Presentación

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lunes, 20 de marzo de 2017

Palinodia lógica

Palinodia lógica
Leer mal es dar por entendida
cualquier palabra
Pedro Torquemada

En algún epigrama escrito mientras estuvo en Venecia, la ciudad que Thomas Mann pone como el inframundo del artista burgués preocupado seriamente por guardar las formas en el arte, Goethe decía que la brevedad y dificultad del epigrama contiene una vastedad que proviene del mundo. Las formas breves se leen con poco tiempo, pero no tardamos poco en recuperarnos de la estupefacción a la que nos someten por esa amplitud que esconden. Parece que nos increpan nuestra incapacidad para descifrar con prontitud los pensamientos del autor. Indudablemente nos piden salir de la comodidad de tener más palabras por recorrer para que nos acomodemos en el tapete que con cuidado le tiene cada página y párrafo a nuestra suspicacia. Como si lo conciso nos tomara por sorpresa para mostrarnos que no podemos decir que las palabras no requieran de todo el lector como persona real que se sienta a leer en donde puede y cuando puede, y como personaje de su propia vida, de la vida de otros, de su propio pensamiento lector, que navega entre las palabras tropezando con ellas, corriendo con ellas, siguiéndolas, persiguiéndolas, siendo tocado y tentado por ellas.
Quizá por esa fortuna casi incuestionada de toparse con la palabra es que un libro como Navegaciones. La musa es palabra no parezca tener nada de sorprendente. Poemas, ensayos, e incluso la biografía breve son sólo pruebas de las aparentemente desordenadas esferas tejidas por el mismo lector y el mismo escritor, pero no siempre la misma voz. No hay romanticismos de fácil acceso, pues hasta el poema, el género que se antoja como el conquistado del corazón, parece aquí una evocación llana. Pero el poeta lo sabe y ofrece un remedio: la expectativa amorosa de la palabra es evocada en diez alejandrinos llenos de intensidad para darnos lección de autognosis. Nos enseña que esperamos pasión para infundirnos vida falsamente. Ahí se oscurece la manera en que la poesía puede ser el género erótico que nos permite acceder a la profundidad de los poetas para iluminarnos. La forma de los poemas románticos nos orilla a recordarla. Sería imposible la memoria toda sin forma alguna que se nos transmita. Y eso nos lo enseña en un poema sobre el recordatorio que tiene un hombre de un poema de Ramón López Velarde, para guiarse en medio de su soledad nocturna sin tropezar con el autoengaño en torno a su vida amorosa. Nos enseña el poder de las formas, y la vana obstinación de quien no intenta ver en ella su propia voz, que tiene que evocar la del poeta en todo lugar.
La breve biografía (sesenta páginas que incluyen diálogos brevísimos pero sagaces) es de un personaje político. Hace de la presidencia mexicana una sola persona, extendida a través de la fundación del PRI hasta el “fraude electoral” del 2006 y el retorno del viejo que se pone un traje nuevo. Su biografía nos vacuna contra la oscuridad que reina en el pantano del panorama corruptivo que es nuestra relación con el poder. Nos libra, irónicamente, de ver en esa persona a un solo partido, pero sí a una misma estulticia. Nos involucra en lo que más nos repugna: el ejercicio del poder, educado y estampado con las letras del Revolucionario Institucional, para que la biografía respete esa intención de enterarse de la vida de alguien que nos parece interesante. La admiración por la debacle convertida en risa. Genio cómico para ver en nuestra tragedia la posibilidad de la fascinación. Palabra que intenta limpiar, mas no justificar, nuestros desencuentros políticos con el huésped incómodo de eternos y revolucionarios años en el progreso para ofrecernos otra vez esa carne que es la palabra con la que vivimos todos. Nos libra de sufrir para siempre la misma imaginación para la política. Inconcebible será para algunos que provenga todo de un hombre que se admite abiertamente cristiano.
¿Por qué habría ese mismo libro de terminar con un diálogo en tono filosófico sobre la relación entre la escritura y lo erótico, pasando por la política, la crítica de libros, y empezando por la poesía como frontispicio? ¿Es el título Navegaciones un anuncio de la antología de un laboratorio? ¿O es un discusión abierta, inconclusa, aventurera de la palabra, que recuerda ese quijotesco sentido de la aventura nacido del haberse despegado apenas unas pulgadas de la orilla de un río? No hay nada definido para ningún futuro. La palabra no es posible sin la forma que nos permite entender el mundo, pero también ella le transmite algo. Crea sus propias formas de conducirse. Aunque no lo notemos, es nuestra palabra la que nos alumbra siempre, narrando, dirigiéndonos, mostrándonos en el fracaso. Todo género es una forma en que podemos navegar en ella, en que ella nos muestra sus distintas caras, y las del mundo; nos muestra nuestras propias caras a través de ese viaje dialéctico, como la navegación, que muestra el movimiento en lo que los sentidos no abarcan por sí mismos entre dos extremos entre los cuales andamos. A veces sin remos y por segunda ocasión, como buscando respuestas sin un rumbo determinado. Las formas que adquiere la palabra son difíciles de definir porque requiere que nosotros nos inmiscuyamos en ellas para saber del mundo. La palabra es personaje y material. Son nuestro paralelo. Nuestra guía para navegar.



Tacitus

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