazado de mendigo, Jesucristo nos pide serlo para poder ir
al cielo. Ésta es definida como la desafección ante el mal. El héroe griego
debe ser consciente del mal para evitarlo y sobreponer el bien; el mártir
cristiano, debe ignorar el mal para sobreponer el bien.
La mayoría de nosotros entendemos a
Odiseo como lo hace Horkheimer, sepámoslo o no, es decir como la imagen de esa
vesania que el conocimiento produce en los hombres. Queremos conocer, pues sólo
a través del conocimiento encontramos el deleite de vivir, ya sea que
encontremos en un mástil darle utilidad a nuestra inteligencia, o que nuestros
discursos nos saquen de miles de apuros. Somos buenos porque el conocimiento
nos lo ha permitido. Ser inteligente y entendido es útil porque permite la
buena vida. Sin embargo, no queda claro que vivir bien esté pegado a la
utilidad. Ser inocente no es útil dado que no nos deja entender el mundo y
asirnos buenos en él. Ser héroe nos obliga a ver al bien y al mal como parte de
la misma cosa.
Por otro lado, tenemos a la
inocencia como el impedimento de vivir mal. No importa qué tanto busquemos
entender, jamás lo acabaremos de hacer, y por más que creamos que hemos llegado
a dar en algún clavo, ni siquiera tenemos la capacidad de clavar clavos.
Incluso en este ejercicio hay inocencia que busca encontrarse a sí misma y no
puede. Hasta aceptar la inocencia es que podremos comenzar a dejar de sufrir,
pues la tragedia del conocimiento es saber que no lo tendremos, la esperanza
del conocimiento es saber que no debemos tenerlo todo. La inocencia, para un
cristiano, es vivir.
Somos más inocentes de lo que
creemos pues nos empeñamos en tener lo que no podemos. La inocencia parece
alejarnos de la tragedia del conocimiento, pero nos acerca a la del
desconocimiento; conocer que no conocemos algo es imposible, tener deseo de ser
inocente está errado, pues no se puede, así como no se puede desear amar; ésta
nos manda a conocer: en la inocencia de la niñez fuimos felices, de grandes,
como ya no sabemos que somos inocentes, hay que buscar la felicidad y ser
felices. Ser inocente es doblemente trágico, luchamos contra ello y por ello.
Talio
Maltratando
a la musa
El Baile del cuerpo
Bailan
con el viento mientras
otros
bailan
porque
va bailando
quien
comanda.
Hacen
olas aunque quietos
con
trabajo
de
abejas reinas
sean
calmados.
Alumbrando
en la pista
viendo,
viendo
negro
baile
desconocido.
Mientras
todos bailando,
la
luz negra
hace
en la pista
movimiento
que
un tanto inerte
late
siempre
dando
a los robles
ritmo
nuevo.
Todas
las plantas bailan
diferente
todos
los cuerpos
bailan
siempre.
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