Sombras de la práctica
Placer
y dolor son efectos, no causas o fines, por lo que la pregunta por la ética no
puede tomarlos como base del conocimiento práctico, que es la virtud. Sería
mejor decir que, en vez de efectos, son experiencias del alma que no son
fundamentales para la ética. No son causas en sentido universal. El placer no
se buscaría si no hubiera algo que nos permitiera comprenderlo como bueno y
organizar nuestra deliberación a él. La oposición moderna entre pasión y razón
es importante para comprendernos: la razón se enciende sólo cuando el deseo
aparece. ¿Por qué los deseos, en tanto orientados a placer y dolor, serían
irracionales en principio, sólo puestos bajo la luz de la razón una vez que se
busca su satisfacción? ¿No existe algo que, aunque no funcione analítica o sintéticamente
de manera inmediata, podría llamarse racional en ellos? Para comprender esa
pregunta y profundizar en su posible respuesta habría que deshacerse de la idea
de que la razón o lo racional sería aquello que mostraría que todo deseo está
bien orientado. Porque no todos los deseos son dignos es posible entenderlos
racionalmente, no sólo conducirlos. La idea de cuerpo es, en ese sentido,
limitada; la de espíritu también lo es en tanto que nos lleva tarde a temprano
a la historicidad de la vida humana convertida en conflicto superfluo con el
principio: el racionalismo podría hacernos entender en nuestros absolutismos y
relativismos las fallas de nuestro tiempo para afrontar problemas esenciales
que se juzgan a la luz de la educación de nuestra consciencia. La afirmación de
nuestra posición en la historia no nos hace sabios, nos enseñó Nietzsche, pero
eso no quiere decir que no podamos comprender dicha posición sabiamente,
verdaderamente. Por eso la pregunta de la ética, aunque formulada por la
filosofía, va dirigida al hombre en tanto ser natural, en tanto que sus actos
poseen naturaleza: la acción individual no es necesaria en el sentido de que
esté determinada por algo ajeno al hombre, pero no puede deshacerse del
carácter necesario de la relación entre la práctica y el hombre. No todo obrar
se considera dentro de la práctica, pero todo hombre dentro de una realidad
política está permeado por la práctica; por eso puede definirse al hombre como
animal político.
La
genuina pregunta filosófica por la verdad de la ética no puede evitar el hecho
de que los hombres, en su ser político, no puedan acceder a ella de manera
inmediata o completa. El filósofo no puede ser ajeno a su situación política:
el prejuicio moral está en contraposición con su investigación, pero eso no
quiere decir que las comunidades tengan que ser todas antifilosóficas. No puede
admitir que la verdad esté en las costumbres únicamente, porque sabe que todas
las costumbres se orientaron en vistas a un bien, y que ahí es en donde radica
su investigación: la virtud, el bien práctico, no sería posible si en los
acercamientos al bien no fuera posible un justo medio que pudiera ser conocido,
aunque no sea la experiencia que se tenga de las acciones de la mayoría de los
hombres. De nuevo, la necesidad no somete a la práctica: la naturaleza del
hombre está en que posee razón, lo cual indica que sus deseos, aspiraciones y
elecciones implican una deliberación. El honor y el reconocimiento son
placenteros porque son buenos: el bien hace inteligibles los fines, pero sólo
la indagación filosófica ética permite que haya clarificación de la virtud en
la práctica. Que ella nos explique la importancia y la esencia de la prudencia
no nos puede hacer virtuosos pero sí puede hacernos pensar en que sin
investigación filosófica la ética se convierte fácilmente en conflicto por lo
relativo y lo absoluto, lo cual abunda en nuestra crisis. Si nada nos ayuda a
visualizar la tiranía, la injusticia se agudiza, aún en medio de la indignación
social.
Que
existan deseos mejores y peores es algo que pocas veces nos es claro, porque
inmediatamente suena a moralismo injustificado. La tesis moral sería un
derivado de la idea de Pausanias en torno a la existencia de los dos amores. La
investigación por el bien debe mostrar que el juicio moral, aun siendo obra del
alma racional, no tiende a la defensa de una profesión específica. Por eso la
investigación ética llega a la conclusión de que la mejor vida es la
filosófica: no hay otra que nos permita conocer mejor la relación entre la buena
vida, la naturaleza humana y el bien práctico. ¿Es mera satisfacción
intelectual la base de esa vida, lo cual permite que el pensamiento se
enfrasque en la defensa de una especie de ideal platónico desde el que se
instaura lo mejor? El conocimiento práctico no es lo mismo que el discurso
sobre ello, pero se puede ver que la misma posibilidad de articular un discurso
sobre lo práctica muestra la ignorancia o el saber. Es decir, el conocimiento
de las relaciones que se observan en la práctica humana es imposible sin
virtud. El filósofo no describe ideales morales para justificar su propia
voluntad de poder. Entender a la ética como descripción del actuar es limitado
si no se comprende este gracias a la virtud, si no se desea lo mejor. La verdad
moral es algo a lo que se está abierto en la práctica, no sólo en la “teoría”
sobre ella. La división superficial según la cual la teoría es el pensamiento
previo al acto muestra su carácter falaz: la práctica no requiere de
contemplación porque sus objetos son variables; el bien no tiene una definición
que se apegue a cada caso. Por eso parece algo impersonal, aunque se diga de
modos distintos. La virtud como el medio entre extremos que explica cómo
podemos ubicar nuestras posibilidades, pero no nos enseña a juzgar
definitivamente, porque en la práctica no se educa silogísticamente. Si
constreñimos la filosofía a un moralismo, se oscurece la posibilidad de
entender la felicidad que ella es.
Tacitus
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