Reflexionar
sobre la justicia es casi un acto natural. La injusticia nos llega como una
estocada por la espalda e intentamos, luego de indignarnos, repararla. La
reparación puede ser injusta o justa. La reparación puede reparar en la reflexión
sobre la justicia. La pregunta: ¿qué es lo justo? Es una pregunta que siempre
se hará. Pero no puede hacerse cayendo en la oscuridad de la generalidad. Preguntarnos
por la justicia evidencia nuestra naturaleza como seres inteligentes y como
seres políticos. Preguntar por la justicia atendiendo a la exigencia particular
de la pregunta es un acto práctico. La pregunta por la justicia une teoría con
práctica.
Padecemos la
injusticia de múltiples maneras. No recibir lo que merecemos según consideramos
es la primera evidencia de ello. Repetir “no es justo” es el estribillo de la
vida moderna. Pero eso supone que entendemos lo justo para nosotros, que
sabemos qué nos corresponde, siquiera de manera aproximada. ¿Acusamos de
injusto que algún cantante inflado por la publicidad gane mucho más dinero en
dos horas de concierto que un albañil a lo largo de un año de arduo trabajo?
Para entender este tipo de intercambio, de saber qué es un pago justo, debemos
entender que el dinero es el objeto de los objetos, como bien lo señalaba un
filósofo alemán. Como el dinero se usa para satisfacer nuestros deseos, aquel
objeto que más deseemos es por el que vamos a pagar más. ¿Deseamos de manera
injusta?, ¿nuestros deseos nos pueden confundir para saber cuándo estamos
pagando injustamente, cuándo estamos siendo timados o cuándo timamos? Que nos
confundan nuestros deseos no quiere decir que saber qué corresponde darle a
cada persona sea un acto sin pasión, pues podemos desear actuar con justicia
así como disfrutar al hacerlo.
Una idea
distinta de la justicia es que cada quien se dedique a lo que le corresponde.
La definición es sumamente compleja, pues ¿cómo saber qué es lo que a cada quién
le corresponde? Al menos podemos ver que si no nos corresponde distribuir
adecuadamente un pago, las dos definiciones de justicia que se han ofrecido se
unen. Es decir, sólo si sabemos impartir justicia es justo que la impartamos;
sólo si sabemos gobernar es justo que gobernemos; sólo si podemos aconsejar es
justo hacerlo. Sólo reflexionando nuestras acciones podemos saber qué nos
corresponde hacer. Aunque la definición es más compleja de lo que puede
parecer, pues se añade el problema de la armonización de las diferentes
actividades que a cada quien le corresponden, así como, y esto es mucho más
importante, ¿por qué las actividades que propician la injusticia no son
inherentes a las actividades correspondientes de cada persona? Sólo
preguntándonos por la justicia podemos saber por qué es injusto no hacernos esa
pregunta.
Fulladosa
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