Ley de los cuerpos
El
cuerpo nunca va a dejar de ser racional. Ni siquiera los detractores del
materialismo, los que se obstinan en hablar en que el alma es la realidad del
hombre. Porque, sobre todo, la oposición entre alma y cuerpo es una apreciación
moderna de la vida, en una dialéctica que termina haciendo del alma más un
sinónimo de lo inmaterial de la consciencia moral, y del cuerpo el tácito
vencedor de todas las voluntades. Tendríamos que aceptar que en algún grado la
verdad en torno a lo vivo se reduce a una dialéctica entre lo orgánico y la
felicidad. El problema moderno, por todas partes insinuado vaga entre decidirse
por la manera en que la materia pueda ser mejor gobernada. La oposición alma
cuerpo nos persigue ahí hasta donde creemos que hay pruebas irrefutables de la
verdad de la palabra alma.
El
alma es lo vivo al grado de que nada puede decirse vivo sin ella. Ni un solo
movimiento puede ser explicado sin ese principio inteligible y presente en
nosotros y todo ente vivo. Las diferencias ontológicas no son de grado, pues
entonces no serían ontológicas. No hay “mayor desarrollo” entre nosotros y los
animales domésticos, sino que nos distinguimos en el ser. Hay diferencias que
pueden ser comparadas sólo con el afán de entender lo que se ve. Porque entre
ver y explicar lo que se ve está toda la diferencia que permite el
conocimiento. Somos cosas distintas de otros seres vivos, pero no por ello
dejamos de estarlo y, por ello, de compartir algo con ellos a través de las
funciones vitales. La interpretación moderna de la semejanza del hombre con el
Creador requiere que hagamos de la inteligencia el significado de dicha idea.
Requiere que creamos que esa inteligencia residente en la materia sea lo
definitivo del hombre. La razón moderna está basada en una interpretación
religiosa, sin ser ella misma cristiana.
El
alma no puede ser una abstracción sobre la evidencia de lo vivo. Lo cual quiere
decir que el cuerpo es un nombre que se omite en dicha abstracción. El cuerpo
es usado para referirse a la materialidad del ser en tanto identificación de
una constitución orgánica. Si el alma se ve como alternativa, ha de ser en la
lógica de que lo importante no es la materialidad. Lo vivo es materia y forma,
no una de las dos. La materia no es cuerpo. Cuerpo es nombre que se la da la
materialidad con una lógica determinada de unidad y partes que, según nosotros,
está presente como una exterioridad de algo que funciona internamente. Pero la
vida, sabemos, no la entendemos de un vistazo. Se nos escapa su significado y
su importancia. Ni siquiera su carácter milagroso es asequible por imaginación
cotidiana.
La
semejanza del hombre con Dios lo distingue bíblicamente, es cierto. Pero no
conocemos a Dios directamente. La semejanza es limitada, por eso no es
igualdad. Dios no está vivo como los entes de la tierra, porque lo vivo no crea
la vida, a lo mucho la engendra. El hombre genera hombres, y nada más. El fruto
de las palabras es creación de una manera también indirecta. No hace el mundo
de su palabra, sino que su palabra atiende al mundo relacionando, predicando,
nombrando accidentes, siempre en torno al ser y lo que de él ve y siente. En
esa apertura está también la vida, de donde brota la palabra. Una apertura
vista hasta en el trabajo de los intestinos y el crecimiento de los miembros
todos. Una vida que nunca podrá ser independiente de la creación, por ser
creado con todo y semejanza. Racionalizar a Dios no es lo mismo que entender su
obra e intentar conocerlo. Razón es palabra, voluntad, apertura, inteligencia,
sentido práctico, vida con el ser y los semejantes. Se dice que la Ley es una
razón en tanto por ella muestra cómo lo causal, el principio eterno. La ley
humana rige una comunidad porque sin la justicia la vida humana decae. Por eso
la virtud es el sentido de las comunidades justas, y no sólo la supervivencia,
como en las modernas.
Tacitus
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