Círculo familiar
Se piensa anatómicamente (y mal)
cuando se hacen apologías de las relaciones carnales, como la familia. Lo
llaman núcleo, base de la sociedad, pensando la organización política en capas
o en círculos concéntricos. Pero ahí hay un problema: los círculos concéntricos
no tienen base: el círculo del centro no sostiene a los demás, sino que a lo
mucho está incluido en ellos, como si fuera cubierto, pero los otros son igual
de circulares, sin importar el tamaño. ¿Sostiene a la política, a una nación, e
comportamiento de las familias? ¿Qué círculo es? Si son círculos concéntricos,
a los que no se asciende ni se desciende, como los del infierno, al estar
circundados todos, exceptuando al último, el centro no es tal sino en relación
con lo demás, lo cual quiere decir que la relación entre partes puede ser
dialéctica en esos casos, que es otro modo de mostrar que la familia no puede
pensarse sólo como base social o política sin atreverse a entender lo político
en alguna medida. No hay conocimiento de la familia sino se da en una
investigación en torno a la política. Es cierto que la metáfora del seno
familiar funciona para instruir mínimamente el alma, pero también es cierto que
los hombres pueden aprender mucho más, tanto para su bien como para mal.
Esa relación está presente en las
apologías modernas y falaces de ella. Nadie defiende la familia si no es como
parte de una visión política y de lo natural. La cuestión central (eros y lo
político, en juego con lo privado) hace presencia en los tropiezos de
intolerancia, de desesperación, pesimismo, y falso optimismo. La familia de
padres gay, por ejemplo, sería antinatural si la base sexual de la reproducción
fuera lo definitivo del bienestar familiar, asi como del fin de tener familia,
lo cual ninguno de los defensores “religiosos” de la familia estaría dispuesto
a defender una vez se den cuenta de la contradicción entre el “afecto” natural
y la cuestión reproductiva. Las personas del mismo género no pueden
reproducirse sexualmente, eso es claro; y la familia tampoco es del todo una
reproducción espiritual, al menos no en los términos que se piensa con
comodidad al afirmar que la homosexualidad es algo que se aprende. Aquí debe
ser más evidente la contradicción. Si el amor es una reproducción conductual,
¿dónde se halla el espíritu humano, el amor que debe ser enseñado? Queda la
sexualidad, el pragmatismo. La educación moral es siempre sexual. Pero la
naturaleza es más compleja. Nadie puede ir en contra de ella. Mucho menos el
amor, que es una muestra clara de ella en el caso del hombre.
La utilidad de los hijos no se
puede comparar con la de un contrato. Se pierde paz, sueño, dinero y tiempo. Se
gana satisfacción en la presunción de sus logros, en la confianza de su éxito y
en el logro de él. Sospecho que la utilidad real de la familia no es muy
distinta, agregando los placeres que nacen de la vida conyugal (que para muchos
se pagan con otros inconvenientes). En la posible ambigüedad sobre su
naturaleza entran los argumentos de la dictadura, ilustrados para siempre de
manera exacta por Platón: las familias adoctrinadas, las escuelas públicas
sirven para guiar a Eros a voluntad de la única ley. Es el mismo principio en
contra de la homosexualidad, perseguida por ser una enfermedad, una desviación
del amor. No hay “papeles obligatorios” para la mujer, aunque sí lugares
políticos; los lugares de madre y esposa son elecciones en gran parte (uno
puede ir sin el otro), pero eso no quiere decir que sea lo mejor o lo único que
puedan hacer. Aun el papel de madre
puede -perdiendo mucho de su sentido- referirse sólo a la concepción, sin
acabar con el misterio entero del nacimiento carnal y la vida, es decir, sin
escoger la manipulación de la vida que es el aborto (que nunca es decisión
solamente sobre el cuerpo). Si esos son sus papeles naturales (en el sentido de
estar creadas para ellos), su lugar en la sociedad puede estar determinado por
los mismos, pero no de manera necesaria. El celibato y la soltería son igual de
ponderables que para un hombre, sin dejar de ser elecciones, modos de vivir que
no nos quitan en nada lo político. El hombre o la mujer gay que no puede
procrear no por ello renuncia a la opción de una familia: puede educar como
padre y madre (aunque sea en sentido figurado y limitado, pues no tiene los
dones de la carne femenina o masculina, según sea el caso). El deseo amoroso en
los hijos, digan lo que digan, nunca obedece a los deseos de sus padres.
Eso no mengua la política en
ningún sentido: sociedades sobran (nos consta) en donde se persigue la
homosexualidad al defender lo familiar y se actúa con poco civismo. Por eso es
comodidad y no verdad el sostener a la familia como el núcleo último de lo social.
La evidencia familiar de mando y obediencia es lo que la hace funcionar, así
como al ámbito de la práctica, en donde mando y obediencia se requiere hasta en
las democracias (sobre todo en ellas). La naturalidad de la familia no se basa
en la autoridad de un género: por eso requiere de una pareja, o de la
multiplicación de una persona. No es cierto que la familia sea una costumbre: siempre
es una elección. Incluso las señoritas inglesas (que vemos abnegadas) lo
sabían, emocionándose ante esa noble aspiración; los dramas en torno a la
suerte con los esposos y las proposiciones amorosas tienen parte de su gracia
sutil en eso.
Tacitus
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