Presentación

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lunes, 20 de febrero de 2017

Palabras equívocas



Explicar alguna situación o fenómeno exige más que proferir palabras. Parece que cuando se intenta explicar algo complicado se van extendiendo los límites de nuestra comprensión, como cuando intentamos explicar algún estado de ánimo. Pero esto es aparente. Los límites de la comprensión exigen más que dar explicaciones, pues las explicaciones pueden ser aparentes, como lo acabo de mostrar. Es cierto que la palabra es el mayor vínculo que tenemos entre el mundo y nuestro pensamiento, nuestra comprensión, pero el mundo no es uno, aunque tampoco es infinito. He ahí el primer problema con el que nos enfrentamos cuando queremos explicarnos: reducir lo múltiple a lo unívoco. Nuestra imaginación nos puede ayudar a entender las diversas relaciones entre las cosas, pues imaginar es otear las multiplicidades, pero esa imposibilidad puede ser usada como un arma, pueden convencernos confundiendo las multiplicidades no sólo que tiene el ser, sino las que hace el hombre. No podríamos ser convencidos si todo fuera fácil de conocer e identificar.

Pero la retórica no sólo se reduce al entendimiento, pues cuando captamos (vemos, escuchamos, tocamos, entendemos e imaginamos) se nos mueven las pasiones. Y ahí la imaginación realiza una actividad más difusa. Somos convencidos cuando nos agrada lo que dice quien está profiriendo un discurso, cuando nos hace sentirnos eufóricos y querer actuar según vemos que dice algo, cuando parece compartir nuestros mismos intereses y pletóricos gritamos al unísono sus palabras, cuando imaginamos que quien habla nos está representando tanto en sus ideas, como en sus actitudes, o cuando vemos que está diciendo la verdad. Los métodos para convencer son muchos: los comerciales, las propagandas, pero siempre llenará más el ánimo, siempre será más fácil convencer, un discurso bien preparado. Tal vez porque el discurso llena el ánimo y parece ofrecernos una explicación. Aquí vemos los peligros de la palabra, los peligros de la política, pues un discurso puede movernos a actuar injustamente, cuando nosotros pensábamos que era justo. Aunque mediante las palabras también podemos disuadir o ser disuadidos, ver que en ocasiones es más justo no actuar que dejarse llevar por el impulso de la masa. 

Las palabras exigen ser pensadas, entendidas en su completitud. Pensar la palabra, sus límites, sus posibilidades, nos exige pensar los límites de lo que podemos captar, de hasta dónde podemos y conviene actuar, no sólo ser convencidos de que parece que nada puede ser explicado completamente y las palabras tienen un límite hacia la actividad de la verdad. Las situaciones necesitan ser clarificadas por nuestras palabras, no sólo clasificadas porque imperiosamente necesitamos una explicación para hacer algo; actuar sin entender qué hacemos y hacia donde nos dirigimos es el primer obstáculo hacia la vida política, hacia el intento de actuar. Pensar los discursos, los que proferimos y los que escuchamos, es pensar las posibilidades de nuestro actuar.   

Fulladosa

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