Miles
de muertos caminando por la calle y yo sólo busco seguir hablando con alguno de
ellos. Todos me desprecian y no sé por qué, quizá la carne muerta se pudre más
rápido al contacto con la viva. Como nadie me habla, mejor voy a buscar al
Salinas.
–¡Qué pedo, pinche Salinas! ¿Vas a
sacar la serpiente o te vas a arrugar?
–¡Ese Pin! La neta ando erizo, pero ‘amos a conseguir,
¡chingue su madre!
–No mames, orita dónde. La neta la gente anda igual que uno y
con un chingo de morros. Nel, mejor así.
–‘Inche puñal, ¿no que querías chupar? ‘Ora ‘amos, perro.
–Es que siento gacho con las doñas que van todas cargadas de
mandado; andan bien tranquilas y unos les baja su chesco.
–‘Ira, we, si no se los bajamos nosotros, otros les darán
vuelta, y la neta a nosotros si nos hace falta.
–¿Nos hace falta? La neta chupar no es una necesidad.
–Si tú crees que saciar el deseo del alma de sentir lo que
sentimos no es una necesidad: ¡estás bien pendejo! La belleza es una necesidad;
ya sé que beber no es nada chido, pero me hace tanto bien sentir el
aguardientoso sudor de la botella en mi garganta: está a toda madre.
–Es que está cabrón, porque no sé qué tanto me pueda animar a
dejar a otros sin comer por andar saboreando un aguarrás. Mejor ‘amos a pepenar
por ahí, igual y sale pa’ un Uruapan.
–‘Amos, pues, güé’.
Íbamos caminando pa’ la lechería y nos
encontramos al Sica, y estuvo como caído del cielo el chingón: traía su buen
galoncito de cañita: puro del 96°; ya nomás no faltaba un tecito o algo –porque
somos pedos, pero no pendejos: esa madre te quema las tripas.
A penas nos acercamos a saludar a
ese buen carnal, se agüitó: su jefecita se había cortado con la orilla de su
tanque de gas y traía la pata toda desmadrada; hasta tenía las várices bien
hinchadísimas. Yo nomás volteé a ver al Salinas como diciéndole –no hay que
pedirle, se le ha de estar muriendo la jefa–, y ese cabrón lo veía como
diciendo –¡Cámara, güé’! ‘Amos a chingarnos esa cañita pa’ que se te baje la
cera–, y el Sica nos veía como diciendo –los muertos somos nosotros, cabrones,
¿no ven que la gente ya ni nos pela? Nos tratan como plástico de bolitas que ya
no tiene ninguna con aire. No supe qué decirle a ese cabrón. Mejor le deseé que
su jefita se alivianara y me moví. La neta ese Salinas no me convenció.
–Cámara, mi Salinas, áhi la vemos.
–¿A poco ya te vas, mi carnal? ¿Y
esa pistola que nos íbamos a disparar?
–Nel, me agüitó saber lo de su jefa
del Sica. Mejor me voy pa’ mi cantón, igual y mis carnales me tiran la vaisa
con un bajoncito. ¡Chido, güé’!
–Órale, mi ñero: tenga pa’ que se
suba a la banqueta– le dijo el Salinas mientras le daba una bachicha un poco
negra, un poco sucia.
Así, partió hacia su casa el buen
Pin, mientras encendía la bacha –porque eso sí, cerillos nunca le faltaban. En
el cruce de la avenida más grande de su colonia, un viejo de unos 74 años se
sintió agredido por la mirada del Pin: sacó su charrasca y lo apuñaló siete
veces. Nada más fue de ese canijo.
Días después el Salinas encontró
$100.00 y por fin se compró su cañita. Se la preparó con té. Recordó lo que le
dijo al Pin sobre la necesidad que los hombres tenemos de la belleza y pensó
–si la belleza fuera necesaria no tendríamos que buscarla: justo como yo.
Talio
Maltratando
a la musa
Botellorón
Siempre
que miras dentro mío, me robas
con
ese ojo tuyo que, llorando,
viene
a derramar su amargo llanto,
mientras
mis bajas pasiones afloras.
Eres
el frío de mi mano volviendo
caliente
tu cuerpo que acaricio
mientras,
la felicidad, auspicio
de
los hombres con los que vivo el cuento.
Bendita
seas amada dama hosca.
Sígueme
llorando hasta que llegue el fin,
hasta
que acabe lleno de aserrín,
hasta
que me dejes seca la boca.
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