Presentación

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lunes, 13 de marzo de 2017

La música de nuestros días

La música desde sus inicios ha formado parte de la cultura, de la actividad política de una ciudad, de la formación estética de quienes la oyen. La música es, sin duda, una parte de suma importancia para cualquier ser humano: desde el rudimentario golpeteo de un palo contra el piso, hasta los cinco movimientos de la Sinfonía fantástica de Héctor Berlioz; el hombre busca la música siempre. Sin embargo, en el carácter artístico de la música hay algo que se es importante notar: ¿es la música una herramienta educativa para la formación de los ciudadanos o, más bien, es la mímesis del entorno de los ciudadanos, desde la physis hasta la polis, y por lo tanto nos permite conocer esta relación? Habría que indagar en este respecto, para tratar de comprender mejor el papel de la música y su relación con la ciudad.
            Para comenzar es necesario distinguir el arte de la artesanía. Sin menospreciar la artesanía, queda claro que ésta no tiene por intención hacer el conocimiento de la belleza, sino más bien hacer más apreciable la experiencia cotidiana. No encuentro belleza en un teléfono celular, pero creo que debe ser lindo a la vista para hacerle más admisible. La artesanía parece tener como finalidad demostrar el status de una nación. El arte por su lado, parece trascender las fronteras de la ciudad pues en su observación creadora encuentra lo común de todo hombre, como hombre, como ciudadano, como amante, como valiente, etc. El arte demuestra la verdadera alma del hombre dentro de un contexto.
            Esta distinción parece muy sencilla a simple vista, se torna complicada cuando, en nuestro tiempo, todo es demandado como un producto comerciable. Tal es el caso de la música que ya no se aprecia si no puede ser vendida. La música se difumina en la corrección política de nuestros contemporáneos, volviéndola un arma educadora. Despreciamos los narcocorridos que invitan a una vida de violencia, aceptamos el rock and roll por su supuesta riqueza intelectual, disfrutamos del son cubano y la salsa por su complejidad armónica y, en su mayoría, nos alejamos de llamada música culta por la pedantería que presupone. Todo eso habla de nuestra educación. Entonces ¿hemos sido educados por las artesanías de los exponentes musicales del mundo?, ¿la globalización musical nos alcanzó a una velocidad vertiginosa y nos alejó de lo que somos?
            La música popular, dividida en buena y mala, tiene intenciones diferentes dependiendo de su calidad. No es lo mismo una canción de Julión Álvarez a una canción de José Alfredo Jiménez, ni tampoco es igual el imponente bajo de los Rage Against the Machine a las armonías contrapuestas del bajo de William “Bootsy” Collins. En los primeros casos, hablamos del uso de la música para promover un discurso específico; en los segundos, hablamos de un uso de los músicos para promover la belleza de toda una idiosincrasia. Es decir, si usamos la música revelamos que no entendemos la relación entre la naturaleza y la ciudad, y si somos usados por la música seremos capaces de entender la belleza que existe en dicha relación.
            La música en cuanto artesanía es un arma política que se usa para la llevadera experiencia de nuestra cotidianeidad; en cuanto arte nos muestra la verdad de la cotidianeidad. ¡Qué lamentable que hoy la música sea una herramienta discursiva! ¡Deberíamos encontrar la belleza de la experiencia en ella!

Talio


Maltratando a la musa

                     Caliban

Siempre un salvaje le han llamado desde
que le encontraron en la isla aquella
donde la tempestad vio su querella,
donde pensó en derramar su peste.

La bruja Sicorax le dio la vida,
la dama Miranda le dio el deseo,
su amo Próspero le regaló el feo
instinto asesino que todo termina.

En Estefano creyó encontrar un dios
que le ayudara a verse en el espejo
para encontrar su cara en el reflejo:

he ahí el origen de sus rabias y sus odios.
He aquí la historia de este simple hombre,
de este salvaje. Caliban es su nombre.



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