Presentación

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domingo, 15 de enero de 2017

Tesis (primera parte)





El cuello me lastima. Me pesan los hombros. Estoy muy nervioso y sudo como puerco; la puerta ya está enfrente. Es una tienda de esas en que se preocupan porque la gente no abra puertas: se abren solas y ya han pasado otros quince segundos… o quizá quince horas. Carajo ¿qué tanto más falta? Maldita sea. Y me da bronca esta pinche gabardina que me saca ronchas. Pinche jerga pulgosa, al menos cumple su cometido.
Es una mujer. La presencia de brillo en sus ojos delata su poco tiempo en ese empleo ¿Qué dice su gafete? Ah, Vania. Más vale que me ayudes morra o que nos vamos a la chingada. No recuerdo ni qué tenía que decir, a dónde me tengo que dirigir después: nada. Ya no importa, los pasos no se pueden extender más, se interpone con violencia entre nosotros una barra de dulces y la caja registradora. Un chocolate cae con mi torpeza. Sonríe, imbécil.
Hey, Vania ¿porqué no abres la caja registradora y me das todo el dinero? Básicamente así fue como sucedió. Las palabras exactas no las recuerdo, pero es un hecho que fui muy grosero, probablemente hasta la golpeé cuando intentó pedir por ayuda. Ya no recuerdo. Tenía miedo al principio, pero jamás había tenido poder sobre alguien. Y también jamás me había visto en la necesidad de robar una tienda. Me siento terrible. La culpa deja un resabio amargo en mi boca. Pero todo sucede tan rápido y no tenía otra opción. Incluso con todo el ruido de la ciudad en movimiento, puedo escuchar el segundero descendiendo. Creo que eso es lo que más me enerva de toda esta maldita situación. Lo consciente que me hace del tiempo. Y el no sentirme mal por lo que acabo de hacer ¿cómo es posible? Vania acaba de tener un muy mal día y quizá hasta le descuenten algo del dinero que he robado, pero de ser necesario habría hecho mucho más. Y eso es lo que más me aterra de todo.  Siento algo de vértigo y la glorieta de insurgentes se ensancha y se achica en un ritmo frenético. Me hubiera llevado un chocolate. El celular debe estar por sonar y estoy grabado en las cámaras de la tienda. Vetado de por vida de las tiendas estas, si bien me va. Si mal me va, lo único que quedará de mí es mi foto, rodeada por las fotos de la crema y nata de la pelusa de ombligo de la ciudad -colgando con el orgullo de los dibujos de refrigerador-, en la entrada de un Oxxo.  
¿Cuánto dinero habrá en la bolsa? Debe ser una pequeña fortuna, dijeron que el corte de caja sería en veinte minutos más. Con esto me iría a vacacionar a Grecia o un lugar así, lejos bien lejos. Donde sea. Un sitio donde no haya posibilidad de tener un día tan malo como este. Quizá eso no exista. Quizá lo bueno sólo pueda existir porque también está la posibilidad de lo malo. Pero ya, no pienses, estás en una situación comprometedora y tú divagando en dónde diablos gastarías un dinero que ni es tuyo. ¡Reacciona, carajo! Ni un peso te van a dar esos hijos de puta. No habrá vacaciones, tu hermoso puerquecito tiene los días contados. No te besarán ni los gusanos. Te mascarán las ratas que inundan esta ciudad. Sólo sigue corriendo. Si tan sólo… ah por fin, jodido celular. Qué bueno es escuchar que llega el mensaje, casi que me relaja por un instante. El instante ya se ha ido.
 “San Luis Potosí número setenta y siete, piso ocho”. ¿Hombre de bigote Tizoqueño? ¡Qué descripción tan más pendeja! ¿Qué tal un nombre, por ejemplo? Ese dato no me ayuda en nada, ya valió verga. ¿Además dónde chingaos es eso? ¿por qué estoy hablando así? Yo no suelo ser lépero. Nunca había notado lo bellas que son las groserías. Este es un día extraño, bizarro.
