Presentación

Presentación

jueves, 19 de enero de 2017

Parcialismo


Desde el otro lado de la Biblioteca lo veía ir y venir con un par de libros que tomaba y regresaba en cada viaje. Se sentaba en la mesa del rincón intentando refugiarse en el mejor de los silencios. Ella apenas podía mantener los ojos apartados de su danza, de hecho ni siquiera podía mantener la boca cerrado cuando le miraba entrar a la Biblioteca. La primera vez que lo miró cruzar la puerta de la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada había sido una semana atrás, sin duda notó que era un hombre atractivo, joven y con un aire de chico rebelde. Sin embargo, lo que cambió su perspectiva fue el momento en el que tenía la nariz entre un libro de historias caballerescas, soñando, deseando y odiando a los hombres perfectos que se enamoraban y rescataban a mujeres perfectas de situaciones no tan terribles para después casarse, ser felices para siempre y tener hijos hermosos condenados a la misma vida perfecta. Cuántas veces se había mirado al espejo sabiendo que a nadie le interesaría rescatarla de aquella vieja casa en la que vivía y de los tres gatos con sus respectivos aromas a eses que hacían guardia para que no huyera. Aquel calabozo en el que se había encerrado la mayor parte de su vida aún olía a sus ancianos padres difuntos, olía a inmundicia de vida: una mujer de treinta años que no había conocido hombre alguno, que había heredado la casa de sus padres y usaba la ropa de su madre muerta; no tenía amigo alguno, nunca lo había tenido. Su madre solía decirle que era demasiado buena, que la gente es demasiado mala y por eso no podían valorar lo que ella era. No lo creía. La gente simplemente no quería estar con ella. Estaba acostumbrada a que no la notaran. Permanecía sumergida en sus pensamientos de naturaleza siempre pesimista con la nariz en aquel libro de final feliz cuando unas manos se apoyaron frente al escritorio donde descansaba su libro, en ese escritorio enorme que hace explicito que uno está frente a la bibliotecaria. Sus ojos no habían mirado manos más perfectas y masculinas en toda su vida. De inmediato su mirada escaló por los brazos de aquellas manos, brazos torneados que terminaban en las mangas de una playera negra, demasiado ajustada para no notar un fuerte pecho, un cuello grueso y de apariencia tersa y finalmente un rostro que le sonreía. Sintió el rubor estallar en ella cuando el dueño de aquellas manos le soltó un amable "Buenos días, señorita" mientras le sostenía la mirada y seguía sonriendo. ¡La miró! La gente no solía mirarla y aquel dueño de perfectas manos no sólo miró su mongólico rostro desprovisto de ceja, sino que miró sus ojos pequeños, sin gracia alguna y aún así le sonrío sinceramente. 

Mientras lo miraba ir y venir entre los enormes estantes con sus ajustados jeans no podía evitar sentir vergüenza de aquel día en que conoció sus bellas manos, en el que él solicitó tramitar su credencial de la biblioteca y ella estúpidamente permaneció callada y en silenció siguió cuando le entregó el formulario. Desde aquel día había asistido puntualmente a la Biblioteca, siempre a las siete de la tarde y ella siempre bajaba la cabeza cuando él la saludaba al entrar. Sentía que las piernas le temblaban mientras oía sus pasos alejarse hacia los estantes del fondo. Por fortuna ella se mantenía siempre sentada en su silla de madera, guarecida tras aquel enorme y antiguo escritorio que sólo dejaba ver sus hombros encorvados, su pequeño cuello y su rostro gris.  Lo observaba sigilosamente, mientra él permanecía sentado, siempre con el recato de quien se cree nada. Apenas y parpadeaba mientras él pasaba un perfecto dedo entre una página y otra. Estaba absorta mirando el elegante movimiento de aquellos dedos que cuando el llevó el indice a su boca para lamerlo ligeramente ella soltó un gemido suave pero perceptible. Sintió un calor llenando todo su cuerpo y se maldijo entre dientes. Bajo la cabeza esperando ser fiel a su naturaleza y no haber sido notada. Se concentró en el blog de dibujo que tenía frente a ella. Miró el dibujo de una mano derecha. Sin duda era un trabajo admirable, pero no se comparaba a la perfección de la obra de Dios. Pensaba constantemente que no podían simplemente haberse acomodado las falanges, los metacarpos, el metacarpio, los carpios, así, arbitrariamente. Sin duda era obra de un artista, era un trabajo pensado a conciencia, con un propósito. No había nada más perfecto y humano que una manos. ¿Qué sería del hombre sin su pulgar? No había lugar para dudas: Dios existía y amaba al hombre, tanto así que le había dado la perfección de las manos para que fuera hombre. Así que cuando miró su dibujo sintió rabia por la mediocridad de su imitación. Arrancó la hoja del blog y la hizo bolita. 

