La
música desde sus inicios ha formado parte de la cultura, de la actividad
política de una ciudad, de la formación estética de quienes la oyen. La música
es, sin duda, una parte de suma importancia para cualquier ser humano: desde el
rudimentario golpeteo de un palo contra el piso, hasta los cinco movimientos de
la Sinfonía fantástica de Héctor
Berlioz; el hombre busca la música siempre. Sin embargo, en el carácter
artístico de la música hay algo que se es importante notar: ¿es la música una
herramienta educativa para la formación de los ciudadanos o, más bien, es la mímesis del entorno de los ciudadanos,
desde la physis hasta la polis, y por lo tanto nos permite
conocer esta relación? Habría que indagar en este respecto, para tratar de
comprender mejor el papel de la música y su relación con la ciudad.
Para comenzar es necesario
distinguir el arte de la artesanía. Sin menospreciar la artesanía, queda claro
que ésta no tiene por intención hacer el conocimiento de la belleza, sino más
bien hacer más apreciable la experiencia cotidiana. No encuentro belleza en un
teléfono celular, pero creo que debe ser lindo a la vista para hacerle más
admisible. La artesanía parece tener como finalidad demostrar el status de una nación. El arte por su
lado, parece trascender las fronteras de la ciudad pues en su observación
creadora encuentra lo común de todo hombre, como hombre, como ciudadano, como
amante, como valiente, etc. El arte demuestra la verdadera alma del hombre
dentro de un contexto.
Esta distinción parece muy sencilla
a simple vista, se torna complicada cuando, en nuestro tiempo, todo es
demandado como un producto comerciable. Tal es el caso de la música que ya no
se aprecia si no puede ser vendida. La música se difumina en la corrección política
de nuestros contemporáneos, volviéndola un arma educadora. Despreciamos los
narcocorridos que invitan a una vida de violencia, aceptamos el rock and roll por su supuesta riqueza
intelectual, disfrutamos del son cubano y la salsa por su complejidad armónica
y, en su mayoría, nos alejamos de llamada música culta por la pedantería que
presupone. Todo eso habla de nuestra educación. Entonces ¿hemos sido educados
por las artesanías de los exponentes musicales del mundo?, ¿la globalización
musical nos alcanzó a una velocidad vertiginosa y nos alejó de lo que somos?
La música popular, dividida en buena
y mala, tiene intenciones diferentes dependiendo de su calidad. No es lo mismo
una canción de Julión Álvarez a una canción de José Alfredo Jiménez, ni tampoco
es igual el imponente bajo de los Rage Against the Machine a las armonías
contrapuestas del bajo de William “Bootsy” Collins. En los primeros casos,
hablamos del uso de la música para promover un discurso específico; en los
segundos, hablamos de un uso de los músicos para promover la belleza de toda
una idiosincrasia. Es decir, si usamos la música revelamos que no entendemos la
relación entre la naturaleza y la ciudad, y si somos usados por la música
seremos capaces de entender la belleza que existe en dicha relación.
La música en cuanto artesanía es un
arma política que se usa para la llevadera experiencia de nuestra
cotidianeidad; en cuanto arte nos muestra la verdad de la cotidianeidad. ¡Qué
lamentable que hoy la música sea una herramienta discursiva! ¡Deberíamos
encontrar la belleza de la experiencia en ella!
Talio
Maltratando
a la musa
Caliban
Siempre
un salvaje le han llamado desde
que
le encontraron en la isla aquella
donde
la tempestad vio su querella,
donde
pensó en derramar su peste.
La
bruja Sicorax le dio la vida,
la
dama Miranda le dio el deseo,
su
amo Próspero le regaló el feo
instinto
asesino que todo termina.
En
Estefano creyó encontrar un dios
que
le ayudara a verse en el espejo
para encontrar
su cara en el reflejo:
he
ahí el origen de sus rabias y sus odios.
He
aquí la historia de este simple hombre,
de
este salvaje. Caliban es su nombre.
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