La casa de los espejos
Yo escucho a Serrat
y
lo veo todo de otro color
Fantástico invento es el espejo, pues está dentro de
aquellos artificios que una vez nacidos, no se pueden mejorar. Pero se pueden
alterar. Los espejos nacen siendo perfectos, pero de nada sirven, si no sabemos
qué es lo que estamos viendo en ellos. De nada sirve ir a buscarse en el
reflejo si no sabemos qué estamos buscando. También hay que reconocer que así
como el espejo puede reflejarlo todo, siempre y cuando se pose algo delante de
ellos, no todo reflejo es imagen. O al menos, no toda imagen fiel nos ayuda a
conocer; a conocernos; o a conocer conociéndonos; o a conocernos conociendo.
Difícil es ver dentro de un espejo, pero fascinante una
vez que se revela la imagen. En el arte de ver, porque es un arte, no sólo la
imaginación, también el pensamiento que abstrae y que compara nos ayuda a ver
mejor. Separamos lo que queremos ver, lo que la intuición nos grita despacito, esto
es lo importante; para después, compararlo a la luz de aquello que ya hemos
visto o sabemos que es verdad. La verdad, en esto de los espejos, siempre será
nuestra piedra de toque, aquella que no nos deje caer al abismo de las imágenes
sin sentido, sin lógica o reflexión. Es decir que el arte de ver lo es sólo
porque atiende a la búsqueda de la verdad dentro de los límites de aquello que
se está pensando.
Verdad es que un espejo lo refleja todo cuanto se pone
delante de él. Por eso es que nos damos cuenta que el hombre, ni en metáfora, es
un espejo, pues aunque puede reflejarlo todo, no lo hace, porque tiene
voluntad. Es decir, busca qué expresar, busca qué recordar, imaginar, pensar,
en fin, busca qué reflejar. Y lo que más le importa al hombre es la verdad, tanto
como vivir feliz, el resto es humo. Cuando los espejos se llenan de humo, o
trabajan con él, se les llama trucos de magia, o engaños. El mago nos presenta
un espectáculo con imágenes falsas y todos sabemos que es una ilusión.
Peligroso cuando el mago, el show, el humo, comienzan a invadir nuestra vida,
presentándose como imágenes verdaderas. ¡Es real!, dicen los entusiastas del 3D.
El realismo que nos invade hoy día, y que es por una
parte la copia plana de la vida, y por otra, la máquina de humo que llena toda
la habitación, convirtiendo todo en sombras presenciales, es decir, que están
en la vida y que se nos obliga a aceptarlas como importantes en ella, nos
asfixia poco a poco. El realismo no nos presenta una oportunidad de conocer la
imagen verdadera y buena de la vida del hombre, sino que nos llena de sombras
que en poco o nada ayudan al conocimiento y perfección de la humanidad. Todo es
importante, porque todo es real, porque todo está presente. Poeta ya no es el
que pone su mirada para acercarnos a una cuestión importante de la vida y
llevarnos seguros a la verdadera imagen del ser humano, sino el que puede reproducir
toda la vida sin decirnos nada de ella. Porque de la vida no se puede decir
nada y no hay límites. De esto resulta que la vida no tiene sentido ni comunión…
Pero yo digo que la palabra que apunta al todo es un vano artilugio de
hechicería. Por eso, el ver debe ser un arte: la oportunidad de encontrar en lo
común, la belleza y la bondad. De otro modo nos perderemos en el vacío de las
vacías palabras.
Hasta Virgilio guiaba a Dante en el infierno. A nosotros
sólo se nos está dando el infierno, pero sin nadie que nos guíe. Lo mejor sería
salir de esta casa de los espejos en la que entramos para sentir más real la
realidad, y dejar escapar de nuestras almas esos humos infectos que en nada nos
ayudan, para ver de nuevo en la imagen del hombre y comenzar una búsqueda, ya
sea solos o acompañados de los que en la indagación salieron victoriosos y que
sus palabras ayudan a ver bien al hombre, como lo son Cervantes, Platón, La
Biblia, Flaubert, Shakespeare, Aristófanes, Schiller, Dostoievski, Kafka,
Borges, Rulfo, Pacheco, Sabines, Revueltas, Pellicer, Vargas Llosa, Unamuno, Antonio
Machado, Hesse, Coetzee, Chesterton, Dickens etc., etc.
Hay que volver a perseguir la buena vida en las buenas
palabras, para dejar de ver todo, sin mirar nada.
Javel
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