Presentación

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lunes, 4 de septiembre de 2017

Sombras de la práctica

Sombras de la práctica
Placer y dolor son efectos, no causas o fines, por lo que la pregunta por la ética no puede tomarlos como base del conocimiento práctico, que es la virtud. Sería mejor decir que, en vez de efectos, son experiencias del alma que no son fundamentales para la ética. No son causas en sentido universal. El placer no se buscaría si no hubiera algo que nos permitiera comprenderlo como bueno y organizar nuestra deliberación a él. La oposición moderna entre pasión y razón es importante para comprendernos: la razón se enciende sólo cuando el deseo aparece. ¿Por qué los deseos, en tanto orientados a placer y dolor, serían irracionales en principio, sólo puestos bajo la luz de la razón una vez que se busca su satisfacción? ¿No existe algo que, aunque no funcione analítica o sintéticamente de manera inmediata, podría llamarse racional en ellos? Para comprender esa pregunta y profundizar en su posible respuesta habría que deshacerse de la idea de que la razón o lo racional sería aquello que mostraría que todo deseo está bien orientado. Porque no todos los deseos son dignos es posible entenderlos racionalmente, no sólo conducirlos. La idea de cuerpo es, en ese sentido, limitada; la de espíritu también lo es en tanto que nos lleva tarde a temprano a la historicidad de la vida humana convertida en conflicto superfluo con el principio: el racionalismo podría hacernos entender en nuestros absolutismos y relativismos las fallas de nuestro tiempo para afrontar problemas esenciales que se juzgan a la luz de la educación de nuestra consciencia. La afirmación de nuestra posición en la historia no nos hace sabios, nos enseñó Nietzsche, pero eso no quiere decir que no podamos comprender dicha posición sabiamente, verdaderamente. Por eso la pregunta de la ética, aunque formulada por la filosofía, va dirigida al hombre en tanto ser natural, en tanto que sus actos poseen naturaleza: la acción individual no es necesaria en el sentido de que esté determinada por algo ajeno al hombre, pero no puede deshacerse del carácter necesario de la relación entre la práctica y el hombre. No todo obrar se considera dentro de la práctica, pero todo hombre dentro de una realidad política está permeado por la práctica; por eso puede definirse al hombre como animal político.
La genuina pregunta filosófica por la verdad de la ética no puede evitar el hecho de que los hombres, en su ser político, no puedan acceder a ella de manera inmediata o completa. El filósofo no puede ser ajeno a su situación política: el prejuicio moral está en contraposición con su investigación, pero eso no quiere decir que las comunidades tengan que ser todas antifilosóficas. No puede admitir que la verdad esté en las costumbres únicamente, porque sabe que todas las costumbres se orientaron en vistas a un bien, y que ahí es en donde radica su investigación: la virtud, el bien práctico, no sería posible si en los acercamientos al bien no fuera posible un justo medio que pudiera ser conocido, aunque no sea la experiencia que se tenga de las acciones de la mayoría de los hombres. De nuevo, la necesidad no somete a la práctica: la naturaleza del hombre está en que posee razón, lo cual indica que sus deseos, aspiraciones y elecciones implican una deliberación. El honor y el reconocimiento son placenteros porque son buenos: el bien hace inteligibles los fines, pero sólo la indagación filosófica ética permite que haya clarificación de la virtud en la práctica. Que ella nos explique la importancia y la esencia de la prudencia no nos puede hacer virtuosos pero sí puede hacernos pensar en que sin investigación filosófica la ética se convierte fácilmente en conflicto por lo relativo y lo absoluto, lo cual abunda en nuestra crisis. Si nada nos ayuda a visualizar la tiranía, la injusticia se agudiza, aún en medio de la indignación social.

Que existan deseos mejores y peores es algo que pocas veces nos es claro, porque inmediatamente suena a moralismo injustificado. La tesis moral sería un derivado de la idea de Pausanias en torno a la existencia de los dos amores. La investigación por el bien debe mostrar que el juicio moral, aun siendo obra del alma racional, no tiende a la defensa de una profesión específica. Por eso la investigación ética llega a la conclusión de que la mejor vida es la filosófica: no hay otra que nos permita conocer mejor la relación entre la buena vida, la naturaleza humana y el bien práctico. ¿Es mera satisfacción intelectual la base de esa vida, lo cual permite que el pensamiento se enfrasque en la defensa de una especie de ideal platónico desde el que se instaura lo mejor? El conocimiento práctico no es lo mismo que el discurso sobre ello, pero se puede ver que la misma posibilidad de articular un discurso sobre lo práctica muestra la ignorancia o el saber. Es decir, el conocimiento de las relaciones que se observan en la práctica humana es imposible sin virtud. El filósofo no describe ideales morales para justificar su propia voluntad de poder. Entender a la ética como descripción del actuar es limitado si no se comprende este gracias a la virtud, si no se desea lo mejor. La verdad moral es algo a lo que se está abierto en la práctica, no sólo en la “teoría” sobre ella. La división superficial según la cual la teoría es el pensamiento previo al acto muestra su carácter falaz: la práctica no requiere de contemplación porque sus objetos son variables; el bien no tiene una definición que se apegue a cada caso. Por eso parece algo impersonal, aunque se diga de modos distintos. La virtud como el medio entre extremos que explica cómo podemos ubicar nuestras posibilidades, pero no nos enseña a juzgar definitivamente, porque en la práctica no se educa silogísticamente. Si constreñimos la filosofía a un moralismo, se oscurece la posibilidad de entender la felicidad que ella es.


Tacitus

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