-A mí me parecía bastante bueno.- Le dijo la gruesa voz que sabría reconocer en cualquier parte del mundo. Ella sin siquiera levantar la mirada guardó rápidamente el blog de dibujo y la bolita de papel en uno de los cajones del escritorio.
- Disculpa, no quería incomodarte.- Dijo la voz dueña de las manos que inspiraban sus dibujos.
- ¿Qué necesita?- Dijo la bibliotecaria sin aún levantar la vista.
- Eres muy tímida ¿no es cierto?- Aventuró él sin obtener respuesta.- Bueno, voy a llevarme estos libros a casa.- Soltó resignadamente al entender que aquella mujer delgada metida en un atuendo como de monja no estaba acostumbrada a charlar con la gente. Sus blancas y grandes manos colocaron tres tomos apilados sobre el escritorio. Ella tomó el de hasta arriba y le colocó el respectivo sello de la fecha de entrega, era un libro sobre la tortura en la Edad Media. El segundo era sobre leyendas de vampiros y brujas; el tercero, el de hasta abajo, era sobre técnicas avanzadas de dibujo. No podía evitar que las manos le temblaran mientras iba poniendo los sellos. Aunque ella intentaba esconder lo más que podía su rostro podía sentir la mirada de él, inquisidora y penetrante. De igual manera no pudo evitar levantar el rostro cuando miró el último titulo. Levantó el rostro y en efecto, él permanecía mirándola, con una mezcla de curiosidad y amabilidad.
-No mentí cuando te dije que tu dibujo era bueno. De hecho creo que es muy bueno.- Declaró sin dejar de mirarla a los ojos. 
Ella apartó la vista sintiendo que toda una paleta de colores se dibujaban en su feo rostro. Empujó los libros hacia él sin levantar la cara y masculló "17 de noviembre" mientras se levantaba de su silla y fingía tener algo que hacer. Le dio la espalada al dueño de la hermosa voz y de las divinas manos y caminó sabiendo que él la miraba irse. Por fin llegó a la puerta del baño;la abrió con brusquedad, la cerro tras de sí, le colocó el seguro y se dejo arrastrar por la pared hasta llegar al suelo, se tomó de las rodillas y comenzó a llorar. Lloraba por la excitación, lloraba por la estupidez de tener un tipo de esperanza, lloraba por no saber que hacer ante la amabilidad de la gente, lloraba por ser fea y torpe. Lloraba por no merecer un final feliz.

Aquella noche soñó que una sombra entraba en su habitación. En la oscuridad de la noche alguien le quitaba de encima el cobertor. Su cuerpo estaba desnudo y se estremecía por la frescura de la noche. Unas manos blancas tocaban su rostro, se deslizaban por su cuello, por sus pechos, por sus costillas y luego por sus muslos. No podía ver rostro alguno, sólo el color de aquellas manos que parecían ser de roca lunar. Ella se contorsionaba y gemía al sentir la fuerza de aquellas manos sobre su piel. La suavidad de las yemas recorrían toda su piel y cada vez hacían más presión hasta convertirse en rasguños, mientras ella se hundía en un placer delirante. Los rasguños se fueron haciendo más fuertes y sintió sangre escurriendo, su sangre escapando. Un grito se escapó de su garganta, pero no era un grito de dolor o de miedo. Unos dedos resbalaron por su lengua y ella los lamía como si fueran fuente de vida. Despertó con la cara bañada en sudor. Encontró que sus manos estaban entre sus muslos y las apartó horrorizada. Se enjugó el sudor de la frente e intentó recuperar la normalidad de la respiración.