Dijeron que sería un tour burgués por la ciudad. Chale, por aquí todo es burgués. Pero, aquí cerca lo más fresa… nada como la Roma, espero que esos cabrones piensen lo mismo. ¿Me estarán escuchando? Chinguen a su madre, pinches ociosos. No tengo idea de cuánto tiempo queda. Es tan raro no sentir el peso del reloj en la muñeca. Tantos años ahí. Hasta me pesa menos la muñeca. Peso menos yo. Corre más rápido. El tiempo pasa. Qué edificio tan bonito, tan viejo… ¿Porqué le es tan raro a la gente ver a alguien corriendo tan frenéticamente? Ellos tan sorprendidos. Hipócritas, en la ciudad todos tenemos prisa. Creo que es en este edificio viejo Mejor checar el mensaje de nuevo ¡Ahí está, sí es aquí! Qué bueno porque estoy exhausto, debo dejar de fumar. Si sobrevivo, prometo dejar el tabaco. Bueno, mejor no ¿O sí? Daré dinero a los de las limpias en el Zócalo, le diré a la de la tienda que se quede con el cambio cuando compre una caguama, le daré un sándwich a algún niñito de la calle y dejaré de quitarle pepperonis a las pizzas.
Es un edificio frío y silencioso. El suelo exagera el sonido de los pasos. Está tan limpio que las suelas la fricción de los zapatos con el piso hace un rechinido insoportable. Es como tener otro reloj encima. El guardia es un señor algo viejo que va armado con café y cigarro. Espero no tener que hacerle nada. En su escritorio no hay gran cosa, el registro de las personas que suben, un aro líquido de café donde estuvo su taza, plumas, un cenicero, un gansito a media vida y el último número de la revista vaquero.  
Carajo ¿mí identificación? De pendejo se la doy. Que les cueste trabajo ligarme los crímenes que he hecho (y los que falten). Ya ni modo, perdóneme jefe. Espero que no le moleste que guarde su cuerpo en aquel armario.
Es el elevador más incómodo en que he estado. No tenía música, muy lento, tronaba todo el camino hacia arriba, huele a viejo, es un huevo amarillo, tengo sangre de anciano en los nudillos y siento que en cualquier momento esta madre se va a caer o quedar atorada. No quiero morir en un elevador. Los elevadores son pa coger y pa no hacer pierna. Para relajarme tarareo la bossa nova que debería estar sonando. Agua de beber. Por fin se abre esta lata, esta afrenta a los estándares de los elevadores. ¿Qué diablos? Esto es un jodido call center ¿Qué mierda pasa aquí? ¿Ahora qué? Ay cabrón. Justo ahora suena el celular. Mensaje.  ¿Matarlo con una bomba de baño? No mamar, me lleva la chingada y todas sus primas feas. Están pero si bien pendejos. Me recargo en la pared, con fuerza. Al instante no siento el dolor, unos segundos después se hace presente en réplicas que me vibran por todo el brazo.  Llego al baño. Me lavo las manos, el rojo sangre no se quita con jabón Zote. El miedo no se orina. Bueno, para cuando salgo del baño ya llevo escondida la chingada bomba de baño.
Un ejército de asalariados están vendiendo seguros y una cosa que desconozco, de nombre como alemán. Hay unas godinez muy guapas. Huele a una cómoda resignación.  
-Disculpa ¿a quién buscas?- Salió así de improviso, detrás de una esquina, con genuina curiosidad entremezclada con rudeza, una mujer vestida muy ejecutiva, muy elegante y de perfume barato y escandaloso.
-Eh, pues vengo a buscar trabajo. Vengo a ver a... al licenciado- ¡Cierto! No me dijeron qué vela tiene en este entierro el ese Tizoqueño. Bien resuelto, cabrón. Venga. Con Tokio.
-¿Quién te envía?
