Palinodia lógica
Leer mal es dar por entendida
cualquier palabra
Pedro Torquemada
En
algún epigrama escrito mientras estuvo en Venecia, la ciudad que Thomas Mann
pone como el inframundo del artista burgués preocupado seriamente por guardar
las formas en el arte, Goethe decía que la brevedad y dificultad del epigrama
contiene una vastedad que proviene del mundo. Las formas breves se leen con poco
tiempo, pero no tardamos poco en recuperarnos de la estupefacción a la que nos
someten por esa amplitud que esconden. Parece que nos increpan nuestra
incapacidad para descifrar con prontitud los pensamientos del autor.
Indudablemente nos piden salir de la comodidad de tener más palabras por
recorrer para que nos acomodemos en el tapete que con cuidado le tiene cada
página y párrafo a nuestra suspicacia. Como si lo conciso nos tomara por
sorpresa para mostrarnos que no podemos decir que las palabras no requieran de
todo el lector como persona real que se sienta a leer en donde puede y cuando
puede, y como personaje de su propia vida, de la vida de otros, de su propio
pensamiento lector, que navega entre las palabras tropezando con ellas,
corriendo con ellas, siguiéndolas, persiguiéndolas, siendo tocado y tentado por
ellas.
Quizá
por esa fortuna casi incuestionada de toparse con la palabra es que un libro
como Navegaciones. La musa es palabra
no parezca tener nada de sorprendente. Poemas, ensayos, e incluso la biografía
breve son sólo pruebas de las aparentemente desordenadas esferas tejidas por el
mismo lector y el mismo escritor, pero no siempre la misma voz. No hay
romanticismos de fácil acceso, pues hasta el poema, el género que se antoja
como el conquistado del corazón, parece aquí una evocación llana. Pero el poeta
lo sabe y ofrece un remedio: la expectativa amorosa de la palabra es evocada en
diez alejandrinos llenos de intensidad para darnos lección de autognosis. Nos
enseña que esperamos pasión para infundirnos vida falsamente. Ahí se oscurece
la manera en que la poesía puede ser el género erótico que nos permite acceder
a la profundidad de los poetas para iluminarnos. La forma de los poemas
románticos nos orilla a recordarla. Sería imposible la memoria toda sin forma
alguna que se nos transmita. Y eso nos lo enseña en un poema sobre el
recordatorio que tiene un hombre de un poema de Ramón López Velarde, para guiarse
en medio de su soledad nocturna sin tropezar con el autoengaño en torno a su
vida amorosa. Nos enseña el poder de las formas, y la vana obstinación de quien
no intenta ver en ella su propia voz, que tiene que evocar la del poeta en todo
lugar.
La
breve biografía (sesenta páginas que incluyen diálogos brevísimos pero sagaces)
es de un personaje político. Hace de la presidencia mexicana una sola persona,
extendida a través de la fundación del PRI hasta el “fraude electoral” del 2006
y el retorno del viejo que se pone un traje nuevo. Su biografía nos vacuna
contra la oscuridad que reina en el pantano del panorama corruptivo que es
nuestra relación con el poder. Nos libra, irónicamente, de ver en esa persona a
un solo partido, pero sí a una misma estulticia. Nos involucra en lo que más
nos repugna: el ejercicio del poder, educado y estampado con las letras del
Revolucionario Institucional, para que la biografía respete esa intención de
enterarse de la vida de alguien que nos parece interesante. La admiración por
la debacle convertida en risa. Genio cómico para ver en nuestra tragedia la
posibilidad de la fascinación. Palabra que intenta limpiar, mas no justificar,
nuestros desencuentros políticos con el huésped incómodo de eternos y revolucionarios
años en el progreso para ofrecernos otra vez esa carne que es la palabra con la
que vivimos todos. Nos libra de sufrir para siempre la misma imaginación para
la política. Inconcebible será para algunos que provenga todo de un hombre que
se admite abiertamente cristiano.
¿Por
qué habría ese mismo libro de terminar con un diálogo en tono filosófico sobre
la relación entre la escritura y lo erótico, pasando por la política, la
crítica de libros, y empezando por la poesía como frontispicio? ¿Es el título Navegaciones
un anuncio de la antología de un laboratorio? ¿O es un discusión abierta,
inconclusa, aventurera de la palabra, que recuerda ese quijotesco sentido de la
aventura nacido del haberse despegado apenas unas pulgadas de la orilla de un
río? No hay nada definido para ningún futuro. La palabra no es posible sin la
forma que nos permite entender el mundo, pero también ella le transmite algo.
Crea sus propias formas de conducirse. Aunque no lo notemos, es nuestra palabra
la que nos alumbra siempre, narrando, dirigiéndonos, mostrándonos en el
fracaso. Todo género es una forma en que podemos navegar en ella, en que ella
nos muestra sus distintas caras, y las del mundo; nos muestra nuestras propias
caras a través de ese viaje dialéctico, como la navegación, que muestra el
movimiento en lo que los sentidos no abarcan por sí mismos entre dos extremos
entre los cuales andamos. A veces sin remos y por segunda ocasión, como
buscando respuestas sin un rumbo determinado. Las formas que adquiere la
palabra son difíciles de definir porque requiere que nosotros nos inmiscuyamos
en ellas para saber del mundo. La palabra es personaje y material. Son nuestro
paralelo. Nuestra guía para navegar.
Tacitus
Escribiste un primer párrafo excelente.
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