El día pasó común y corriente. La gente iba y venía al igual que los libros. Ella apenas tenía control sobre sus pensamientos, esperaba impaciente a las manos que habían arañado su cuerpo la noche anterior. Necesitaba verlas para alimentar su fantasía. El reloj marcó las siete de la tarde y sintió el bochorno emerger en el centro de su cuerpo. Contuvo la respiración esperando verlo entrar. Nada sucedió. Siete y media. Ocho. Ocho cuarenta. Nueve. Era hora de cerrar y era evidente que él no iba a llegar. Sentía el alma destrozada, se sentía patética y ansiosa. Las lagrimas apenas le dejaban encontrar la llave de la puerta principal. Al fin logró encontrarla y cerró deseando nunca volver a ese lugar. ´había dado una decena de pasos cuando escucho a alguien alcanzándola. Se giró y ahí esta él, el portador de las más perfectas y varoniles manos que había visto. Él sonrió pero ella no dejaba de ver sus manos acercándose y rió esperando no estar alucinando.
- Hola. Estaba esperándote. Pensé que podíamos ir a tomar algo.- Expresó con naturalidad. Ella apenas y podía creer que eso estuviera pasando, quería esconderse, pero la oscuridad de la noche la estaba ayudando y tal vez fuera muy insensato despreciar semejante regalo así que se obligó a reaccionar.
- Aja.- Fue lo único que logró medio articular.
- ¡Excelente! Por acá está mi auto. No eres muy habladora, ¿verdad? Eso me gusta.- Parloteaba afablemente mientra caminando le indicaba el auto. Abrió la puerta del copiloto y esperó a que la muda bibliotecaria entrara. Ella miraba sus dedos tomar la llave, acariciar la puerta en movimientos que le parecían de lo más sugerentes. Intentó sonreír y entró al auto con todo el cuerpo vibrandole.
- Me alegra mucho que hayas aceptado.- Confesó él una vez que estaba en el auto, lo puso en marcha y continuó. -Llegué a pensar que no te caía bien.
- ¡No! No es eso.- Se apresuró a aclarar ella.- Es sólo que soy un poco, mmm un poco torpe.- Dijo con un hilo de voz mientras se miraba las manos en el regazo.
- ¡Tonterías! Creo que sólo eres tímida y eso me gusta. Eso hace a las mujeres interesante, ¿sabes?
Ella se alegró tanto de que la oscuridad escondiera su tonta sonrisa.
-Estaba pensando que podríamos ir a mi casa a beber algo, ¿qué te parece?- Indagó mientras la estudiaba con el rabillo del ojo. Ella se movió incómoda y volteó la cara bruscamente hacia su ventana.
-O bien podemos ir a otro lado.- Le ofreció despreocupadamente.
-A tu casa está bien.- Dijo tartamudeando. 
Él sonrió y tomó la siguiente calle, era una calle oscura con casas relativamente separadas las unas de las otras. No se podía ver mucho con tan escasa luz, sólo que la mitad de ellas estaban abandonadas o al menos eso parecía. El auto se detuvo frente a la casa que se hallaba en el final de la calle. Él salió del auto y se apuró a abrirle la puerta a su compañera.
-Llegamos.
Él se adelantó y esperó que la bibliotecaria lo siguiera. Abrió la puerta y los recibió una pequeña sala azul opaco. Tan pronto se cerró la puerta, él la tomó de la cintura y comenzó a besarla apasionadamente. Ella tenía los ojos como platos, no sabía qué estaba pasando, nunca había besado a nadie, y nunca pensó que besaría a alguien, menos aún a alguien tan perfecto. Al percatarse de que ella permanecía petrificada. Sonrió y se disculpó. Fue a sentarse a uno de los sillones y cortó un pedazo de pay a medio comer que estaba en la mesita de centro.
-Disculpa- Dijo ella, sin saber que otra cosa decir. Él no volteó a mirarla.- Es sólo que no nos hemos presentado siquiera.- Él parecía ni siquiera escucharla. Terminó de comer su rebanada de pay y después de una eternidad al fin volteó a ver a la patética mujer que tenía en frente.
- ¿Te gusto?
- Amm... No nos hemos presentado. Me llamo ...
- No te he preguntado cómo te llamas, no me interesa, eso lo hace más interesante.- Le sonrió y con una mueca de completa dulzura continuó.
- ¿Te gusto?
- Algo así.- Masculló tímidamente.
- Bien. Quítate la ropa.- Ordenó con una sonrisa socarrona.
Ella se sobresaltó y los ojos le centellaron como si fuera a estallar en llanto. Este era su sueño y no sabía qué hacer. Quería moverse, quería besarlo, quería ser tocada por esas manos y sin embargo estaba ahí parada casi olvidando respirar. Miró la mesita de noche y supo lo que tenía que hacer. Se acercó lentamente y cuando estuvo frente a él se quitó su feo y viejo suéter de cuello de tortuga. Él miraba solemnemente. Un sostén que parecía más bien un corpiño pasado de moda quedó al descubierto. Miró aquellas manos aproximarse a su falda. Mientras él la besaba, las manos recorrían sus piernas y levantaban la horrenda falda que llegaba hasta los talones. Con agilidad él rompió aquella tela de color gris y arrojó a la mujer al sofá. Tomó el cuchillo que estaba en la mesita de centro y lo paso suavemente por el pecho de la mujer. Ella temblaba de deseo al poder al fin sentir esas manos y ver como resaltaban las venas de la mano que sostenía el cuchillo. No tenía miedo alguno. Él miraba maravillado el rostro de aquella mujer que parecía deleitada por el cuchillo, sin rastro de temor. La mayoría de las mujeres se desconcertaban o gritaban cuando él llegaba a este paso. Sonrió lascivamente y cortó la ropa interior de esa peculiar mujer. La penetró con vehemencia mientras ella tomaba una de sus manos y empezó a lamerle y besarle los dedos frenéticamente. Ella estaba en la gloria, eso superaba por mucho lo que imaginó en sueños. Las manos dignas de su amor iban y venían por su cuerpo. Quería llorar por la perfección de sus movimientos. Como palpaban, acariciaban, arañaban, creaban, sostenían, quitaban y ponían. Cerró lo ojos y las imaginó danzando, solas, sin ningún cuerpo que las sostuviera. De la nada su sueño se turbó pues aquellas manos que amasaban su pechos segundos antes ahora estaban sobre su cuello haciendo más presión de la soportable. El hombre que estaba sobre ella la miraba con una lujuria demencial y destructora. Tenía la mirada de un depredador y conforme su excitación aumentaba la presión que hacían sus enormes manos sobre su cuello aumentaba. 