-No recuerdo el nombre, usé una app de mi celular- ¡anda ya, morra! Che madre… ¡No me compliques! ¿No ves que tengo que matar a punta de palazos a un wey que no sé cómo voy a reconocer? ¡Mi vida depende de esto!
-Okey. Bueno, supongo que puedes pasar con Romero. Él te hace la entrevista.
-Vale, muchas gracias, qué amable- Me lleva… Estoy atorado, maldita sea. Siempre es igual.

Algo de buena suerte. Romero tiene un bigote ridículo. ¿Cuáles son las posibilidades de que no sea este cabrón? Ahora la bronca es matarlo. La puerta y pared de su oficina son de cristal, todos me verían. No sé qué hacer. En fin, sobre la marcha siempre.
La vida siempre tan llena de conocimientos; tanto desconozco que del diario aprendo algo nuevo. Ahora he aprendido cómo venderle un cuaderno a un empresario elegante, mamón y con un bigote pendejo. Conocimiento por demás insulso. Hago tiempo. Irónico que lo que yo menos tenga sea tiempo, me dieron siete horas. Ya hemos de llevar como una. Diablos. ¡Por fin! Una ventana: Cigarros. Sabía que alguna vez me iba a servir fumar Romeo y Julieta. Este imbécil fuma los mismos cigarros que yo, tan raro que se da el hincapié para invitarle uno de los que tengo guardados en la pechera de la gabardina. Un momento para quedarnos solos...Fantástico.
Hay que ver la cosa grande que es la suerte. El séptimo piso está completamente vacío. Ahí es donde fumamos, parados junto a las amplias ventanas que dejan ver toda la esplendorosa y contaminada ciudad. El digno escenario de un sacrificio humano. Su vida a cambio de la mía; lo que haya hecho para que esos tipos quieran matarle, no me importa. Espero que haga las pases con el dios de su preferencia. Fuma más, desgraciado, aférrate con ganas a ese humo que sacas por la nariz. La mano derecha empuña la bomba de baño y…
Los ojos saltones siempre me han incomodado. Tuve un amigo en la primaria que si sus ojos estaban en las cuencas era por puro compromiso de la naturaleza. Me daba miedo. Así como ahora me aterra la cara de pánico con que murió el señor Romero; pobre tipo, no me siento tan mal por él. Lástima. Corre más. Olvida tan pronto como puedas que has asfixiado a un gerente de call center con un utensilio para destapar baños. De la impresión ni he usado el elevador; bajo hecho el demonio las escaleras, de dos en dos escalones; de tres en tres. Se acaba el edificio.

Pocas veces me ha pasado que las piernas se me doblan de cansancio. Cuando jugaba futbol con mis amigos, en la secundaria, a veces sentía que me iba a caer cuando dejaba de jugar. Pasaba horas enfrentándome al sol y corriendo estúpidamente tras un balón. Era fantástica esa época, alejado de los vicios… y los collares explosivos. La sensación en las rodillas, que gritan, avisando que se quieren doblar, es algo casi nuevo. Es revivir la infancia panbolera, abordarla desde otra perspectiva. Es subir a la punta de un iceberg. Porque del fútbol damos a los amigos, esto remite en la familia, de aquí vamos a la escuela y así voy descarapelando mi infancia entera, hasta que llego a mí a esa edad. Es un pasatiempo terroríficamente entretenido.
Me acuerdo de a ratos que voy corriendo y pensando (añorando un pasado donde todo era tan sencillo, que era imposible notar esa simpleza; quizá iba más pensando que lo primero) que es una tontería ir caminando cuando puedo tomar un auto. Ya he cometido varios delitos el día de hoy, no pasa nada si ahora robo un auto. Hoy he hecho cosas peores. Y es que una vez que se traspasa esa barrera moral, no la que nos ha sido impuesta por la sociedad, sino la que nosotros mismos nos hemos ido cimentando, concorde con las experiencias personales, únicas de cada ser. Una vez que hemos brincado esa barda una vez, las otras ya se brincan como se sabe uno la tabla del dos, de pura repetición. Ese tipo de pensamiento es el que me ha llevado a, de la noche a la mañana, pasar de ser un pobre diablo que ni moscas mataba, a un tipo temerario y sin escrúpulos, de esos que apuntan con cuchillo a las mujeres dueñas de chevys azules. ¿Está mal decir que me siento de puta madre? Nunca pensé que pudiera ser capaz de hacer cosas como esta.
