Presentación

Presentación

domingo, 9 de julio de 2017

El profeta



A veces podemos creer que entender la realidad es fácil, que el paso por la vida no tiene grandes complicaciones y todo lo que afirmemos sobre ella es tan fácil como emitir palabras. Pero ante un problema, algo cuya resolución exige salir de los rutinarios clichés, comenzamos a pensar, a intentar comprender nuestra situación; cómo empezamos a estar así, cómo llegamos al embrollo, nada nos resulta claro. Leer es algo semejante. Todo resulta confuso cuando no logramos entender lo escrito. Probamos de una manera, de otra, y el contenido sigue sin decirnos nada. Si suponemos que lo entendemos, parece que queremos acomodar lo leído a lo que nosotros queremos pensar sobre ello; es decir, le inventamos un significado, no pensamos mediante ello. Aceptar que así leemos es aceptar que nunca podremos interpretar. Por eso ninguna interpretación es infinita. Todo buen escrito habla de generalidades humanas que pueden hacernos pensar particularidades. El acto de interpretar es intentar recorrer ambos extremos; clarificarnos en su recorrido.

El poema El profeta, del autor ruso Alexander Pushkin, requiere de un tremendo esfuerzo para intentar entenderlo. Pero todos entendemos qué es estar atormentado por una sed espiritual, vagando sin rumbo, sin encontrar sentido a nuestras acciones, sin ser felices. El mundo, en sus aparentemente infinitas posibilidades, no nos llena; nos arrastramos enceguecidos por los destellos del falso éxito, por desiertos que no saciarán nuestra sed, que no nos darán felicidad. En tal situación, la aparición de un Serafín es milagrosa, de un ser bajo cuya presencia no sabemos qué somos. ¿Qué es un Serafín en nuestra errática vida?, ¿qué significa que tenga seis alas?, ¿simbolizará, cada ala, los seis días de la creación de Dios? Al menos sabemos que es el primer contacto del hombre sediento de espiritualidad, sediento de Dios, con Dios mismo, según el poeta. 

La hipótesis de que el Serafín nos refiere a la creación se refuerza si contemplamos que éste le abre los ojos al mortal. Desde ahí verá diferente. Ya no ve yermos desiertos; tampoco escuchará la monótona arena paseando a su lado, escucha el cielo creado en el primer día, a los ángeles, quizá creados junto con el cielo; escucha las aguas, hijas del segundo día de la creación y sus naturales creaturas, los peces; finalmente escucha cómo crecen las viñas en la tierra, las cuales fueron creadas el tercer día. El Serafín amonesta al mortal, le hace ver la riqueza de la creación de un modo que él medianamente, en su infinita ignorancia, puede comprender. El hombre sólo siente lo magnífico de la creación una vez que un ser divino se lo ha mostrado, una vez que sabe que Dios, en su infinito amor, ha creado todo eso. ¿Quiere decirnos el poeta que somos incapaces de entender la creación? O, más bien, ¿que toda comprensión atea de lo creado será siempre desértica, nunca nos satisfará, siempre nos dejará en el profundo abismo de la infelicidad? Gracias al Serafín, el hombre mira diferente.

Una vez que el hombre ha aprendido a contemplar la creación, quizá por primera vez, el Serafín condena su pecado, le hace ver que su razón era mal utilizada e insuficiente para lo que le espera. Por ello le da la razón del animal más astuto de la creación: la serpiente. Que su lengua sea bífida no es únicamente para que encaje adecuadamente con la descripción de la serpiente; quiere decir que la más grande inteligencia nos tienta, podemos decir la verdad o encubrirla, aparentar o ser sinceros, manipular o actuar bien. Intentando aminorar la tentación, le son arrancados los deseos humanos de manera violenta; ¿o nos querrá decir el poeta que el dolor de la culpa es tan intenso como si nos arrancarán el corazón y que sólo lo podemos sentir gracias a una intervención divina?, ¿los deseos, los malos deseos, tendrán como última parada un terrible y solitario dolor? Lo que sabemos es que el hombre ha vuelto a tener un cambio. En alguna medida sigue siendo humano, pero ha tenido un encuentro divino. ¿Ha muerto o ese encuentro ha dotado a su vida de una responsabilidad?

En lo que parece su peor momento, el hombre es levantado por Dios, Quien le ordena, pues Dios, así como levanta a un hombre sin corazón, ordena. El hombre deja de ser únicamente hombre para volverse un profeta, alguien que se ha vuelto sabio, pues ha mirado y escuchado a la Divinidad, le ha sido concedido el Don de la inteligencia, ha podido contemplar buena parte de la creación. Además, Dios lo llena de su voluntad, le sacia su sed espiritual. Y Dios le encomienda una misión, que el profeta, el contacto del hombre con la divinidad, vuelva felices a los hombres de la única manera en la que un hombre puede ser feliz: pensando la palabra de Dios.

"De sed espiritual atormentado
Por yermos desiertos me arrastraba
Hasta que un serafín de seis alas
Apareció ante mí en la encrucijada
Ligeros como un sueño
Sus dedos posó sobre mis ojos
Que se abrieron avizores
Cual los de un águila asustada;
Tocó entonces mis oídos
Colmándolos de sonidos y clamores:
Y escuché a los cielos estremecerse
Y el aleteo de los ángeles en lo alto
Y el discurrir de los peces bajo las aguas
Y el crecer de las viñas en los valles.
Inclinándose entonces sobre mi boca
¡Arrancó mi lengua pecadora, mentirosa y calumniadora
Y su mano ensangrentada
Entre mis labios entumecidos introdujo
Y me embutió la bífida lengua de la serpiente sabia!
¡Y con su espada mi pecho seccionó!
¡Y tras arrancar mi corazón palpitante
Tomó en su mano un ascua ardiente
Y en el espacio hueco la enterró!
Exánime yacía yo sobre la arena
Y Dios con su voz me ordenó:
“Levántate, profeta, mira y escucha
Empápate de mi voluntad,
Recorre los mares y la tierra
y con tu palabra prende los corazones”."

Fulladosa

No hay comentarios:

Publicar un comentario