Él estaba apunto del orgasmo, tenía que medir la presión con la que asfixiaba a las mujeres para terminar en el momento justo en que la vida se escapara de sus ojos. Era el placer más delirante verlas quedarse tiesas con esa mueca de horror que podría confundirse con un grito de placer, pero que al fin y al cabo apestaba a miedo. Todo temen siempre morir. 
Estaba a punto de terminar y le soltó tremenda bofetada en el rostro que provocó un aullido. El rostro de ella giró y cuando regresó a su estado anterior los labios estaban pintados de sangre. Algo andaba mal, esta mujer no estaba pataleando como lo hacen todas, ese no había sido un aullido de dolor. Sí, todo andaba mal, lo supo cuando los labios de esa horrible mujer se abrieron para mostrar una sonrisa. Lo estaba disfrutando. Ella estaba sonriendo porque él estaba intentando asfixiarla hasta matarla. Sin duda, eso le quitaba todo el chiste al juego, sintió su erección esfumarse y un escalofrió recorrerle la espina dorsal. Ella se mostró sorprendida cuando él se quitó de encima.
- ¿Qué pasa? Termina.- Manifestó ella evidentemente consternada.
- ¡Estás loca! Quiero que te vayas.- Ahora era él el que estaba tartamudeando. Se sentó en el sillón dándole la espalda. No quería ver su feo rostro. Sintió que ella se acercaba y le pasaba una mano por la espalda. Él se estremeció de repugnancia.
- No me gustas.- Le susurro ella en el oído.
Volteó sorprendido a ver el rostro de la bibliotecaria que babeaba por él desde el primer día que entró a cazar a alguna ingenua en la Biblioteca principal de aquel pueblecito.
- Sólo me gustan tus manos.- Dijo mientras le sostenía la mirada por primera vez  y con la mano que tenía libre pasaba el cuchillo por su masculino y terso cuello. 

Se había vestido, pero aún permanecía en el sillón donde había perdido la virginidad. Llevaba horas mirando las manos cercenadas que tenía en el regazo. Eran perfectas. Sin un estúpido hombre pegado a ellas. Nunca había sido tan feliz. Después de todo mujeres como ella sí podían tener finales felices.

No hay comentarios:

Publicar un comentario