Presentación

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lunes, 10 de julio de 2017

Círculo familiar

Círculo familiar
Se piensa anatómicamente (y mal) cuando se hacen apologías de las relaciones carnales, como la familia. Lo llaman núcleo, base de la sociedad, pensando la organización política en capas o en círculos concéntricos. Pero ahí hay un problema: los círculos concéntricos no tienen base: el círculo del centro no sostiene a los demás, sino que a lo mucho está incluido en ellos, como si fuera cubierto, pero los otros son igual de circulares, sin importar el tamaño. ¿Sostiene a la política, a una nación, e comportamiento de las familias? ¿Qué círculo es? Si son círculos concéntricos, a los que no se asciende ni se desciende, como los del infierno, al estar circundados todos, exceptuando al último, el centro no es tal sino en relación con lo demás, lo cual quiere decir que la relación entre partes puede ser dialéctica en esos casos, que es otro modo de mostrar que la familia no puede pensarse sólo como base social o política sin atreverse a entender lo político en alguna medida. No hay conocimiento de la familia sino se da en una investigación en torno a la política. Es cierto que la metáfora del seno familiar funciona para instruir mínimamente el alma, pero también es cierto que los hombres pueden aprender mucho más, tanto para su bien como para mal.
Esa relación está presente en las apologías modernas y falaces de ella. Nadie defiende la familia si no es como parte de una visión política y de lo natural. La cuestión central (eros y lo político, en juego con lo privado) hace presencia en los tropiezos de intolerancia, de desesperación, pesimismo, y falso optimismo. La familia de padres gay, por ejemplo, sería antinatural si la base sexual de la reproducción fuera lo definitivo del bienestar familiar, asi como del fin de tener familia, lo cual ninguno de los defensores “religiosos” de la familia estaría dispuesto a defender una vez se den cuenta de la contradicción entre el “afecto” natural y la cuestión reproductiva. Las personas del mismo género no pueden reproducirse sexualmente, eso es claro; y la familia tampoco es del todo una reproducción espiritual, al menos no en los términos que se piensa con comodidad al afirmar que la homosexualidad es algo que se aprende. Aquí debe ser más evidente la contradicción. Si el amor es una reproducción conductual, ¿dónde se halla el espíritu humano, el amor que debe ser enseñado? Queda la sexualidad, el pragmatismo. La educación moral es siempre sexual. Pero la naturaleza es más compleja. Nadie puede ir en contra de ella. Mucho menos el amor, que es una muestra clara de ella en el caso del hombre.
La utilidad de los hijos no se puede comparar con la de un contrato. Se pierde paz, sueño, dinero y tiempo. Se gana satisfacción en la presunción de sus logros, en la confianza de su éxito y en el logro de él. Sospecho que la utilidad real de la familia no es muy distinta, agregando los placeres que nacen de la vida conyugal (que para muchos se pagan con otros inconvenientes). En la posible ambigüedad sobre su naturaleza entran los argumentos de la dictadura, ilustrados para siempre de manera exacta por Platón: las familias adoctrinadas, las escuelas públicas sirven para guiar a Eros a voluntad de la única ley. Es el mismo principio en contra de la homosexualidad, perseguida por ser una enfermedad, una desviación del amor. No hay “papeles obligatorios” para la mujer, aunque sí lugares políticos; los lugares de madre y esposa son elecciones en gran parte (uno puede ir sin el otro), pero eso no quiere decir que sea lo mejor o lo único que puedan hacer.  Aun el papel de madre puede -perdiendo mucho de su sentido- referirse sólo a la concepción, sin acabar con el misterio entero del nacimiento carnal y la vida, es decir, sin escoger la manipulación de la vida que es el aborto (que nunca es decisión solamente sobre el cuerpo). Si esos son sus papeles naturales (en el sentido de estar creadas para ellos), su lugar en la sociedad puede estar determinado por los mismos, pero no de manera necesaria. El celibato y la soltería son igual de ponderables que para un hombre, sin dejar de ser elecciones, modos de vivir que no nos quitan en nada lo político. El hombre o la mujer gay que no puede procrear no por ello renuncia a la opción de una familia: puede educar como padre y madre (aunque sea en sentido figurado y limitado, pues no tiene los dones de la carne femenina o masculina, según sea el caso). El deseo amoroso en los hijos, digan lo que digan, nunca obedece a los deseos de sus padres.

Eso no mengua la política en ningún sentido: sociedades sobran (nos consta) en donde se persigue la homosexualidad al defender lo familiar y se actúa con poco civismo. Por eso es comodidad y no verdad el sostener a la familia como el núcleo último de lo social. La evidencia familiar de mando y obediencia es lo que la hace funcionar, así como al ámbito de la práctica, en donde mando y obediencia se requiere hasta en las democracias (sobre todo en ellas). La naturalidad de la familia no se basa en la autoridad de un género: por eso requiere de una pareja, o de la multiplicación de una persona. No es cierto que la familia sea una costumbre: siempre es una elección. Incluso las señoritas inglesas (que vemos abnegadas) lo sabían, emocionándose ante esa noble aspiración; los dramas en torno a la suerte con los esposos y las proposiciones amorosas tienen parte de su gracia sutil en eso.


Tacitus

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