La corriente de
la historia guía nuestros pasos. Incansables, caminamos por donde vemos que se
camina. Nos acomodamos y desdeñamos posibles desacomodos y reacomodos. ¿Nuestro
contexto es tan poderoso que empuja nuestra voluntad hacia donde quiere?, ¿vamos
bebiendo vaso tras vaso de nuestra vida y no sabemos quién nos sirve? Tal vez
podamos detenernos y mirar a nuestro alrededor, buscar dónde estamos parados,
cómo hemos llegado ahí y qué camino es bueno seguir.
¿Hay hombres que
hacen la historia, hombres que participan en ella, y quienes sólo son guiados
por ella? La primera idea nos remite comúnmente a aquellos héroes que debido a
sus acciones glorificaron un país o lo mancharon y serán recordados, observados
a lo lejos, admirados y repudiados. Los segundos son aquellos que apoyan a los
anteriores. Y los terceros parecería que se encuentran entre los afectados,
pero los que no pueden hacer nada ante los primeros dos tipos. Aunque, ¿la
división es cierta?, ¿todos nos vemos movidos por las grandes figuras? No me
refiero a un posible apoyo que podamos otorgarle a los personajes que
consideremos que harán algún bien por el lugar donde vivimos, sino a que si sus
acciones, por más alejados que queramos encontrarnos de la abundancia o de la
explosión, nos afectarán en la toma de nuestras propias decisiones. Tal vez
nuestra reflexión sí pueda estar libre de las influencias políticas; aunque
para eso debamos de deshacernos de nuestros prejuicios.
Otra manera de
explicar lo anterior es pensar en el ánimo que impera en la época. Uno de los
dos filósofos del siglo XX decía que actualmente tenemos sensibilidad para que
nos guste Dostoyevski, pero no para que nos guste Jane Austen. Nos gusta leer
la podredumbre humana porque no creemos en la posibilidad de los caballeros; no
distinguimos caballeros de burgueses. Nuestro ánimo nos avienta a seguir
ideologías, a carcomer nuestra sensibilidad reflexiva. Sentimos que la
filosofía es imposible. Caminamos en la noche del ser.
Fulladosa
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