¿He de contar lo que me sucedió tomando este sentra azul? La respuesta primigenia es no, pero la idea sigue en mí cabeza unos segundos más y el panorama cambia completamente. Acepto que me como las pepitas con cáscara, que me saco los mocos y los escondo en infinidad de lugares; me gusta el olor de mi ombligo, siempre me quise robar algo, hice trampa en un extra de la prepa, pero si no lo hubiera hecho mi vida sería muy distinta hoy día; confieso que creo en el mundo aunque se empeña en darme razones para no hacerlo, confieso que no voté porque me dio flojera, todos me parecen bien pendejos, confieso que no creo en el progreso, que me parece contradictorio creer en la humanidad pero no en el progreso. El ser humano no se queda quieto. Confieso que no quiero quedarme quiero. Confieso que mi mente va a mil por hora, que no hay nada que quiera más que acelerar a ciento cuarenta a buscarla para darle un beso. Confieso que el collar me ha hecho genuinamente consciente de mi vida. ¿Qué tiene que ver esto con el auto? Todo y nada. Nada y todo. Quizá sólo era un pretexto para sacar secretos y deshacerme en elogios a mí persona. Quizá también sea que todo lo que me encuentro de malo, este día lo empiezo a ver como un maravilloso regalo. Me doy miedo. Matar gente debería ser algo malo. Y es terrible que cuando haya despertado, el día de hoy, pensara ser una persona muy pulcra que no mataría por nada, que se quejaba de su trabajo de mierda, cuyo único goce era sentir el viento golpeando su cara cuando repartía las pizzas. Y ahora… ahora disfruté una muerte. Miento, lo siento, he tratado de mantenerme sincero por mucho tiempo; he disfrutado las dos últimas veces que he asesinado: El gerente y a la chica que conducía este auto que apesta a perfume de frutas ¿Es que acaso me están haciendo un favor? La vida es aburrida cuando uno le da piruetas a una masa italiana y/o maneja una motoneta monótonamente, en direcciones estrictamente establecidas, a clientes que piden la misma pizza tres veces a la semana, que dejan la misma propina: nada. La verdad que uno se desquicia cuando todo está en su exacto lugar. Prefiero la comodidad de no saber nada, dios qué me pasa…Necesito un descanso, pero el reloj tintinea y mi cuello cuenta atrás. Hay que despejarse un poco, el sudor perla la frente y los nervios rutilantes por la cara ¿cómo apaciguarme? Sí, una cerveza, no importa el tiempo. Claro, el apaciguador por excelencia, la cerveza, quizá no sea tan malo parar unos minutos, comprar una cerveza y ya, total, aún no me llega ningún mensaje. Pero sí, qué idiota he estado siendo ¿Acaso no cada paso, cada momento me acerca más a la muerte? Es hermoso, no se sabe cuándo te agarra, entre un café, o con la lluvia o un satélite cayendo justo en tu cabeza, cualquier acto, sin saberlo, obviamente, puede estar desencadenando la muerte. Es por eso que considero unos verdaderos hijos de puta a estos cabrones que me han puesto este contador con vista hacia la muerte, en el cuello. Nadie debería saber cuánto falta para su muerte, esa clase de conocimientos nos podrían volver locos. Y un loco como esos, no se anda con mamadas ¡quiere una cerveza ya! Quiere las soluciones ¡ya! ahora tengo un contador de un tiempo que empequeñece, sí, definitivamente puedo darme el lujo de parar por una cerveza. Qué mejor afrenta al mundo acelerado que habitamos, que pararse, con el tiempo encima, a ver la vida pasar. Al menos hasta que vuelva a sonar el celular.

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