Presentación

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lunes, 16 de enero de 2017

La tragedia de la inocencia

Instintivamente el hombre sabe que hay cosas buenas y malas, de lo contrario cómo podríamos explicar que los niños encuentren divertido burlarse de su coetáneo regordete so pena de ser un acto reconociblemente malo o que sepamos que nuestro padre no debe besar con ternura a nadie más que no sea nuestra queridísima mamá. Nadie pone en duda lo anterior, ya que se asume como un acto de inocencia infantil la asunción de ambas actitudes, es decir, el niño, aunque sabe, no tiene la capacidad de entender; a esto le llamamos inocencia. Ontológicamente, los hombres somos más inocentes de lo que pensamos –palabras más, palabras menos–, dice Dostoievski en Los Hermanos Karamázov, aherrojándonos a la calurosa tarea de descubrir los misterios de su sentencia. Como la inocencia es más grande que la obra del genio de San Petersburgo, no me valdré del testimonio directo de la misma; solamente del testimonio de la realidad eterna que nos muestra cada acción escrita. Culminar dicha tarea supondría quemarme en su calor, por lo cual no busco hacerlo, sino más bien verla con más claridad. Entonces, buscaré cuál es la importancia de la inocencia en la vida de los hombres, o si acaso lo es. No es que esté de acuerdo con el autor de Noches Blancas, es que me parece muy sensato, pues veo mi alma en sus decires. Como dicen los que saben: en el otro vemos nuestra alma. Instintivamente el hombre desea tener buena alma y para eso busca el modo. Así que, sin más preámbulos y figurillas retóricas: a caminar sobre la nieve de la vida buena.
            La inocencia es una idea que, si bien, no tiene su origen en el cristianismo, es éste quien la reivindica como parte aceptable y deseable del alma humana. Mientras que Odiseo no podría haber sido inocente bajo ninguna circunstancia, ya que esto cancelaría su famoso arribo a Ítaca disfrazado de mendigo, Jesucristo nos pide serlo para poder ir al cielo. Ésta es definida como la desafección ante el mal. El héroe griego debe ser consciente del mal para evitarlo y sobreponer el bien; el mártir cristiano, debe ignorar el mal para sobreponer el bien.  
            La mayoría de nosotros entendemos a Odiseo como lo hace Horkheimer, sepámoslo o no, es decir como la imagen de esa vesania que el conocimiento produce en los hombres. Queremos conocer, pues sólo a través del conocimiento encontramos el deleite de vivir, ya sea que encontremos en un mástil darle utilidad a nuestra inteligencia, o que nuestros discursos nos saquen de miles de apuros. Somos buenos porque el conocimiento nos lo ha permitido. Ser inteligente y entendido es útil porque permite la buena vida. Sin embargo, no queda claro que vivir bien esté pegado a la utilidad. Ser inocente no es útil dado que no nos deja entender el mundo y asirnos buenos en él. Ser héroe nos obliga a ver al bien y al mal como parte de la misma cosa.
            Por otro lado, tenemos a la inocencia como el impedimento de vivir mal. No importa qué tanto busquemos entender, jamás lo acabaremos de hacer, y por más que creamos que hemos llegado a dar en algún clavo, ni siquiera tenemos la capacidad de clavar clavos. Incluso en este ejercicio hay inocencia que busca encontrarse a sí misma y no puede. Hasta aceptar la inocencia es que podremos comenzar a dejar de sufrir, pues la tragedia del conocimiento es saber que no lo tendremos, la esperanza del conocimiento es saber que no debemos tenerlo todo. La inocencia, para un cristiano, es vivir.
            Somos más inocentes de lo que creemos pues nos empeñamos en tener lo que no podemos. La inocencia parece alejarnos de la tragedia del conocimiento, pero nos acerca a la del desconocimiento; conocer que no conocemos algo es imposible, tener deseo de ser inocente está errado, pues no se puede, así como no se puede desear amar; ésta nos manda a conocer: en la inocencia de la niñez fuimos felices, de grandes, como ya no sabemos que somos inocentes, hay que buscar la felicidad y ser felices. Ser inocente es doblemente trágico, luchamos contra ello y por ello.

Talio

Maltratando a la musa

El Baile del cuerpo

Bailan con el viento mientras
otros bailan
porque va bailando
quien comanda.
Hacen olas aunque quietos
con trabajo
de abejas reinas
sean calmados.
Alumbrando en la pista
viendo, viendo
negro baile
desconocido.
Mientras todos bailando,
la luz negra
hace en la pista
movimiento
que un tanto inerte
late siempre
dando a los robles
ritmo nuevo.
Todas las plantas bailan
diferente
todos los cuerpos
bailan siempre.



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